Capítulo 1

1.5M 65.3K 38.3K
                                    



«No llores, no llores, no llores, no llores...». Pienso, pero no puedo detener el torrente cálido y húmedo de mis lágrimas desesperadas.

El nudo de mi garganta se aprieta cuando hago un recuento mental del dinero que tengo guardado en la pequeña caja que se encuentra dentro de mi habitación. Presiono mis palmas frías y temblorosas en mis ojos, y reprimo un sollozo.

Es casi medianoche y no tengo el coraje de entrar al departamento donde vivo porque sé qué es lo que voy a encontrar. Sé quién me espera y no estoy lista para enfrentarlo...

Estoy acurrucada, hecha un ovillo en el pasillo del horrible edificio en el que vivo, con la vista clavada en un punto en el suelo y un nudo de nerviosismo instalado en el estómago.

Soy patética.

Sé que está sobrio. Sé que no ha bebido una sola gota de alcohol y sé que no hay otro momento en el que le tema más. Dios sabe cuánto necesito que esté borracho para que no trate de golpearme. Para que no trate de tocarme...

Mi corazón late con furia contra mis costillas y casi puedo jurar que va a perforar un agujero para salir de mi cuerpo.

«No llores. No llores. No. Llores...».

Cierro mis ojos con fuerza y, justo en ese momento, tomo una inspiración profunda. Necesito tranquilizarme.

Aliso las arrugas de la percudida camisa blanca que llevo puesta, solo porque necesito hacer algo de tiempo para armarme de valor y levantarme del suelo.

Limpio la humedad de mis mejillas con el dorso de mis manos y presiono mis palmas contra mis rodillas flexionadas, en un débil intento de disminuir el temblor de mi cuerpo, pero nada funciona.

«Puedes hacerlo, Maya». Me aliento. «Puedes hacer esto. Solo cómprale una cerveza y enciérrate en tu habitación».

Pero sé que no es tan sencillo como eso. No va a tener suficiente con una bebida. Va a derribar la puerta y va a volver a hacerme daño.

Los cardenales que me hizo la semana pasada aún tiñen la piel de mis brazos, pero la hinchazón de mi pómulo derecho ha disminuido considerablemente. Sin embargo, no sé qué demonios voy a hacer para justificar más marcas en el trabajo. No sé cuánto tiempo más van a comprarse la patética historia que me he inventado. Esa en la que le digo a todo el mundo que soy la torpeza hecha persona...

La opresión en mi pecho aumenta un poco más y me hundo lentamente. No puedo evitarlo. Tampoco puedo pedir ayuda. No puedo hacer nada porque es mi papá...

Un sollozo se construye en la parte posterior de mi garganta. No puedo respirar. No puedo eliminar el peso que siento sobre mis hombros en este momento. La desesperación es tan grande, que apenas soporto estar en mi propia piel.

Estoy a punto de estallar. Ya no puedo más. No puedo seguir con esto. Voy a perderlo...


Los pasos provenientes de las escaleras me obligan a volver a la realidad. Vuelco mi atención hacia ellas y trato de recomponerme al darme cuenta de que alguien sube a paso lento y despreocupado. La humillación se filtra en mi interior como la humedad.

Trato de no levantar la cabeza para nada, pero la curiosidad es muy grande, ya que de quién se trata.

He visto al vecino del piso superior muy pocas veces en todo el tiempo que tiene viviendo aquí. Llegó hace meses, pero no es alguien muy sociable.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora