Nueve: La asesora de Odín

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Los días posteriores fueron tan felices, que ni siquiera los recuerdo con exactitud. Siempre he creído que las épocas más felices son aquellas que disfrutaste tanto, que ni siquiera las recuerdas. Después de la recuperación de Loki comenzamos a dar paseos por Asgard. Era la ciudad más hermosa que había visto en mi vida. Las casas eran enormes y cada una tenía algo que la hacía especial. Los comercios y restaurantes eran bastos y la comida era deliciosa. A pesar de haber consumido comida del palacio durante tantos días, la que había en la ciudad era incomparable. Nos hacíamos pasar por aldeanos comunes, lo que nos dejaba hacer lo que quisiéramos con libertad. Nos tomábamos de la mano al caminar y a veces nos ocultábamos en callejones para que lo besara en su forma verdadera. Ya no usaba el brazalete y ni siquiera se preocupaba por seguirme al baño.

El deporte de Asgard, si es que se podía llamar así, era el combate. Las peleas a puerta cerrada eran muy famosas y la verdad eran increíbles. Loki me ofreció enseñarme combate, ya que siempre se burlaba de como intenté combatirlo afuera de la celda cuando llegué. A veces esas cosas nos hacían sentir incómodos, ya que era un recordatorio de cómo nos conocimos. Habíamos hecho el hábito de ir a lo que yo llamaría una cafetería casi todos los días. Había una señora que platicaba mucho con nosotros y de cierta manera nos gustaba hablar con ella, ya que inventábamos una vida.

Loki se llamaba Kristoff y yo Anna. Para mí era lo más gracioso del mundo hacer cualquier relación con Loki y Frozen, pero él ni siquiera sabía que esa película existía. Vivíamos en las afueras de la ciudad en una casa pequeña, donde yo cosechaba café y él era un cuchillero profesional. No entendía cómo la señora nos creía, pero pensaba que nuestra vida era fascinante. Planeábamos tener por lo menos tres hijos, a los que yo sugerí llamar Steve, Tony y Bruce. Me impresionó que Loki no me quisiera abandonar en la calle, ya que la pura mención de aquellas tres personas era insoportable para él. Dije que sí teníamos una niña, se llamaría Nat o Elsa. Por supuesto prefirió Elsa sobre todos los nombres anteriores, lo cual me hizo reír mucho.

—¿Lo extrañas?— me preguntó un día que no sentamos en el balcón de Frigga a ver el atardecer con un café.

—¿A quién?— le contesté mirándolo confundida.

—Tu hogar— me miró preocupado. Supuse que esperaba una respuesta negativa. Desvié la mirada a mi café y lo dejé sobre el barandal.

—Nunca he tenido un lugar al que llamar hogar— lo miré seriamente —A pesar de lo mucho que quiero a mi tía y que amo vivir en Nueva York, tampoco es mi hogar— me giré hacia la habitación y me recargué en el barandal.

—¿Quieres volver?— lo volteé a ver y me enderecé.

Lo miré fijamente, no podía creerlo. Sin embargo, ahí estaba Loki dejándome ir como sí nada. Al verlo con aquella expresión, vi una de las personas más heridas que he visto en toda mi vida. Todo por lo que había pasado, todo el dolor que le habían causado era la razón de todas sus acciones. Sentí todas mis dudas desaparecer, no ganaba nada con quererme y perdía todo con dejarme ir. Me di cuenta de que había desaparecido su plan para recuperar el cetro, al igual que mi plan por huir. Ahí estábamos meses después, parados en el mismo balcón donde comenzó mi secuestro y donde aquél día acabó. Sonreí de lado y negué con la cabeza. Caminé hasta él y lo abracé. El se quedó inmóvil, no entendía qué estaba sucediendo.

—No— le dije sin separarme de él y me regresó el abrazo. Se separó un poco de mí y me besó tomándome por el cuello. Me separé de él y le sonreí.

—Vamos a dormir— dijo sonriendo y rodé los ojos. Se rió al ver mi expresión y comenzó a caminar hacia la habitación principal, dándome la espalda.

The Tenderness Behind the FlowerWhere stories live. Discover now