CAPÍTULO 11

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El último de nuestros besos furtivos.

Elena.

Al día siguiente, después de la incómoda cena que tuve con los gemelos, y después de nuestra aún más incomoda mañana juntos estoy aquí, frente a la puerta de su oficina.

—Solo...,toca la puerta.—Me digo a mi misma, pero cuando estoy apunto de hacerlo me echo hacia atrás.

«Tengo que recuperar esa llave de una forma u otra.»

Quiero entrar a su oficina creyendo que ambos tenemos toda la confianza del mundo y que somos algo más que besos furtivos, pero eso sería una estupidez, y aunque las estupideces se han convertido en mi pan de cada día últimamente, no solo seria una estupidez entrar sin tocar, sino tambien una falta de respeto, y a mi no me educaron para eso.

Así que vuelvo a acercarme, me detengo frente a la puerta y toco la manija, me doy cuenta de que tiene cierto relieve del cual no me había percatado la primera vez que vine.

Me inclino y delineo con los dedos la imponente serpiente con los dientes cargados de veneno y con una expresión asesina, para ser honesta y viendo la aparente obsesión del rector con los lobos y el color esmeralda, me esperaba algo más así, pero esta serpiente es definitivamente todo lo contrario a lo que me esperaba

«Todo lo contrario, tan propio de él.»

Un docente pasa junto a mi y me enderezo de inmediato, al parecer mi extraña posición no parece ser del todo relevante para él, así que solo me mira por un par de segundos antes de doblar el pasillo.

Esta vez decido tocar la puerta.

—Pasa, Elena.— Frunzo el ceño haciendo lo que me dice y cierro la puerta tras mío.

—¿Como sabías que era yo?

Levanta su profunda mirada azul de los papeles en su escritorio y verlos a través de esos lentes de pasta gruesa con un azul idéntico al de sus ojos hace la experiencia aún más cautivadora.

—Hablas sola mientras caminas y sorprendentemente eres la única persona que se ha animado a subir tres pisos con esos tacones.

—¿Como...

—Las paredes son delgadas, Elena, la gente escucha.—Escribe algo sobre los papeles entres sus dedos para luego dejarlos de lado.

—¿Qué haces?—Pregunto, aún con la espalda pegada a la puerta.

—Reviso los trabajos que les deje con el suplente el otro día, escribiste integridad sin tilde.

Me rio, de mala gana.

—Eso no es cierto.— Él arquea una ceja—,¿o si?— Me despego de la puerta impulsada con la ayuda de mis manos para ver las pruebas pero él me intercepta en el camino tomándome de la cintura.

—Puedo permitirte muchas cosas, Elena, pero no verás tu nota hasta que yo quiera que lo hagas.

Toco sus brazos y los presiono entre mis dedos, al ver como las camisas se enfundan tan bien en esa zona en específico llegué a pensar que serían suaves al tacto.

Que equivocada estaba, nunca había tenido la oportunidad de tocar brazos tan firmes.

—Bueno, no es para tanto, podría conformarme con un nueve.

Tararea, ladeando la cabeza.

—Yo diría un seis.

—¡¿Qué?!—Dejo de toquetear sus brazos y levanto la mirada intentando encontrarme con sus ojos, pero incluso con estos tacones de diez centímetros sus ojos parecen tan lejos de mi alcance.—Mason, no me mientas, no me gustan los hombres mentirosos.

CAUTIVADORAWhere stories live. Discover now