Capítulo 11

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Mi boca se abre para decir algo, pero la cierro de golpe cuando no encuentro absolutamente nada qué decir. Las palpitaciones de mi pulso retumban en un punto detrás de mis orejas, mis manos tiemblan y mi garganta se siente seca y rasposa.

—Y-yo... —balbuceo en voz baja. Estrujo mi cabeza en busca de algo qué decir, pero las palabras no vienen a mi boca.

—¡¿Qué demonios se te perdió entre mis malditas cosas?! —espeta Harry con dureza. El tono de su voz se eleva un poco con cada palabra, y su mirada luce desencajada por la ira—, ¡no tienes derecho alguno de hurgar en mi armario!

—¡No estaba hurgando! —mi voz suena una octava más aguda de lo normal—, ¡estaba buscando la...!

—¡Eso es mierda! —dice, casi en un grito.

Acorta la distancia entre nosotros y, por un doloroso segundo, creo que va a golpearme. Todo mi cuerpo se encoge en la espera de un manotazo, una bofetada o un puñetazo, sin embargo, el golpe nunca llega.

En cambio, la fotografía es arrancada de mis dedos con brusquedad. Puedo sentir la hostilidad que irradia su cuerpo, pero no me atrevo a mirarlo.

Odio que el miedo me paralice de esta forma. Odio que el nudo de mi garganta se apriete con tanta fuerza. Odio que mi cabeza me grite que no hago nada malo y que no debo dejarme intimidar, mientras mi cuerpo se hunde en un mar de sumisión y pánico.

—¡No tienes absolutamente nada qué buscar aquí! —Harry dice casi en un grito, y me encojo un poco más.

—¡Harry, por el amor de Dios!, ¡la muchacha solo buscaba la aspiradora! —Johannah habla desde la puerta, y el alivio viene a mí en oleadas grandes e intensas.

En ese momento, la expresión enojada de Harry vacila un instante, pero recobra su fuerza cuando se gira hacia ella.

—¡Te he dicho que nadie debe revisar mis cosas! —escupe.

Temo por Johannah, pero ella no parece para nada afectada con la descarga de ira que es dirigida en su dirección. Luce como si estuviese acostumbrada a lidiar con el hombre temperamental que está parado entre nosotras.

—Nadie revisó tus cosas, Harry —dice ella en tono suave y neutro.

—¡A la mierda! —espeta él y se encamina fuera de la habitación.

Quiero alcanzarlo. Quiero pedirle disculpas por haber mirado algo que no debía, por dejar que la curiosidad fuera más grande que mi sentido común; pero no lo hago. Me quedo congelada en mi lugar, mientras trato de procesar lo que acaba de ocurrir...

—Se le pasará, cariño —Johannah me saca de mi ensimismamiento y me dedica una sonrisa amable.

Mis manos se cierran en puños y trato de reprimir las ganas que tengo de echarme a llorar. Una parte de mi cerebro grita que no hice nada malo, que Harry no debió reaccionar así solo por una maldita fotografía; pero otra, esa que se deja doblegar por el mundo, susurra que merezco esto; que no debí mirar la dichosa fotografía.

La parte racional de mi subconsciente gana la batalla esta vez, así que, sin pensarlo, me precipito fuera de la habitación. El pasillo se siente más angosto y sofocante que nunca, pero no me detengo.

Al llegar a la sala, me congelo. Harry está de espaldas a mí y sus manos se aferran al mueble donde se encuentra el televisor. Está ligeramente encorvado hacia adelante, pero luce más imponente que nunca.

—No hice nada malo —quiero golpearme por sonar así de nerviosa, pero apenas puedo hablar. Apenas puedo respirar.

La tensión de su cuerpo aumenta, pero ni siquiera eso hace que se gire para encararme.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora