Parte 1

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Miraba por la ventana de un gran Landcruiser de Toyota, mientras esperaba que el largo y eterno viaje llegara a su fin, montado sobre una sillita de bebé, con todos los cinturones de seguridad protegiéndome.

De repente se detuvo el carro, y se abrió la puerta, mis padres me sacaron de la sillita y me dieron una pequeña, cálida y permisiva palmada en la espalda. -Anda a jugar ve a divertirte-. Dijeron. Mientras yo asentaba con la cabeza, ya que era un niño al cual debías robarle las palabras. Había llegado a la fiesta de cumpleaños de un primo que era un par de años menor que yo.

Parecía la típica fiesta infantil con payasos, globos, decoración, torta, etc. Yo estaba arriba jugando con mi primo cuando algo comienza a oler mal. Me asusté y luego me palpé, asegurándome que yo no era, un niño grande como yo no podía hacerse encima. Debía ser alguien a mi alrededor.

Pasaron unos minutos hasta que mi primo, el cumpleañero se puso de pie, y caminando como vaquero, con las piernas abiertas, fue hasta donde su abuela, que estaba platicando con personas cercanas a su edad. Le jalo de la falda y tan solo dijo una corta palabra. La señora interrumpió la conversación diciendo: -Perdóneme, Adrián se hizo encima tengo que ir a cambiarlo-. Y se retiró de la tertulia que estaban compartiendo.

Vinieron ambos y sin cerrar la puerta, ella acusándole con el dedo índice comienza a regañarlo, mientras lo agitaba de manera enérgica diciéndole: -Adrián, ya te he dicho que tienes que avisarme cuando tengas ganas, no cuando ya te has embarrado-.

Adrián bajaba la cabeza tratando de no establecer contacto visual con su abuela. -Vamos a cambiarte antes que te roces-. Y sacando fuerza lo alzo en brazos, seguido lo acostó sobre una mesa, al parecer la abuela de él no se percató que yo admiraba sin sentimiento alguno lo que estaba sucediendo.

Allí estaba yo, mirando a unos cercanos metros de ellos. Se veía como con gran profesionalismo le bajaban los pantalones, dejando observar el inflado y repugnante pañal, que sinceramente no me acuerdo la marca.

Adrián, inquieto. Comenzó a hacer pataletas típicas de un bebe revoltoso, agitando las piernas, la abuela con voz firme le dice: -¡Quieto o te doy tas tas! -. Mientras le agarraba firmemente las piernas. -Ahora quédate ahí-. Se separó un rato dejándolo solo sobre la mesa, mientras que este sollozaba de manera silenciosa.

La abuela por su parte fue a un cajón, que estaba alado de la cuna, saco los utensilios del cambio, y un nuevo, plegado y blanco pañal limpio. Se dirigió a la mesa donde yacía Adrián. Se acercó la abuela y con ambas manos desabrocho las cintas, creando un rasposo y débil sonido, parecía un fragmento de la más bella melodía musical.

Luego lo desplegó dejándolo ver en todo su esplendor tanto el sucio desechable con su contenido, como la desnudez de mi primito, cogió con un mano ambas piernas y las levantó, dejando ver los sucios y manchados glúteos. Seguido de esto con la parte delantera del pañal, que se hallaba limpia de heces, pero empapada, la cogió y firmemente la paso por detrás de los testículos, que era el punto de partida donde comenzaba la limpieza, todo recto hasta llegar casi a la espalda, haciendo así la primera pasada. Algo en mi cambio desde ese momento, en ese mismo instante cambiaron mis fantasías, ahora cada vez que cerraba los ojos pensaba en pañales, quería estar en ellos y ser cambiado, haría lo posible por hacerlo realidad.

Quitó el ahora aún más sucio desechable fuera del alcance del bebé, y prosiguió a limpiar con toallas húmedas muy meticulosamente, las partes que aún permanecían embadurnadas, e iba botando a la basura una por una, salían del empaque blancas y era desechada sucia como el color de la madera.

Una vez limpio, le bajo las piernas, abrió el nuevo pañal, y lo deslizo suavemente por sus glúteos como una fresca caricia, le espolvoreo algo de talco, doblo la parte anterior y cerró el pañal pegando las cintas. La misión se había completado. Le colocó de nuevo su pantalón. Lo bajo del altar donde ocurría la más grotesca y hermosa de las operaciones.

Todo siguió como de costumbre, seguimos jugando, pero cada parte de mi cuerpo quería experimentar esa indescriptible sensación. Adrián apartó la mirada, y en un momento de valentía, me puse de pie y caminé hasta alado de la cuna donde, estaban los pañales. Abrí la caja de Pandora, y dentro estaban, apilados de manera ordenada uno alado de otro.

Al sacar uno y observarlo oí un: -No no no no, eso no es para ti, tú ya eres un niño grande-. Mientras me arranchaban al tan anhelado pañal de mis pequeñas y frágiles manos. Me di la vuelta y era el papá de Adrián, mi tío. Puso el pañal en su lugar, cerró el cajón y me cargó en brazos, sacándome de la habitación.

Luego de horas en ese cumpleaños, regrese a casa, y antes de acostarme a dormir le dije a mi niñera, que quería usar pañales y que me consiguiera unos. Ella como siempre tan buena y permisiva me dijo que sí.

Días más tarde, cuando le pregunte: -¿Nana, y los pañales que te pedí el otro día? -.

-Le pregunte a mi hija, acerca de traerte unos y me contestó. "Para que le vas a poner pañales a él, si ya es un niño grande que no necesita de pañales"-. Dijo con la voz más tierna del mundo.

Estos fueron mis primeros acontecimientos y mi comienzo en el mundo ABDL.

Mi infancia en pañales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora