Capítulo 30

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Había un tramo deslavado parcialmente en el sitio donde solía dejar su todoterreno. Un montón de rollos yacían en el asiento del copiloto: Eric buscó uno y, tras encontrar el apropiado, se bajó del vehículo. Maldijo internamente antes de agarrar el casco para no recibir golpes de piedrecillas que brotaban del suelo cuando el taladro se sumergía en la tierra.

Lanzó una mirada hacia la casa de Maggie, al fondo. Luego de hacer una mueca de angustia marcó el paso hasta llegar al lado de Arthur. Le extendió el rollo de papel.

—¡Listo! —gritó el ingeniero.

Se contuvo de dar un paso adelante, fue obvio. Eric les sonrió a los dos, ya que Martin corrió hasta el taladro y empezó a apuntar a un lado y otro del borrador que les habían traído.

—Pero, pero, esto es... ¡Cuánto trabajo, Jesús! —dijo Arthur, ahora sí prestándoles atención.

—¿Han visto a Maggie esta mañana? —les preguntó cruzándose de brazos.

Ninguno le hizo caso. De hecho, ninguno cambió de postura. Arthur había abierto el plano y lo miraba hacia arriba, tratando de contraponerlo a la luz para no oscurecer las líneas.

Evidentemente era un borrador, ya que Eric le echó un vistazo; después de recibir la primera impresión, no había podido contenerse las ganas de ir a mostrárselo... mostrárselo a todos, claro. Sin embargo, se pasó varias veces la mano por el pecho, tratando de apaciguarse algo en el corazón que le latía espontáneamente a una velocidad desastrosa.

—Y aquí...

No dejó que Arthur terminara. Le arrancó el plano de las manos a ambos hombres y dijo—: Tendrán tiempo de estudiarlo mejor cuando se marchen al estudio esta semana.

—¡Esta semana, dices! —soltó Arthur, parecía tan excitado que Eric intentó calmar sus ansias. No quería perder a uno de sus mejores elementos, de manera que le puso una mano en el hombro y sonrió.

—He conseguido más fondos —le explicó.

Martin tenía los ojos anegados. Eric lo miró con confusión.

—Nunca pensé que llegaría este momento —se defendió, fingiendo limpiarse lágrimas invisibles de las mejillas—. El día en el que una falda, pecas y hongos, te hicieran ver así de satisfecho con un proyecto.

Antes que ofenderse, Eric sacudió la cabeza, se puso en medio de los dos y les echó, a un lado y otro, los brazos por encima de sus hombros. Ellos dieron unos pasos con él hacia la casa, curiosos y atentos, como dos niños.

—Mi madre está furiosa; no me habló durante toda la cena cuando le dije que una productora ecologista está interesada en patrocinar una de las atracciones. La idea de las franquicias será un éxito, por lo que la inversión gubernamental disminuirá de forma aberrante.

—Oh, te amo —susurró Martin, que se apartó—. Ahora ve y enséñale a nuestra bella campirana las buenas nuevas.

—Oye, pero se supone que íbamos atrasados.

Eric les dijo por encima del hombro—: Ya no, de hecho acorté como tres meses la obra. Ahora vuelvo.

Los dos hombres le gritaron algo al unísono, pero él no les quiso oír más. Al avanzar por la lateral de la casa, a un lado de la cerca de madera, vio que el porche estaba limpio y tenía una nueva maceta. Una lámpara había cambiado de posición también y las cortinas eran de color magenta en lugar de las amarillas de antes.

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