14. 92 horas

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Cuando Nairobi terminó de habla abrimos la puerta y tuvimos que explicar parte por parte lo que había pasado, aunque claro que omitieron detalles para lograr justificar sus actos lo mejor posible pero al parecer los demás estuvieron de acuerdo.

Con ayuda de Helsinski y Denver dejamos a Berlín descansar en una oficina recostado en un sillón marrón de tres espacios, a Palermo, y echando afuera mi sugerencia, le quitamos la cinta de la boca y lo dejaron en una habitación de la planta baja.

Todos sabían que yo sería la encarga de cuidar a Berlín, solo hacía falta mencionar que era una orden del Profesor y todos sin excepción lo tomaban como ley, era sorprendente ver el respeto que le tenían, y el cariño. Pero ya habían pasado más de seis horas y él aún no despertaba y supuse que lo haría pronto así que bajé a una habitación cubierta donde tanto Berlín como el Profesor decidieron guardar el pequeño estuche de medicina,de hecho ya lo tenía en las manos, iba de nuevo con Berlín pero recordé la habitación de Palermo y decidí ir a visitarlo.

Giré la perilla y entré, Palermo seguía atado de pies y manos tendido en el suelo, al mirarme apartó la vista molesto. Cerré la puerta detrás de mi.

— Ya era hora de que llegara la reina de Inglaterra ¿vos estás contenta de ponerme aquí la concha de tu madre? — sonreí suavemente y me pare un par de metros enfrente de él.

— Yo no tuve que ver en eso, Nairobi es la jefa no yo —

— Si, claro, mientras yo estoy acá vos te codeas con las niñitas del matriarcado, vaya mierda — desvío la mirada

— Bueno no vine a escuchar tus quejas — soltó una carcajada — solo vine a decirte que Berlín está bien —

Ese tema si que le interesaba, levantó la cabeza y sus ojos negros estaban fijos en mí.

— ¿ya despertó? —

— No aún no pero lo hará, respira, el golpe no fue grave y su corazón late, todo parece estar en orden —

—¿Y así me dices que está bien? Necesito verlo, Londres —

— Casi matas a Tokio —

— ¡Por qué ella casi mató a Berlín, pelotuda! —

— Bien — respiré hondo y comencé a alejarme — te veo después —

— ¿Crees que me importa si vos venís acá con noticias? ¡Me importa una chota hija de las remil put —

Y cerré la puerta detrás de mi, él paró de gritar y cerré los ojos unos segundos. Seguía sin entender ese amor, no, esa obsesión tan marcada que Palermo tenía por él, pero como dije; lo intenté ayudar y todo ese tiempo creyó que lo estaba alejando de Berlín, así que no cometería ese error dos veces y simplemente me alejé de la habitación.

Subí las escaleras y giré a la derecha en dirección a la gran sala de espera de la oficina del  director del banco de España. Pero cuando entré Berlín ya no estaba recostado sino que estaba sentado sujetándo la parte de atrás de su cabeza justo donde Tokio lo había golpeado, me miró detenidamente.

— ¿Qué ha pasado? — tragué saliva y cerré la puerta detrás de mi sin dejar de verlo.

— Tokio y Nairobi tomaron el mando —  me acerque a una pequeña mesa y me recargue ahí.

— Dime que Tokio no es más que la soldado perfecta de Naiorbi —

— ¿Prefieres a una que a otra? — dejé el pequeño estuche rojo a un costado mío.

— Todos tenemos predilección por algo. En mi opinión y en el de la mayoría, Tokio jamás podría ser una líder — subió su mano a la nuca y sus dedos tocaron la venda, al alejarla ambos notamos que había sangre pero no pareció importarle y regresó a mi — ¿Qué dijo el Profesor? —

Un nuevo castigo [Berlín]Where stories live. Discover now