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El retrato queda listo a las dos tardes; pero Olga accede con gusto a quedarse hasta completar las dos semanas. Es decir, tiene dos días de puro ocio en los que no piensa hacer otra cosa que compartirlos con Margarita. En realidad habría tardado menos en acabarlo, pero entre las miradas traviesas y sugerentes insinuaciones de su modelo, no podía trabajar todo lo serio que debería.

—Ya está —le había dicho a Margarita. Y a ella se le había iluminado el rostro—. ¿Quieres verlo?

Asintió. Se colocó junto a su pintora —ahora era suya— y se emocionó al contemplarse.

Estaba ella en el centro, en primer plano, tan realista que parecía tener vida. Sonreía ligeramente, había felicidad en sus ojos. Sus manos entrelazadas delante de la falda. Girada sutilmente hacia la izquierda y mirando a quien la mirara. Era una pintura llena de luz a pesar de las oscuras cortinas. La flor del jarrón parecía tener brillo propio, suave, tenue. Y el diván que tenía detrás, donde tantas veces se habían besado...

—Llevo tanto sin verme...

Olga no había reparado en la profundidad de aquellas palabras a penas audibles, pues la otra le había pasado los brazos por los hombros y le había besado con tanta intensidad y amor que había olvidado su propio nombre.

...

Olga acaricia el hombro desnudo de Margarita haciendo círculos invisibles con la yema del dedo índice. Apoya su mejilla en la cabeza de la morena y se queda mirando la chimenea apagada. Margarita se mueve debajo de ella. El movimiento le obliga a mirarla. Descubre una mueca en sus labios.

—¿De verdad tiene que irse, Olga? Podría quedarse aquí.

—Tengo, Margarita.

Aunque todo lo demás parece que se ha esfumado y que la dicha ha remplazado toda angustia, Emilio no ha desaparecido... por desgracia. No está en otro mundo. No ha nacido de nuevo. Ha yacido con Margarita en un impulso de necesidad, se da cuenta. Su vida no puede ser aquello. Tiene retratos que pintar, paisajes que vender. Un marido con el que hablar.

—Por lo menos unas semanas más —insiste Margarita en un tono infantil y haciendo un puchero—. Podría obligar a mi hermano a que pose. Siempre y cuando yo esté presente. No vaya a ser.

Una pequeña risa surge de Olga.

—No acostumbro a... estar con mis clientes. Es la única excepción, Margarita.

—Estupendo, entonces arreglado.

—Tengo que volver con mi marido —dice con tristeza—. No quedamos en buenos términos. Tenemos que arreglarlo.

—¿Qué ocurrió? ¿Fue un matrimonio concertado o por amor? —pregunta con suavidad, mimando la aureola del pezón con una uña. Olga siente escalofríos por todo su cuerpo debido al movimiento.

—Por amor. Pero nos precipitamos —explica—. No nos conocíamos lo suficiente. Y cuando empecé a conseguir encargos... A él no le gusta que vaya a casa de otros, sola especialmente hombres. A veces me quedo durante días, como es el caso. Y este no fue diferente, tuvimos una discusión. Dos semanas para él era excesivo. —Cierra los ojos, abandonándose al placer de su tacto, pero con el ancla del dolor de lo que va diciendo—. En el tercer encargo descubrí que era él quien me engañaba. Con una chica. Más joven que yo. Más guapa. De buena familia. Me aseguró que había acabado lo suyo, que había sido por los celos y que los celos eran cosa buena. Me culpó a mí de su ineptitud. Pensaba que me acostaba con mis clientes. Muchos lo intentaban, después de todo tengo una reputación de magnífica artista y servil a los deseos de los modelos. Pero era mencionar de quién era esposa y me dejaban en paz. A veces hasta me pagaban de más, todo para caer en gracia del periodista más famoso de la ciudad. Emilio... me creía, dijo. Pero su confianza no volvió a ser la misma y la mía tampoco. Fui a la iglesia, le conté mis problemas al cura, se lo conté a Dios en silenciosa plegaria pero-

—Los dioses no escuchan.

—No. A mí no.

—Ahora estás aquí —le planta un beso en la frente. Otro en la nariz, en la barbilla, en ambas mejillas y en los labios—, en mis brazos. Yo voy a tratarte como mereces, no como la mierda que has recibido.

—Margarita... —En sus ojos hay gratitud, dolor, duda, esperanza... una mezcla de mil emociones.

Entonces hicieron el amor tantas veces como sus cuerpos pudieron soportar. No solo el acto sexual, sino compartiendo tiempo en otras actividades. Ninguna había sido antes tan dichosa. Ni Olga en su corta vida, ni Margarita en sus eternos años de agonía.

Pero al mediodía del tercer día...

***


Un retrato para MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora