Capítulo 11

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***

Aunque no había mucho que hacer por su aspecto, Maggie quería tener la apariencia de una persona que se tomaba los negocios en serio. Nada más hubo salido Eric de la casa, había ido corriendo a su habitación para buscar ropa menos... vintage.

—Ah, pero tenía que dedicarme a sembrar hongos. —Prudence, que había estado desaparecida prácticamente toda la mañana, saltó encima de la cama y se enfurruñó entre las cobijas—. Gato bandolero. Tendrías que haber estado aquí para ayudarme a recibir al señor Wolf.

La gata maulló.

Maggie, como si la hubiera entendido, se miró la base de los pechos. Estaba en ropa interior y todavía no se le ocurría cómo ir vestida al café de la señora Sanders.

Era verdad que se habría sentido segura mirando un plano que no iba a entender, allí, en su casa, pero Eric había ido las dos veces y ahora le tocaba regresar la atención. Si su madre estuviera allí, quizá podría ayudarla, pero por lo pronto estaba sola. Literalmente.

—No me malinterpretes, Pru —dijo; la gatita se quedó mirándola, atenta—. Me haces compañía, pero a veces siento que me necesito un poco de interacción social. —Sonrió con tristeza—. Charlar con Carol me hizo darme cuenta de lo oxidada que estoy.

Del pequeño clóset a un lado de la viga donde pegaba sus fotos especiales, sacó ropa cómoda pero que tuviera la apariencia de no haber sido comprada el siglo pasado. Trató de combinarse lo mejor que pudo, consiguiendo un conjunto de cárdigan, falda y botas que le recordó sumamente a una foto en la que sus padres estaban sentados en el muelle viejo de la cascada, justo antes de casarse.

Se aseguró de que la blusa le tapase la parte alta de los senos, que tenía llena de pecas coloradas, gracias a los grandes lapsos que pasaba debajo del sol, sin protector UV. Al cabo de unos minutos más de acicalamiento, se vio acongojada, mordiéndose el labio inferior y de pie en su porche, contemplando el basto descampado en el que ahora yacían dos enormes taladros y una famosa máquina para hacer hoyos en la tierra. Sacudió las manos y se chasqueó los dedos índices para evitar el nerviosismo un minuto más.

—Bien, solo tendré que mentir un poco —se dijo—. Un poco y ya.

Eric no era fácil de engañar, así como tampoco era una persona demasiado intuitiva. Se notaba a leguas que su inteligencia era muy matemática, aun cuando en creatividad tuviera a todo un equipo detrás de él.

En su bici, de camino al pueblo, se repitió las reglas que tendría que seguir para que ninguno de los miembros del equipo del contratista tuviera a bien fijarse en sus ansias por hacerlo reconsiderar un contrato. O sea, modificarlo para que ambas partes salieran beneficiadas.

Maggie no quería vender... quería poder pasar largos periodos en la casa de sus padres, pero tampoco podía hacerse cargo de una tierra tan basta y provista de atracciones turísticas, sin sentirse culpable por ello. Pese a lo mucho que soñaba con volver a tocar un teclado, con darle término a esa infernal serie, con responder positivamente a uno de los correos de su editor... todo parecía más bien un paisaje utópico.

Igual que lo eran las calles de Duns. El café estaba frente a la posada, y gracias al cielo por ese lugar no se asomaba el grueso de los habitantes. Esa parte de la ciudadcita estaba relegada al parque y la biblioteca cultural, a la que Maggie no acostumbraba ir, claro.

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