Capítulo 40

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Con el primer paso que Maggie dio dentro de la casita, supo que Tori estaba allí. No tenía un aroma particular ni podía sentir su aura, sino que en el sofá había ropa, y unas sandalias yacían desperdigadas por el suelo de la alfombra.

Dejó la maletita en el piso y miró a los lados, percatándose de que casi todo y si no todo, se encontraba fuera de su lugar. En ese momento, Tori abrió la puerta de su habitación y avanzó fuera con Prudence en brazos.

La gata tenía el pelo erizado y maullaba sonoramente.

—Oh, no —dijo Maggie, dando zancadas para poder abrazarla.

—Hay que ir al veterinario —musitó su madre.

—Pero si estaba bien cuando me fui —comentó de vuelta.

—Es una gata vieja, Mags —propuso ella y estiró la mano para acariciar la cabeza del animalito—. Probablemente tendrá alguna enfermedad propia de los viejos.

Un nudo se formó en su garganta. Fue a sentarse al sillón y, con Prudence en el regazo, le llamó a Andrew para que buscara al veterinario de Duns. No quería moverse de la casa y tampoco tenía cabeza para escuchar que a un miembro de su familia le diagnosticaran una enfermedad más. Sintió el peso de su madre al sentarse a su lado.

—Lamento que se te haya borrado la sonrisa —dijo.

Maggie se atragantó.

—Hice muchas cosas... Pensé que lo único que tendría que hacer sería preparar maletas y no padecer esto...

—Es un gato, Mags.

Le dirigió una mueca áspera.

—Qué bueno que llegaste bien, mamá —repuso. Quería ignorar todo lo que significaba la reducción de su compañera a un mero albur de su existencia y dijo—: Estoy segura de que es una indigestión.

Se había enfermado antes y los síntomas que recordaba no se parecían en nada a los chillidos de la gata, que levantaba la cabeza y buscaba su mano. Le temblaban las patitas y sentía que a cada segundo la perseguía más la culpa.

—¿Cómo ha ido la compra?

—Bien —asintió, y se apresuró a darle detalles para no preocuparla—. Aproveché para firmar un nuevo contrato y darle avances al editor.

—Te noto distinta —Tori se mordió un labio.

No había cambiado nada en esos meses fuera de la propiedad, salvo por haberse cortado un poco el pelo. Tras un suspiro puso la mano encima de la suya y se recostó en el sofá.

—El comprador es un hombre en el que tuve el infortunio de proyectar todas mis inseguridades...

—Ay, Mags...

—No, fue bueno. Discutíamos mucho y al cabo de algunos encontronazos perdí la cuenta de las veces que fantaseé con él. Es trabajador e inteligente, además de sensible, aunque no se dé cuenta. O bueno, lo es conmigo: no sé si es correcto, pero me gusta tanto que dejé de lado mis prejuicios para intentar gustarle, y creo que ni se enteró.

Miró por el rabillo del ojo, con el escrutinio de Tori al momento.

—¿Y te dijo que le gustas?

—Hace unos dos días comimos con su padre y sentí que tenemos una especie de amistad, de las que pueden evolucionar en algo más, y luego me llevó a mi hotel. Nos habíamos besado antes, pensé que lo haría de nuevo o que querría quedarse. Pero no se quedó y me pasé toda la noche pensando que a él le gustan otro tipo de mujeres.

—Bueno, si es así, tiene todo su derecho.

Maggie sacudió la cabeza con resignación, triste a su pesar.

—Me alegro de que estés aquí.

—Sigue.

—En fin, al día siguiente no me buscó, sino que su asistente me llevó por todos los lugares en la búsqueda de licores. Me lo había prometido y cumplió. Ayer nos reunimos con los otros compañeros, que son personas encantadoras, vas a amarlas. —Apretó los párpados, autoregañándose por extrañarlo—. Me gusta más de lo que pensé que se podía gustar de algo.

Tori se desternilló de risa.

—No es gracioso.

—No me río porque sea cómico, me río porque me hace feliz. No creas, a veces me siento culpable y sucumbo al amor mundano por ti. Y luego veo esto que eres y sé que nada te podría hacer más que el hecho de que yo te deje ser y te haga libre.

—También un poco rara que eres.

—Mira, una enseñanza muy bonita que aprendí en México es esta: no supongas lo que la gente piensa acerca de ti ni tampoco pongas palabras en sus bocas. Si te urge saber por qué no te buscó estos días, llámalo y pregúntale...

Seguramente habían pasado diez minutos porque alguien tocó a la puerta. Tori se paró a abrir y le dio entrada al veterinario, que revisó a Prudence. Llevaba una jaula por si acaso y tuvo que marcharse con la gata, diciéndole que podía ir a verla mañana. No sabía qué podía ser luego de que estudiara la comida y el agua y viera que el arenero no arrojaba nada extraño.

Una vez a solas, Maggie se fue a la cocina y puso la tetera. Su madre la abrazó por la cintura, poniéndole el mentón en su hombro.

—Me pidió que no lo hiciera protagonista de ninguna de mis historias y acabé dándole un papel importante en la mía.

Tori no dijo nada y le ayudó a preparar las tazas para el té, prometiéndole que irían a la cascada para despejarse unos momentos.


BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora