𝐌 𝐎 𝐍 𝐒 𝐓 𝐄 𝐑 𝐇 𝐈 𝐆 𝐇 | ❝ ¿Qué consecuencia puede traer la aparición de un normie en el mundo de los monstruos? ¿Y si la escuela a la que asistirá resulta ser un sitio donde la cantidad de humanos es tan reducida para que se cuente con l...
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ᴏɴᴄᴇ
Su vida seguiría siendo de lo más aburrida de no ser por la drástica aparición de un normie en la escuela.
Aquel felino de anaranjados cabellos sentía que su vida estaba completa ahora que un chico igual de "genial" que él se había cruzado en su camino.
Ese día comenzó completamente normal, con él levantándose temprano solo para llegar a dormir en los pupitres. Todo eso era mejor que escuchar los regaños de sus padres por sus malas calificaciones.
Entonces fue que lo vio, la puerta principal de la escuela se estrelló fuertemente contra el suelo, dejando ver el nuboso día que ensombrecía los pasillos. Su silueta era tan simple que asustaba, la mirada de todos se dirigió al causante del estruendoso sonido, entre esos monstruos se encontraba Toralei, y el grupo de «frikis».
Se escuchó a alguien soltar un alarido, y causó pánico en los demás. Al poco tiempo, todos estaban escondidos, y la expresión que puso el recién llegado fue cómica.
Dio unos pasos, y para mala suerte del felino, lo perdió de vista.
No obstante, su cuerpo temblaba inconteniblemente con un sentimiento de emoción y miedo, una mezcla que jamás creyó experimentar. Su corazón latía cada que pensaba en él y su intimidante expresión.
Su mente divagaba en lo que acababa de ver, esos ojos que no bajaban la guardia, pero esa sonrisa serena y desinteresada lo confundía. Su mismo rostro era una contradicción constante.
Esa apariencia desordenada lo hizo sonreír. Ya que todos los monstruos estaban aterrados por su presencia, la misma solo significaba una cosa, el primero que se hiciera su amigo sería el Rey de la escuela.
Bajó de los casilleros donde siempre se acomodaba para espiar a los estudiantes, y se dispuso a buscar el aroma del chico nuevo. Cerró los ojos, poniendo toda su concentración en su nariz, esa dulce fragancia que emitía fue encontrada por sus fosas nasales, y la siguió con sigilo.
No pudo evitar sonreír ante el olor a peonías que emanaba del chico, la tranquilizante esencia venía mezclada con cafeína, lo que causaba un deleite en todo su cuerpo.
Al abrir los ojos después de haber caminado a ciegas, a lo lejos pudo observar al chico poner unos libros dentro de un casillero cualquiera; el cual ahora le pertenecía.
Justo cuando se disponía a ser el primero en hablarle, el azote del casillero cerrándose lo sacó de su ensoñación, y pudo percatarse que alguien se le había adelantado.
