CAPÍTULO CUATRO

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IV

-Y llegaste para confundirlo todo-

Estar enamorada puede ser tan hermoso como abrumador.

La idea de pensar en alguien 24/7 de repente resulta algo agotante, porque no hay nada que hagas que no se relacione con esa persona. Puedo estar comiendo una tostada, y aun así pensando en lo que él me diría sobre la importancia de desayunar para iniciar bien el día. Es algo que posiblemente Luther diría.

Dejando mi casa atrás mientras subo la empinada calle hacia la parada del bus intento pensar en otra cosa que no sea el fin de semana. La idea me ha estado atormentando desde que le dije a Luther que iría.

Por un lado, me emociona compartir un evento público con él y apoyarlo en algo que él considera importante, pero lo que le dije ayer a la noche era mentira. No soy segura de mí misma y constantemente me fijo en lo que los demás podrían pensar de mí.

Si lo que leí ayer es algo mínimo, tal como aclaró Luther, no es tan loco que me dé algo de miedo exponerme completamente. Cada parte de mi podrá ser criticada y no podré hacer nada para evitarlo, solo hacer lo posible para que esos comentarios no me afecten.

Normalmente, me daría la vuelta y correría en la dirección opuesta (como la cobarde que soy). Pero se trata de Luther, y prefiero someterme a mil y una humillaciones antes de decepcionarlo.

Lo sé, son una idiota. Una idiota enamorada y enredada en un romance no correspondido.

Ya acomodada en uno de los asientos intermedios del bus, me coloco los auriculares y permito ahogar mis pensamientos en la música para distraerme un rato. Mis ojos se desvían hacia la ventana, viendo las casas, árboles y personas pasar demasiado rápido.

Dos paradas después, observo a un tipo que corre al lado del transporte con la mano alzada intentando detenerlo.

Su resistencia es impresionante, ya que consigue mantener el ritmo del colectivo antes de que este lo deje atrás y desaparezca en el final de la calle.

Segundos más tarde, el chofer se apiada de su estado pulmonar y detiene el transporte para dejarlo subir. Mis ojos lo siguen y cuando él sube al colectivo, logro verlo mucho mejor.

Lo detallo de arriba abajo, como usualmente lo haría con cualquier persona que me resultase atractiva, pero cuando el recorrido de su cuerpo me lleva hacia su rostro, lo reconozco. Es el chico de antes, el que había ayudado al profesor de historia a recoger sus libros cuando se le habían caído.

Él pasa una mano por su cabello negro que cae en respuesta sobre su rostro. Varios mechones lacios son más largos que otros pasando de la altura de sus ojos.

Luego de pagar, ojea el bus buscando un lugar vacío mientras camina por el estrecho pasillo. Yo agarro mi mochila que descansa en el asiento a mi lado y la pongo sobre mis piernas.

Él nota mi movimiento y se sienta a mi lado― gracias― dice en voz baja sin mirarme.

Mantiene sus manos sobre los bolsillos de su buso con las piernas extendidas y su mandíbula masticando lo que supongo que es un chicle.

Ante el peso de mi mirada, el desvía sus ojos en mi dirección frunciendo el ceño― ¿De casualidad...―comienzo excusando mi raro comportamiento―...estás en el grupo B de quinto año, Instituto Número 16?

Él asiente soltando una leve carcajada― Qué específica― inquiere con las cejas levantadas, ahora si mirándome con la cabeza girada completamente.

Yo suelto una risa nerviosa― soy Da...

―Dakota. Lo sé― interrumpe― no quería incomodarte, porque probablemente no me conocerías, pero mira quien terminó incomodando a quien.

Remordimientos (#1)Where stories live. Discover now