Regla 13: No importa hacer el ridículo, lo importante es el amor.

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Me marché de la fiesta lo más rápido que pude, logré alcanzar un vuelo a tiempo en el aeropuerto. Decidí volver en avión ya que era la vía más rápida para llegar a la ciudad. Por suerte el vuelo no se retrasó ni tuve ningún percance a la salida.

Llegué a nuestro edificio en un taxi, y en menos de media hora, le había dicho al chofer que condujera lo deprisa posible, no me importaba tener un accidente. Subí corriendo por las escaleras del edificio, saltándome los escalones de dos en dos, no tenía tiempo de esperar el ascensor. Parado delante de la puerta de Ellie toqué el timbre, pero nadie me respondió. Volví a mi apartamento, con la esperanza de luego volver a llamar a su puerta.

Mientras abro mi puerta con mis llaves, echo un vistazo a la mochila que hay junto a mis pies, dentro hay un regalo para Ellie, le va a encantar.

Volví a tocar su puerta varias veces durante todo el día, pero nada, nunca hubo respuesta. Algo triste, bajé hacia la portería a preguntarle al portero si la había visto.

—Señor Parker, ¿no ha visto a la señorita Kline? —indagué con el hombrecillo.

—Sí, esta mañana la he visto salir cargada de cajas de libros, incluso la ayudé a llevarlas a su coche —me dijo él.

— ¿Se muda? —pregunté con tristeza.

—No sé, no me han informado nada de ello.

—Entonces, se esconde de mí —murmuré en voz alta.

El portero frunció el ceño, tratando de descifrar lo que había dicho.

— ¿Qué dice, joven? —me preguntó.

Yo lo miré distraído, pensaba que lo había dicho para mí y no en voz alta.

—Oh, no, nada. Gracias por la información.

Me marché a mi apartamento, después de volver a tocar el timbre de Ellie, nada, silencio absoluto.

Entré en mi casa y contesté el teléfono antes de que dejara de sonar.

—Diga.

—Ian, ¿lograste encontrar a Ellie? —era mi hermana Hanna.

—No, Hanna, ni rastro de ella. Estoy desesperado, no sé qué hacer. —Mi voz sonaba debilitada, el desespero me estaba matando, tenía tantas cosas que decirle a Ellie que guardármelas me estaba matando.

—Hermanito, hay que ver lo imbécil que eres, ¿no has probado llamarla a su teléfono?

—Pues claro que sí, y no me contesta —reviré mis ojos cansado.

Solo podía hallar consuelo comiendo helado de chocolate, retorciéndome de tristeza cada vez que pedía una pizza para mí solo, tratando de serenarme para no cometer la misma estupidez de dejarle una rosa delante de su puerta, era obvio que Ellie no quería saber de mí. Me sentía como un niño pequeño al que le acaban de robar su oso de felpa preferido, por no haberlo cuidado lo suficiente. Y no podía dejar de pensar en ella, en su cálido cuerpo cerca del mío, en su manera de hacerme sonreír con sus boberías y sus miedos, en todo lo vivido en estos días.

Me asomé por la ventana del comedor para respirar un poco de aire de ciudad mientras revisaba los posibles papeles que tenía a mi alcance para interpretar, entrecerré mis ojos cuando vi a una chica salir del portal del edificio. Era inconfundible, con su cabello negro revuelto, como cuando lleva días sin peinarse, si mismo pantalón de pijama de los ositos del cariño y una bolsa de basura en la mano.

— ¡Es Ellie! —grité y salí corriendo detrás de ella.

Solo cuando salí de mi casa y me fijé n las miradas de la gente puestas en mí, fue que me percaté del por qué me veían raro:

Primero: No llevaba ropa, solamente un calzoncillo blanco de corazones.

Segundo: Tenía restos de helado de chocolate en toda mi barbilla.

Tercero: Andaba descalzo.

Pero, lo más curioso de todos esos contras, es que no me importaban en absoluto. Tal vez en otro momento de mi vida, había regresado a cambiarme y entonces me hubiera declarado cuando estuviera presentable. En ese instante solo tenía ojos para la chica que se alejaba calle abajo con la bolsa de basura en las manos, ajena a todo el ridículo que estaba pasando. Sin perder ni un minuto, corrí tras de ella haciendo el payaso todavía más.

— ¡Ellie! ¡Ellie, espera, detente! ¡ELLIE! —grité con todas mis fuerzas.

Ella se giró con mi último grito. Tardó toda una eternidad en detenerse. Cuando me miró, levantó las cejas sorprendida, recorriéndome con la vista de la cabeza a los pies.

— ¿Qué haces, loco? Te arrestarán por exhibicionismo —parpadeó incrédula.

— ¡Tenía que alcanzarte! —resoplé.

—Ian, vas en calzones, podías haberte vestido al menos —recalcó, como si yo no supiera ya lo evidente.

—Ya lo sé, ¡pero llevas una semana evitándome! —me quejé alterado, sin ser consciente de que muchas personas se habían detenido para observarnos —. Necesitamos hablar.

—No creo que tengamos algo de lo que hablar.

— ¿Por qué? El molesto debería ser yo, yo fui el rechazado —dije con un hilo de voz recriminatorio.

—No te rechacé, simplemente no me lo esperaba.

—Si lo hiciste, entiendo que no soy exactamente tu tipo de hombre, y te has encargado de dejarlo bien claro durante el fin de semana, pero quiero que sepas que lucharé por ti, Ellie, porque me ames.

Ella me miró sorprendida. Agitó su cabeza antes de volver a hablar.

—No acabas de entender, Ian. Siento algo por ti, siento muchas cosas por ti, pero tenía miedo, y por eso huí.

Me quedé parado, sin apartar mis ojos de ella.

—Ese fin de semana junto fue lo mejor de toda mi vida. Ian, llevo enamorada de ti desde que te conocí. Si acepté ser tu novia de mentiras era para acercarme más a ti.

Las personas que nos miraban comenzaron a murmurar.

—Ellie, dame una oportunidad. ¿Qué me dices?

¡Dile que sí!, gritó de repente una mujer desde la calle. ¡El pobre, se arriesgó por ti!, añadió otra voz. ¡Bésala ya!, insistió otra persona.

Yo la miraba fijamente de un modo intenso.

—Necesito una respuesta, Ellie, estoy haciendo el ridículo delante de toda esta gente, incluso me estoy arriesgando a terminar en la cárcel. Si me vas a decir que no, mejor me voy… —dije, porque empezaba a ser consciente del sentido del ridículo estando en plena calle en calzoncillos. Y porque de repente tenía unas ganas terribles de lanzar algún objeto al aire.

—Ian, bésame —gruñó antes de posar sus manos en mi nuca y que sus labios chocaran con los míos con fuerza. Gemí sorprendido. Las personas a nuestro alrededor comenzaron a vitorear, pero lo importante era que había cumplido mi propósito y allí estábamos, besándonos en mitad de una acera ajenos a todo lo demás que nos rodeaba.

Hoy aprendí que siempre vale la pena arriesgarlo todo, así tengas que ponerte en ridículo; sobre todo, si la persona es el amor de tu vida.

13 Reglas para enamorar a tu Crush (Un Crush y varias reglas 1)Место, где живут истории. Откройте их для себя