Capítulo 3

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Duns era un pueblo reconocido por su vastedad de colinas para explorar. La primera posada estaba ubicada a tan solo un kilómetro de una de las montañas que la gente prefería escalar. Durante su investigación, había visto muchas fotografías de personas que llegaron a la pequeña cima, tomándose una foto frontal con el móvil. Al otro lado de esa montaña, justo por donde se ponía el sol, el bosque de los azulejos se extendía en una superficie de veinte acres, de las cuales Maggie Camil era la dueña de dos cuartas partes.

—Los documentos dicen que Bartolomé, el fundador de la ciudad, le regaló las tierras al chamán que le salvó la vida a su hija —su asistente le iba narrando. Eric no podía apartar la vista de la colina y la pendiente que tenía frente a sí. Se hizo consciente de que no estaba poniendo atención cuando escuchó a Carol musitar—: Eric, esto es importante. Para estas personas, según lo que investigué, la historia de una familia lo es todo. Me pediste que viniera, así que escucha.

—Lo siento, te escucho. —Se arrellanó en su lugar, esperando a que la extensa lluvia, la primera de ese año por lo que sabía, cesara un poco.

Carol negó con la cabeza y clavó la mirada en el punto que lo mantenía distraído.

—Si no me equivoco, hacer rappel era uno de tus pasatiempos preferidos en el colegio.

Eric no apartó la vista de la colina.

—Solía conducir tres horas cada fin de semana con tal de encontrar lugares así. —Una pequeña sonrisa torcida se le formó en los labios—. Mi padre diría que se trataba de una conquista cada fin de semana...

—Conque por eso no te has casado, ¿eh?

En respuesta, alzó las cejas y la miró directamente. Acto seguido, soltó una bocanada de aire. Carol sintió su poco amable escrutinio, por lo que no le devolvió el gesto.

—No me he casado porque no he querido. Tengo una especie de relación con alguien, además.

—Parece que está dejando de llover. Ahora podemos cruzar la vereda sin miedo.

Eric no tocó el volante, y antes de que ella repitiera el hecho de que ya podían continuar, dijo—: Tienes una particular idea sobre mi vida privada, y no es que no esté interesado en conocerte, pero eres lo más cercano a un amigo que tengo. Quiero confiar en ti.

Los ojos de Carol, detrás de sus anteojos, lo observaron confundidos. Había un tipo de incomprensión en aquel gesto. Era parecido a cuando una persona está frente a un cartel, en otro país y no habla el idioma. Tampoco se le antojaba que fuera algo rarísimo, ya que a menudo las personas lo acusaban de haberse casado con su profesión.

En seguida, su asistente se rascó la ceja izquierda, de seguro lo bastante incómoda como para no responder tan rápido como era su costumbre. Se trataba de un elemento súper importante para él en su oficina; podía resolver problemas tan pronto como entornara los ojos y se concentrara un segundo. Pero habían pasado casi dos minutos...

—Te he dicho que salgas a tomar un trago con los chicos de la oficina —respingó al último.

—No bebo —dijo, a la defensiva.

Por algún motivo se sentía atacado.

—Los deportes extremos son para personas libres, Eric —le espetó ella—. Lo único extremo que te he visto hacer en estos últimos años es olvidarte de las cenas con tu madre.

De nuevo, se encontró con el dilema de si advertir a la mujer aquella que no se metiera en sus asuntos personales, pero no pudo hacerlo. El comentario podría ser insensato y, no obstante, lo único que le provocó fue una risa.

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