Capítulo 25

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La tristeza que me oprime el pecho es tan intensa, que me ahoga. El coraje, la ira, la decepción... Cientos de sensaciones vertiginosas se arremolinan en la boca de mi estómago y me llevan al límite de mis cabales.

No he dejado de pensar en Harry. No he dejado de torturarme y de revivir la imagen de él, semidesnudo, y la chica rubia usando su ropa. He tratado de encontrar alguna explicación lógica para lo que vi y estoy tan desesperada por aferrarme a algún vestigio de esperanza para probar su inocencia, que he inventado las historias más absurdas para justificarlo.

«No hay nada que justificar. Lo que viste es lo que es. Deja de ser una idiota y acepta que Harry no es quien dice ser». La voz insidiosa susurra una vez más y el coraje dentro de mi cuerpo gana terreno.

Trago duro.

No voy a llorar. No voy a quebrarme de nuevo. No por él...


—Maya —Fred, mi compañero de trabajo, habla a mis espaldas—, Daniel te necesita en el almacén.

El dueño del establecimiento me permitió reponer el día solo porque nunca había faltado antes; pero, como no traigo el uniforme reglamentario, me ha tocado ayudar dentro de la cocina. He pasado el día entero lavando platos y cortando verduras, pero no puedo quejarme. Esto es mejor que enfrentar al mundo y sonreír como si nada pasara.

Seco mis manos con un trapo y me precipito en dirección a la pequeña bodega del restaurante.

Daniel, el chef principal, me indica cómo debo separar las verduras pasadas de las que están en buen estado. Me explica qué consistencia deben tener los tomates y qué clase de color deben tener las cebollas y las papas. Se queda ahí mientras me observa clasificar los alimentos y, una vez que está satisfecho con mi selección de verduras, se marcha y me deja sola.

El silencio en el que se ha sumido mi lugar de trabajo, solo hace que el volumen de mis pensamientos aumente, y que todo vuelva a mí como una película desagradable de recuerdos dolorosos.


Al cabo de cuarenta minutos, termino con la tarea impuesta y regreso a la cocina para continuar lavando trastos sucios. Trato de concentrarme en el bullicio de la habitación y el desastre parece acallar la tortura impuesta por mi cabeza.

Estoy agradecida por eso.

Alguien grita mi nombre desde la entrada de la cocina después de otro largo lapso de tiempo, y me giro sobre mi cuerpo justo a tiempo para mirar a Fred, quien camina en mi dirección a paso veloz.

El plato entre mis manos escurre jabón, y sé que voy a tener que limpiar el desastre que estoy haciendo si no quiero una reprimenda, pero ahora mismo no tiene importancia, ya que mi amigo luce como si estuviese a punto de desmayarse.

—Hay un tipo allá afuera que dice que quiere verte —dice, una vez que llega a mí. Suena nervioso.

Mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Un tipo...? —me quedo callada, porque sé de quién se trata mucho antes de que mi compañero diga nada.

—Alto, cabello castaño... —la mueca de Fred se transforma en una de completo horror—, cicatrices en toda la jodida cara, intimidante hasta la mierda, con mirada de: «Voy a matarte si no te apartas de mi camino ahora mismo, escoria».

El sonido estrepitoso de la porcelana estrellándose contra el suelo, hace que todas las miradas de mis compañeros de trabajo se posen en mí.

—¡Oh, mierda, Maya! —Fred se agacha al suelo y yo lo sigo. Trato de limpiar lo que he hecho, pero el temblor en mis manos apenas me permite sostener los trozos más grandes del plato quebrado.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora