Capítulo 4

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Apenas soporto estar en mi propia piel. Me siento sucia y asqueada, y no puedo dejar de reproducir lo ocurrido anoche.

He pasado el día entero con un nudo atorado en mi garganta y un mar de lágrimas contenido en mis ojos. No he dejado de decirme a mí misma una y otra vez que hoy sí tendré el valor de acabar con todo; que hoy será el día en el que todo terminará para mí, y que, por fin, voy a tener esa paz que tanto deseo.

Ni siquiera tengo miedo porque sé que cualquier cosa es mejor que lo que estoy pasando. Cualquier cosa es mejor que vivir atrapada en este infierno y, ciertamente, cualquier cosa es mejor que tener que soportar estar cerca del hombre que acabó conmigo hace ya varios meses.

La primera vez que me violó, creí que moriría del dolor y la vergüenza. La segunda vez, creí que lo merecía. La tercera, fue la primera vez que dejé de suplicar que se detuviera. La cuarta, dejé de llorar... Las demás son un hueco en mi memoria. Ahora, lo único que quiero es olvidarlo todo. Cerrar mis ojos y no volver a abrirlos jamás. Olvidar que alguna vez fui Maya Bassi, la chica que una vez lo tuvo todo y que ahora no tiene nada. Ni siquiera dignidad o amor propio.

Estoy tan ansiosa ahora mismo, que casi puedo sentir el sabor amargo de las pastillas en mi boca. Casi puedo sentir el adormecimiento de mi cuerpo...

—¿Te encuentras bien, Maya? —la voz de Kim me saca de mis cavilaciones.

No me atrevo a mirarla a los ojos, así que mantengo mi vista fija en la bandeja que Fred, uno de los ayudantes de cocina, llena con platos de comida.

—Sí —mascullo—. Estoy cansada, eso es todo.

Antes de darle oportunidad alguna de replicar, tomo la bandeja y me encamino hacia las mesas atestadas de gente.

El resto del día, funciono de forma mecánica. Me muevo por inercia. Por costumbre. Porque no puedo permitirme un segundo de distracción. Si lo hago, voy a caerme a pedazos. Voy a quebrarme en fragmentos y nadie va a poder unir mis piezas nunca.

Durante mi hora de comida, me armo de valor y salgo a buscar la píldora de emergencia a una de las farmacias cercanas al restaurante y la trago con un poco de jugo que he tomado de uno de los refrigeradores de la cocina, antes de conducirme de vuelta al comedor.

Trato de disfrutar el dolor de mis piernas y el cansancio de mis brazos porque sé que no voy a volver a sentirlos nunca más.

Me he dicho a mí misma a lo largo del día que todo va a estar bien. Que, en el momento en el que ponga mis manos en el frasco de pastillas, las cosas van a mejorar. Es la única manera que tengo para ponerle un alto a mi sufrimiento. Es el único modo de escapar y, a pesar de que sé que estoy decidida, se siente como si estuviese siendo una cobarde.

Buscar una salida así de fácil me convierte en una cobarde...

—No olvides traer mañana tu delantal azul —dice Kim, mientras tomamos nuestras pertenencias de la sala de empleados. El día, finalmente, ha terminado.

Le regalo una sonrisa forzada y asiento.

—No lo olvidaré —prometo. Me encantaría poder decirle que no habrá un «mañana» para mí, pero no lo hago. Me limito a envolver mis brazos alrededor de su delgado cuerpo y murmurar una despedida.

Ella parece sorprendida por mi gesto, pero corresponde mi abrazo amistoso.

—Hasta mañana, pequeña sentimental —me guiña un ojo y sonríe. Yo le dedico una mirada larga antes de armarme de valor y echarme a andar por la calle.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora