19. Dos días después

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Las horas pasaron rápido, ya no teníamos margen de error ni mucho menos tiempo para preocuparnos por "quién llevaba que cosa" "quién hacía que" "quien estaba a cargo de que" o simplemente un "por qué estabas haciendo lo que hacías sin preguntar a los demás" el enorme peso de una salida exitosa estaba sobre nosotros, pero para a algunos eso no era lo más importante.

Estábamos terminando de empacar el oro fundido pues nuestra salida maestra era un túnel que chocaba con las coladeras subterráneas, algunas antiguas que ya estaban cerradas, otras abiertas, había más de diez salidas y la policía no tendría forma de saber cuál era la que usaríamos.

Pero esa no era la pieza que la policía movería, atacarían nada más asegurarse de que todos los rehenes salieran y esa sería nuestra distracción para huir, sin embargo aún no era momento para eso aún teníamos algunos minutos.

— ¿¡Está todo listo!? — gritó Berlín mientras nosotros hacíamos el trabajo, sin duda los últimos minutos eran los más estresantes.

Y hasta donde la vara más fuerte podía quebrarse.

— ¡Qué nos llevamos el oro pa' casa! — apuntó Denver haciendo que al resto de nosotros nos contagiará su emoción.

— Está todo listo, solo esperamos la orden final —

Palermo se acercó hasta el hombro de Berlín para mencionarlo, si, las cosa dieron un pequeño giro; Nairobi ya no estaba a cargo y Palmero estaba libre para golpear a quien sea que le sacará de sus casillas. En dos días se había dado el cambio definitivo pero no estaba segura si era para bien o para mal.

— Todo va viento en popa — ahora Nairobi

— ¿Sincronizamos ya? — apunto Tokio

Todo teníamos un reloj de muñeca para asegurarnos que saliera todo al compás de las manecillas. Berlín se giró a vernos, estando enfrente de todos como el líder que era y Palermo a su lado; el segundo al mando. Miró su reloj, todos hicimos lo mismo.

— Hora de sincronizar; diez minutos. Es todo el tiempo que tenemos y debe de salir perfecto, sin error, apeguense al plan ¿Está claro? —

— Como el agua — ahora Río.

Seríamos unos idiotas si no estuviéramos nervioso pero es que esa sensación no ayudaba de nada. Los relojes estaban listo para activarse y empezar a contar, respiré hondo cerrando los ojos y lo escuché.

— Hora del show — Palermo era el principal culpable de sentir que haría todo mal. Los relojes corrían al mismo compás y él empezó a avanzar con pasos firmes — Ya saben lo que tienen que hacer; Berlín, Helsinski, Londres y yo estaremos dando salida a los rehenes, los demás quiero que cubran el camino y una vez dando la orden de salida quiero a todos saliendo de acá, sin mirar atrás porque de que nadie se quede me encargo yo ¡Ahora andando! —

Nos movimos, cada quien fue a sus puestos y nosotros cuatro fuimos al par de oficinas donde habíamos cerrado a hombres y mujeres, todos mezclados, yo iba con Helsinski. Abrí la puerta y estaban asustados.

— Bien, todo estará bien, salgan en fila y rápido — intentaba no gritarles a comparación de Palermo y es que con la grandeza de Helsinski ya tenían para estar aterrados y seguir órdenes.

Empezaron a salir uno por uno, entre a la habitación asegurándome de que no se quedará nadie, cuando salí de nuevo Palermo y Berlín se giraron a verme.

— Despejado —

— Perfecto, ahora a abrir las puertas —

Fuimos a la entrada principal. En términos de abrir y cerrar puertas la tecnología que utilizaban era sencilla, tal vez no para alguien primerizo pero no era mi caso, me había familiarizado con ese sistema más de una vez en México así que todo estaba controlado. Había un par de torres de concreto dónde nos cubriríamos y mirando mi reloj de muñeca indicando que aún faltan siete minutos apreté el botón.

Un nuevo castigo [Berlín]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora