Capítulo 31

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Maggie contó hasta tres y al no percibir duda en la caricia cerró los ojos, saboreando con mucha paciencia aquel acto de atrevimiento que, dada la personalidad de Eric, dentro de unos minutos pasaría a ser algo incómodo e inapropiado.

Separó un poco los labios con la libertad de quien conoce perfectamente el futuro inmediato, y Eric lo constató al chuparle el labio inferior un segundo y al otro apartarse bruscamente.

En ese cuento tan extraño que era su vida, la escena le resultó cómica. Se mordió el labio superior, agachándose para recoger el casco de constructor de Eric y poniéndoselo en la cabeza.

—No sé quién te habrá enseñado a cerrar contratos, pero creo que cada día que pasa aprendes algo nuevo...

Él se inclinó a levantar el plano del suelo, que estaba acomodado en un colchón formado por hongos. Acto seguido, se quedó de espaldas a ella, con la vista en quién sabe qué cosas al frente. Dudaba que estuviera buscando algo en el bosque profundo, porque justo de aquel lado el espesor se convertía en un hoyo oscuro que parecía no tener fondo.

Maggie sonrió para sus adentros y empezó a caminar en dirección de la casita.

—Vamos, pondré música de Cher para alegrarnos la vida.

Los pasos de él fueron toda la respuesta, aunque al salir del huerto un carraspeo proveniente de su boca le devolvió la esperanza de que, por lo menos, le diera las gracias por no darle una bofetada tras besarla sin permiso.

—Maggie —dijo él.

Ella se dio la vuelta, con un amago de sonrisa en los labios.

—Anda, dilo.

—Bueno, no quería...

—Sonó a que sí querías. Pero no importa.

—Sí que importa. Escucha, probablemente no vas a creerme, pero no suelo hacer estas cosas.

—Ay, Eric: lo increíble es que pienses que yo no creería tus manías con el trabajo. Imagino lo difícil que debe de ser que un cliente de guste, más allá de si es prudente o no.

—Y es muy imprudente

Tras cruzarse de brazos, Maggie esperó a que él dijera algo que no se escuchara como una especie de disculpa recriminatoria. Era como si Maggie siempre se saltara las reglas de la sociedad y los demás tuvieran las manos limpias. Sin embargo, de Eric se lo había esperado; hasta ahora no había visto más que reglas, recato y pudor en su comportamiento y cada vez que se portaban amigables era porque habían bebido o estaban solos. Delante de los demás era todo lo correcto que pudiera ser una persona. Y aquello la frustraba demasiado.

—Fue solo un beso alegre —dijo—. No debería pero voy a justificar tu cobardía.

Él enarcó una ceja.

—No soy ningún cobarde.

—Tenemos derecho a defender nuestra perspectiva, pero para mí una persona que huye de lo que quiere, y luego niega quererlo, es un cobarde. —Suspiró—. Lo sé, suelo ser una varias veces al día.

—Como sea, la cita es el jueves, a las doce del día. La remuneración que rechazaste se depositará en tu cuenta de todos modos, no puedo presentar documentos de donación con cláusulas a menos de que exista un pago de por medio. Espero que lo entiendas.

—Lo entiendo, gracias —dijo y siguió andando.

En la puerta trasera de la casa, esperó un segundo para sopesar la intención que tenía al entrar en ella. Eric no la volvería a mirar a los ojos ni una vez aunque estuvieran tan cerca, así que tomó una de esas decisiones que por lo regular llevan a un candidato a la presidencia.

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