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Llaman a la puerta.

Asoma el cuerpo de Camille y se topa con el silencioso peligro. Comprende lo que está pasando en menos de lo que se tarda en parpadear. Se apresura a quedar de pie entre medias. Al notar la presencia de la sirvienta, Margarita vuelve a colocarse su máscara y Olga coge aliento y respira, como si se hubiera olvidado de cómo se hacía.

—Me preguntaba si querían una manzanilla. Para digerir la comida.

Los ojos celestes de Margarita se dirigen en forma de pregunta a su invitada.

—No, gracias —responde esta última—. Creo que voy a dar una vuelta por el jardín.

—Permítame que la acompañe.

La pintora cierra su cuaderno y mete el lápiz en el muelle. Hace una inclinación con la cabeza y se va tras Camille con urgencia, aunque no sabe exactamente por qué. A sus espaldas queda la enigmática Margarita, con la guitarra entre las manos, una sincera sonrisa... y unos ojos que claman sangre.

...

El cielo queda nublado, pero no hace frío. Olga, que sigue ligeramente aturdida, agradece la ayuda de Camille y le pide que se quede haciéndole compañía si no tiene otra cosa importante que atender. Por lo menos durante un rato. Ella la conduce a un estanque en el que nadan unos patos. Se sientan en un —por supuesto— ornamentado banco de metal. Las formas circulares le recuerdan al agua que tienen frente a sí.

—¿Ha pasado algo? —cuestiona Camille, aunque sabe perfectamente lo que ha ocurrido.

—No estoy segura —responde Olga—. ¿Qué puedes contarme sobre Margarita?

Piensa la respuesta con cuidado. ¿Qué es lo que querría su señora que revele?

—¿Sobre algún aspecto en concreto?

—Cualquiera.

—Es... Es el ser más dulce que conozco. Siempre trata a cualquiera con amabilidad. Está casi siempre sonriendo, intentando hacer a quien la rodea feliz —pausa. Entrelaza sus dedos sobre la falda cobalto—. Sus padres fallecieron cuando la señorita era joven. Leo y Margarita se cuidaron el uno al otro desde entonces. Por supuesto mi padre, que trabajaba para la familia, y el resto del servicio hacían lo que podían para crear ambiente de familia. No llevo mucho tiempo al servicio de la señorita, pero sí he vivido aquí toda mi vida y puedo confirmarle que no sufrimos y que ambos son... diferentes a cualquier persona que haya conocido.

Hay algo que no le cuadra, pero apunta en cambio:

—La madre era pelirroja y no vi un cuadro del padre.

—El señor nunca quiso uno. Era tradición de la familia de su esposa. Además hubo rumores. Por lo que se cotilleó en la casa, la razón se lo dijo únicamente a su señora esposa, pero ella a nadie y el secreto murió con ellos —sus facciones muestran una felicidad nostálgica—. Según mi abuela, eran una pareja amorosa. Se querían mucho. Y a sus hijos también. —Sus ojos se abren como dándose cuenta de algo, como si hubiera dicho algo que no debiera. Carraspea. Olga no quiere interrumpir a pesar de que esa pausa le invita a hacerlo—. El señor Leo se dedica a las tareas legales y económicas de la casa. Aunque a la señorita Margarita se le dan muy bien los números y en ocasiones le ayuda. Pero la señorita dedica su tiempo a la música. No toca solo la guitarra, también el piano, el violín y está aprendiendo a dominar el contrabajo. Antes de dormir y después de- —se aclara la garganta—. Antes de dormir escribe los hechos más importantes o relevantes del día en un diario.

»Le gusta mucho cuidarse. Nada más levantarse de la cama, se asea y se echa lociones y cremas para luego maquillarse. También adora el agua. Según me contó mi padre, cuando era pequeña...

Olga escucha con atención las interminables anécdotas mientras el Sol se va ocultando tras las copas de los árboles y los patos del estanque alzan el vuelo para volver a sus nidos. Una brisa nocturna le pone los pelos de punta. Tiene la sensación de que algo la vigila. Un animal, probablemente. Cuando Camille se queda sin qué decir, acuerdan en volver. La cena se sirve en unas horas y Olga todavía tiene que poner sus ideas en orden.

***

Un retrato para MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora