Capítulo 39

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No importaba cuán diplomático quisiera ser, el disgusto estaba ahí, anidado en su interior como una hogaza de pan duro. Diane tenía tanta fuerza visual que finalmente él pasó a mirar la mesa de juntas, ya vacía luego de que todos corrieran detrás de Carol.

Había un silencio abrumador y tan pesado como dos barras de acero, pero en contraste, la actitud de Diane resultaba poética.

—Mamá, yo no creo que te guste el papel en el que nos estás poniendo.

—Quiero que tomes las cosas con sensatez —dijo ella—. Sé por qué puede parecerte tentadora, amor —dio un paso hacia él, quedando frente a frente—, pero tu visión de vida no encaja con las decisiones tan rocambolescas que le gusta tomar.

—Ya —Eric se rio—. Bueno, al contrario de ti, respeto lo que piensas, pero no tienes que preocuparte por mí. De verdad. Mi visión sobre la vida está muy bien.

Alzó los pulgares.

Diane rodó los ojos. Parecía rendida, pero furiosa, algo que, deseó él, se le pasaría en un par de semanas, cuando superara el hecho de que, tras haberse empeñado en que no fuera ni la mitad de parecido a su padre, el tiro había roto la culata tras salir por atrás.

Esbozó media sonrisa y depositó un beso en su mejilla.

—Todo está bien.

Su madre suspiró. Aunque su gesto no se había relajado, Eric experimentó la sensación de haber roto el moño de inauguración en un evento nuevo. Volvió a sonreír y se giró para salir de la sala de juntas.

Maggie estaba de pie al fondo del pasillo, junto con su abogado. Ambos lo miraron al acercarse.

—Oh, estábamos hablando de que deberíamos ir a probar una de esas donas con helado dentro —propuso ella.

El abogado tenía una mueca pícara en la cara y a decir verdad la de Maggie era demasiado expectante. Pasó la saliva y negó con la cabeza.

—Voy a comer con mi padre —dijo, señalando el ascensor—. Me gustaría que le hables de los hongos y todo eso.

Las cejas de ella se curvaron, pero un tinte rojizo llenó sus mejillas al instante. Cada vez que pasaba Eric se permitía el pensamiento vago de que él podía provocárselo.

Además de satisfactorio le resultaba esperanzador.

—Sí... yo...

—Voy a aprovechar para hacer la cita con ese editor —dijo el abogado—. Vamos.

Las puertas del ascensor se abrieron y antes de que pudiera decir nada, Maggie empezó a hablar—: Dios, pensé que Diane me estrangularía allí mismo. Es increíble lo que una persona como ella puede hacerte solo con una mirada.

—Lo siento —dijo Eric, y presionó el botón para bajar al estacionamiento.

Maggie soltó una risa.

—Verás, pensé que habría problemas, ya lo veía venir, pero nunca imaginé que el presidente de tu empresa finiquitaría todo tan rápido y fuera a ser tu madre quien aprovechara la situación para demostrar lo poco que le agrada la idea del parque.

—Si el parque le encanta —confesó Eric—. Lo que no lo encanta es que me niegue a formalizar una relación con Gabriela.

—Menudo capricho —soltó el abogado.

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