Capítulo 41

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En la puerta de entrada, Eric le entregó la correa del perro al hombre que hacía el jardín, limpiaba el frente y se encargaba del estacionamiento del sitio donde vivía su madre. No vigilaba al perro de nadie más, pero cada vez que iba por allá, acababa rogándole porque lo dejara bañarlo.

En lo particular no entendía muy bien su afición, pero en ese momento lo agradeció mucho, ya que llevaba una intención crítica y no sabía en qué estado saldría de la casa. Después de que Diane se limitara a encerrarse en su oficina desde la junta, él había tenido que encargarse de firmar el resto de contratos; contratistas, materiales y permisos rurales, que Carol cargaba encima, pero no quería dejárselo.

Arthur tenía que regresar ese mismo día a Duns para registrar la llegada del agente del gobierno que avalaría la empresa y firmaría el permiso ambiental para iniciar la obra. También irían Martin y Carol dos días después para recibir a los inversionistas y las franquicias que querían formar parte del proyecto.

Eric abrió la puerta y sintió la ráfaga del frío que inundaba la casa. El aire acondicionado estaba encendido y las dos chicas del aseo se encontraban en la sala, con una aspiradora y el ligero ruido de golpeteos, que alguien le estaba dando a una alfombra.

Les preguntó por su madre.

Una respondió que estaba en el jardín, junto con la señorita Italo y ante aquello Eric se resistió al impulso de persignarse. Tomó una inspiración de aire y cruzó el salón, directo hacia la puerta ventana de cristal que daba al amplio jardín trasero, por el que Diane solía observarlos interactuar desde que eran niños.

Ambas mujeres yacían sentadas en las sillas metálicas del jardín, enfrascadas en una plática más seria de lo que le hubiera gustado presenciar.

—Ah, Eric —Gabriela se levantó y le dio dos besos en las mejillas—. Estaba diciéndole a Diane que se me ha complicado terminar a tiempo los contratos en Seattle. A papá le dará un infarto, pero la concesión estará hasta mediados de octubre, a lo sumo.

Le dio un trago a un coctel que tenía frente a ella. Eric se sentó en medio de las dos y vio cómo Diane se acomodaba en su asiento, como si ya se hubiera mentalizado para presenciar lo que quería decirle a su compañera de travesuras.

Hacía demasiado tiempo que Eric no tenía una plática íntima con nadie, así que trató de ser realista respecto a la relación con su hermanastra. No podía verla como a una amiga tampoco, ya que, cada uno en sus universidades, se enteraron de lo que querían ser en sus vidas.

—Me dejaste solo con todo el trámite de Duns —adujo Eric, a su madre, que parpadeó con tranquilidad—, así que no pude atender a Maggie como era debido. Le pedí a Carol que tratara de entretenerla y pues hoy ha regresado al valle. Lo que quiere decir que probablemente no la veré de nuevo...

No hubo respuesta alguna. Al menos no de quien él esperaba.

—Creí que estabas atendiendo a tu padre también —dijo Gabriela, que notó, tal vez, la incomodidad del ambiente.

—Va a acompañarme a ver Duns antes de cerrar el acceso al público —comentó, desdeñoso—. Gaby, mi madre está molesta porque le dije que no voy a casarme contigo.

La aludida abrió los ojos pero miró a su ya-no-más-suegra, como aturdida.

—Pero si dijiste que él lo añoraba. ¡Diane!

Asombrado pero sin extrañeza, Eric también la miró. La mujer se limitó a resoplar hacia él y prefirió explicar a Gabriela.

—Te dije que era bueno para los dos.

—Jesús —Gabriela se puso de pie y lo miró, con cara de sufrimiento—. Soy una buena hija, Eric, te quiero; pero... no eres mi tipo. La mitad de las veces no tenemos de qué hablar.

—Eh... sí, gracias —se rascó la nuca.

Gabriela sacó su móvil y con dedos temblorosos empezó a teclear.

—Ruega a Dios porque Ned no sea el amor de mi vida y que lo haya perdido por tu culpa —le apuntó a Diane, mientras se colocaba el teléfono al oído y se marchaba casi corriendo por el lado opuesto de la casa.

Eric se cruzó de brazos y aguardó. Suponía que Gabriela no había estado para nada entusiasmada con la idea. Y de nuevo no era nada extraño viniendo de la hija que había cuidado de su padre, que era la lumbrera de los Italo y probablemente la futura directora de la misma empresa.

—Si yo fuera tú estaría avergonzado —dijo, ya rendido—. Como sea, si me pones trabas para que la obra empiece en tiempo y forma, le pediré a Josh que ascienda a Carol a tu puesto.

Levantándose con toda la gracilidad posible, Diane le dio un último trago al coctel y se le aproximó.

—El ascenso se lo merece Carol, y no tienes por qué hacerlo para vengarte de mí. Tampoco pienses que quiero que seas como yo, pero no quiero que seas como tu padre y tires tu vida a la basura de un día para otro.

—No voy a opinar sobre la vida de papá ni sobre la tuya, pero, por favor, si no quieres levantar un muro entre nosotros, que sea la última vez que intentas manipularme así. —Suspiró—. Te quiero. Saldré mañana.

Se giró y caminó rápido, pero Diane exclamó—: Espero que esa chica se haya ido de viaje ya.

Con los labios apretados, Eric sopesó aquellaspalabras. No significaban mucho, solo que se sentía un poco traicionado porhaber estado fuera de la oficina y lo suficientemente harto como para buscarcorrectamente a Maggie. La noche anterior había telefoneado a Carol solo paraenterarse de que Maggie no llevaba cargador consigo luego de intentarcomunicarse con ella, dándose de frente con el buzón de voz. 

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