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—¿Qué es la caseta aquella solitaria?

Camille dirige su mirada hacia donde Olga señala, a través de la ventana del segundo piso.

—Ah, ahí guardamos los cuerpos.

Olga ríe, entendiendo la broma.

—¿Hay algo de esta casa que no me hayas enseñado ya?

—Bueno... es un secreto, pero como ya es círculo cercano a esta familia, se lo contaré —adopta un tono confidente mientras la conduce hacia el ala de las habitaciones—. Verá, Del Ópalo se construyó a las órdenes de un noble que tenía mucho poder pero era contrario a la corona del momento, el rey Raimundo. Para tener rutas de escape en caso de ataque de los afines al régimen, introdujo en los planos pasillos secretos que ahora son utilizados por nosotros, el servicio. Muchos palacetes y palacios tienen, pero ninguno tan intrincado como el de Del Ópalo. No son solo pasillos, también hay habitaciones donde antaño se guardaban los tesoros, las joyas más importantes. También hay aposentos con camas reforzadas en piedra en caso de incendios. La verdad es que es una obra maestra de la ingeniería y el secretismo. Le mostraré una de las entradas más comunes, venga.

Le guía hasta quedar en mitad de un pasillo, cerca de donde se ha alojado esos días.

—¿Mi habitación tiene...?

—No, es de las pocas que no tienen conexión. El señor tampoco podía tenerlas a todas conectadas, porque, si por algún casual descubrían una, entonces se caía toda la red. Solo las más importantes, las de la familia, algún que otro salón y una de invitados, por lo que pudiera pasar. —Empuja con mano experta la puerta camuflada y le hace señas a Olga para que la siga. El pasillo está iluminado por velas, por lo que casi no se ve por dónde pisa. En un momento dado, Camille se detiene y le señala un pasillo—. Por ahí se va a la habitación de la señorita Margarita. Ahora tengo que marcharme para ayudar en la cocina. ¿Quiere que le acompañe hasta la salida o prefiere investigar por su cuenta?

No lo duda.

—Preferiría no perderme. Te acompaño, gracias.

Vuelven sobre sus pasos. El frío se le incrusta en los brazos desnudos. Huele a cerrado y comienza a agobiarse por la falta de ventanas. Puede que esos pasillos sean lo único que está vacío, sin decoración, en esa casa.

Al salir, Camille hace una reverencia y se marcha. Olga se queda parada en el pasillo. La verdad es que siente mucha curiosidad. No debería, pero lo hace. Empuja el panel, como le ha visto hacer a Camille y se interna de nuevo en el oscuro pasillo. Camina lentamente con la mano derecha en la pared. Cuenta los pasos para luego saber volver.

A pesar de que le ha dicho que son frecuentados, no se cruza con nadie. O igual sí, pues está tan oscuro que podría pasar alguien y ella ni se enteraría.

Decide girar por el pasillo que Camille le dijo que le llevaba a la habitación de Margarita. A lo mejor le puede dar una sorpresa. Una sonrisa aflora ante la idea.

Cuando llega al final del pasillo, todo recto, y abre la puerta con delicadeza, se topa con una habitación desconocida. En lo alto, por un tragaluz, entra un débil rayo de luz que ilumina escasamente a través del polvo que flota en el ambiente. Es una habitación pequeña, de no más de dos metros de largo y de ancho, hexagonal, por lo que puede percibir. En las paredes hay sábanas grises o quizá blancas que tapan montañas de objetos de poca altura.

Se atreve a entrar en la salita. El corazón le comienza a latir a un ritmo más rápido de lo habitual. Quizá le está advirtiendo que salga de allí. Al lado de la puerta distingue un farolillo, así que vuelve al pasillo, coge una de las velas y lo enciende. Al instante la luz le reconforta.

Un retrato para MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora