Capítulo 26

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—No soy tan introspectivo como puedo parecer a veces. —Eric sentía una brasa ardiente en la garganta a pesar de no saber si era debido al cigarro que se había fumado o a la repentina pregunta.

Maggie no dejó mirarlo al responder—: Yo sí. Cuando estaba saliendo con ese muchacho, empecé a mirarme a mí misma; y de todas maneras me costó mucho aprender a separar la imagen que formé para agradarle y la otra, la que le agradaba a mi padre. Si no era esa niña asustadiza que miraba atentamente cómo los demás cumplían sus sueños, era alguien que se preocupaba más por las plantas de jardín que por sí misma, como en ocasiones llegué a creer que hacía mamá.

Contemplándola, Eric estudió mentalmente aquellas palabras; comprendía el significado de una identidad, o de la pérdida de esta mientras girara entorno a los deseos de otras personas, pero si Maggie se lo decía por los comentarios de Carol, estaba muy lejos de dar en el clavo. Su situación no le causaba sufrimiento, al menos no como sí se notaba que le causaba intolerancia a ella. Era como si los dos supieran algo del otro que ninguno quería aceptar en voz alta.

—Maggie, la vida es más simple de lo que crees.

—Lo sé —le sorprendió que sonriera—, pero cuesta aceptar que tu propósito divino es nada más seguir el ritmo de tu propio cuerpo. Eso significaría que soy un caracol en medio del universo.

—Si te sirve de algo —se sinceró—, eres un caracol resiliente.

—Gracias.

—Creo que hablo por los dos: el éxito no es sinónimo de satisfacción.

Las palabras le habían brotado como un escupitajo previo al vómito. Sin embargo, Eric no percibió ningún cambio en su interlocutora, que se agachó y recogió a una bola de pelos desde el suelo. De pronto, Prudence estaba en sus brazos y ella se la había pegado a la mejilla. Era una imagen digna de estar en un portarretratos, lo que lo hizo recordar...

—A mi padre le fascinan los gatos —dijo y se acercó para acariciar la cabeza del reticente minino—. Tiene tres y dos perros, me parece.

Ella levantó por unos segundos la mirada y torció una mueca antes de decirle—: No se escucha como si lo vieras seguido.

—Porque no lo hago —admitió con la voz ronca—. Desde los ocho años, lo he visto si acaso dos únicas veces... Y fue para darle un abrazo por su cumpleaños y luego por el mío. Después toda nuestra interacción quedó reducida a llamadas y correos electrónicos. —La miró para sondear sus facciones. Al darse cuenta de que ella continuaba con su atención en el pelaje de la gata, continuó—: Tengo la corazonada de que este lugar le encantaría...

—Lo sé —murmuró ella.

Sus miradas se encontraron y el ambiente se tornó gélido, como si de pronto cada músculo se le hubiera congelado y así pudiera ser consciente del correr de su sangre por las venas.

Iba a apartar la mano de la cabeza cuando Maggie se la ofreció.

—Abrázala, te la presto por hoy —dijo. No había broma en su cara, pero en la de la gata había ciertamente desconfianza. Eric no quería salir arañado, pero cedió y justo en ese instante Maggie le espetó—: Los abrazos de Prudence son magníficamente reconfortantes. Siempre recurro a ella cada vez que me dan ataques de soledad masiva.

Él dudó un poco, pero acabó sujetando a la gatita con ambas manos. La miró como miraría un extraño a un bebé que se ha encontrado gateando frente a su porche, enrarecido, torpe y con muchísimos mareos. Estaba un poco embriagado, por el vino y por la charla, pero cuando se pegó al felino al pecho la sensación de su pelo se apocó por lo que sintió en cuanto vio la sonrisa de Maggie.

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