6. Neblina.

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Luego de la tormenta de la noche anterior, solo habían quedado las nubes grises y el agradable clima frío de Resantra

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Luego de la tormenta de la noche anterior, solo habían quedado las nubes grises y el agradable clima frío de Resantra.

Al bajar me encontré con las señoritas preparando el desayuno, o su intento de ello.

El cabello de un carmín siempre intenso estaba salpicado con blanco. Si Ángela se disgustaba ante la idea, no lo hizo notar.

Nuestra nueva invitada mezclaba los ingredientes de su recipiente con la misma despreocupación.

──Buenos días ──nos recibió como si estuviera en su residencia habitual──. Estuve recordando algunas cosas la noche anterior, ¿y qué creen? Sé hacer panqueques.

Ángela asintió con una gran sonrisa de labios cerrados, como si fuera un descubrimiento a celebrar.

──Me alegro, ¿podrían indicarme dónde se encuentra Víctor?

──No lo sé, pero Yamato te estaba llamando ──comentó Ángela, mientras vertía el contenido en una sartén caliente, realizó una pausa para mostrarle a su compañera la forma correcta de esparcir la preparación, luego prosiguió──: Dijo que si te veíamos, que te avisaramos que tomaría su desayuno en el jardín.

──Bien, muchas gracias.

──¿Por qué no nos esperan ──propuso nuestra invitada── y así nosotras llevamos los panqueques?

──Buena idea, pondré a calentar el té ──acotó Ángela.

──No lo creo ──dudé ante la absurda cotidianidad de la escena──. Saldremos a resolver unos asuntos.

──Entonces a la vuelta ──Eloíse no detuvo su tarea, relevando a su compañera en la sartén mientras la otra ponía la pava a calentar──. Seguramente volverán hambrientos.

──Claro, luego quizás podríamos llevarte hasta el siguiente pueblo, no es mucho más grande pero tienen una estación de tren ──indiqué──. Podrías ir hasta ahí para averiguar si tuviste un boleto, desde dónde...

──Hay canela, Eloíse ──exclamó la pelirroja.

Cerró la puerta de la alacena con un innecesario estruendo, para alguien que nunca pisaba la enorme y antigua cocina, se movía con ella con mucha naturalidad.

──Échalo en el tazón, a estos los voy a espolvorear.

Viendo que no sacaría nada de provecho de esa charla, decidí abandonar el falso clima de comodidad de la cocina.

Si había algo más espeluznante que Ángela enojada, o Ángela en general, era ella tratando de ser amable.

Yamato me esperaba a orillas del río, crucé la explanada para encontrarla. Eran muy raras y especiales las ocasiones en que ella no vestía de negro, y esta no era una de esas.

──¿Crees que esté muy lejos?

Permaneció en cuchillas un momento más, al acecho, luego estiró sus piernas para ponerse de pie, su peluca brillando bajo la débil luz del sol.

──Podría estarlo, tenía la esperanza de que hubiera intentado cruzar el río y se muriera ──Observó el agua con cierto rencor.

Levanté la vista al otro lado, la nube gris que siempre cubría el pueblo se enredaba entre los árboles como una amenaza silenciosa, como un confidente sin lengua que no tendría problema en guardar todos tus secretos.

──Iré por el auto, si salió por la ruta siete lo encontraremos.

Yamato me observó con expresión tranquila, luego entrecerró los ojos.

──¿Qué hay de la chica? ¿Ya la enviaron a casa? ──inquirió en su usual voz plana.

──Víctor ──No se requirió acotar nada más.

──Hay algo que no me gusta en ella, lo que sea, es lo que está llamando la atención de Víctor.

Recordé su actitud esa mañana, tan cálida y agradable, natural al contrario de Ángela, yo no podía distinguir nada extraño detrás de su particular actitud, pero Yamato siempre había sido adepta a descubrir la verdad tras todos los quiebres en las máscaras que ocultaban la esencia de todas las personas.

Así era como lo explicaba ella.

──Debemos terminarlo nosotros ──dictó con la rapidez y seguridad de un verdugo.

──Será suficiente con mandarla lejos, antes de que él se inmiscuya más.

Víctor, por su parte, tenía una extraña personalidad y forma de funcionar, nunca dejaba sus emociones en un nivel medio, sus estados iban desde el pleno aburrimiento y arrogante indiferencia, hasta el interés desmedido al que le gustaba llevar siempre más lejos, eventualmente, todo terminaba por explotarle y obligarlo a volver a la falsa calma de la apatía.

──Hablaré con él.

──Yamato...

──Pon el auto en marcha, voy por nuestras cosas.

Y con eso la conversación dió fin, pero apenas sería el comienzo de todos nuestros problemas.

Revival +18Where stories live. Discover now