Capítulo 16

791 201 33
                                    





Además de dubitativo, Eric parecía una persona diferente. Dos semanas antes, vigoroso y entusiasmado, había llegado a Duns con la actitud de quien tiene al mundo comiendo de su mano. Maggie asumía que era un hombre cuya vida estaba mezclada por completo en el trabajo, pero no significaba que fuera feliz.

Esta vez traía ojeras pronunciadas debajo de los ojos y, echándole la culpa a las cervezas que se acababa de beber, se sentó en el silloncito, dejó la lata encima de la mesita del café y abrió la carpeta de los términos.

Cuando iba por el cambio número tres, se dio cuenta de que Eric seguía recargado en el poste de la esquina, justo a un lado del rellano. Cuidadosa, levantó la mirada.

—Espero que no sean inadecuados —se explicó—. La relación entre mis empleados y tú debe ser estricta y, si fraternizan, los temas de la constructora no deben ser motivo de conversación.

Ella asintió sin tomar mucho aprecio de sus palabras, y se limitó a decir—: No sé por qué presiento que no te gustó el que Carol y yo tomásemos vino juntas.

—No se trata de si me gusta a mí o no.

Creyó que habría un poco más, pero él guardó silencio y apoyó más el hombro en el poste. Acto seguido, se acercó a Maggie, cruzándose de brazos, mientras ella entrecerraba los ojos al ver que uno de los puntos había cambiado de forma radical.

Mirándolo hacia arriba, Maggie le sonrió, pero la verdad era que pocas personas despertaban en ella ese sentido natural de la defensa. Y que tocaran sus fibras más sensibles, mencionando sus ocupaciones como arma, era caer demasiado bajo.

Apuntó a la cláusula molesta y, como de costumbre, contuvo el aire un segundo, para intentar actuar de manera correcta y, qué mejor, coherente.

—Puedo hacer que mi editor te demande —le espetó, furiosa.

Eric no reaccionó para nada.

Maggie apretó los dientes y se levantó.

—Es solo por protección. No quiero que más tarde vayas a usar mi nombre y personalidad en uno de tus libros románticos...

Ella le sonrió.

—Ah, ignorante testarudo —bufó, poniéndose las manos en la cadera—. Tengo la leve sospecha de que uno de tus pasatiempos favoritos es venir a desquitarte con los demás cuando no puedes más con la frustración.

—Firma el acuerdo con las actualizaciones o me iré. No hay problema en ello.

Fue el turno de Maggie de ponerse las manos encima del pecho, cruzadas. Lo hacía de manera que no se le notaran las revoluciones del pecho, porque estaba demasiado agitada; una por el alcohol y otra por la insolencia de las acusaciones en ese papel.

A veces la gente del pueblo conseguía irritarla con sus adjetivos, pero Eric tenía un poco más de creatividad al respecto; él había tomado una parte de su vida, una parte importante y ardiente, para usarla y poder conseguir un bien material.

Todas sus suposiciones se hicieron patentes en cuanto se hubo dado cuenta de lo ciega que estaba. Muchas otras ocasiones fue víctima de esa inocencia, pero no a menudo se encontraba de lleno con el demonio encarnado. Por si fuera poco, la estaba afrentando de la peor forma.

Uno de sus mayores miedos era precisamente el de que llegara alguien a querer obtener las tierras de su familia, con bases ecologistas. El quinto punto había cambiado así: si Eric reclamaba o intentaba declarar la zona como patrimonio cultural, por la cascada y la zona de los hongos, Maggie lo perdería todo.

BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora