Capítulo 5. 2ºA

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Se adentró en un domicilio con decoración propia de los años ochenta, muy anticuada para los inquilinos que vivían allí. Seguía a su vecina Andrea, era enfermera y acababa de tener un hijo. Vivía en esa casa horrible de paredes amarillas con su marido Raúl, que también era enfermero.

—Pasa, pasa, chica. Siéntate ahí. Como si estuvieras en tu casa.

Nora se sentó en un sillón de cuero marrón que había al lado de un sofá estampado de flores. Observaba cada detalle de la vivienda con detenimiento. No podía comprender como gente tan joven podía vivir en aquella casa sin haberla adaptado a su estilo. Andrea se mantuvo de pie, alejándose hacia la cocina. Dejó a su hijo en el carrito junto a Nora.

—¿Quieres tomar algo para merendar? ¿Un café? ¿Unas magdalenas? Las he hecho yo esta mañana. O si quieres tengo bizcocho que me sobró de ayer. Me salió buenísimo —dijo mientras entraba en la cocina.

La cocina era un cuarto pequeño sin apenas espacio para cocinar, que se encontraba dentro del salón. Se entraba por un arco, por lo que Andrea podía seguir atosigando a Nora con sus preguntas desde allí mismo.

—No, gracias. Solo quiero un poco de agua, por favor.

Andrea se encogió de hombros. Cogió una jarra de agua de la nevera, llenó un vaso y en un momento preparó una bandeja donde depositó la jarra de agua, el vaso, un plato con cuatro trozos del bizcocho de chocolate que le había sobrado, además de café, leche, azúcar y dos tazas. Con todo eso se acercó y lo dejó en la mesita que había en el centro del salón. Cuando hubo hecho todo eso, se volvió y cogió en brazos a su hijo para sentarse en el sofá de flores.

En ese preciso momento apareció Raúl, se dirigió a la cocina para coger la fiambrera con la comida que le había preparado su mujer, se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

—Que te vaya bien el día, cariño —le dijo ella.

Él asintió y antes de irse acarició la mejilla de su hijo. Cuando cerró la puerta, las dos mujeres se quedaron solas en la casa. Lo extraño de lo ocurrido en el edificio flotaba en el aire, se podía casi oler. Nora cogió el vaso de agua y dio un trago. Andrea le ofreció de nuevo café y bizcocho, pero la joven lo rechazó con la cabeza.

—Bueno, tú te lo pierdes, chica —rio Andrea—. Oye, y tú ¿qué piensas de lo de anoche?

Nora dio otro trago. Iba a contestar cuando su vecina la interrumpió.

—Yo la verdad que estoy muy asustada. Además, con el crío pequeño, pues tú verás como estoy. Es que no me puedo explicar, vamos ni yo ni mi marido, como alguien puede entrar en el edificio, así como si nada, y matar a un hombre de esa manera. Es que estoy, vamos. No me quiero quedar sola por nada del mundo, veremos a ver como paso el día hoy. Estoy atacada. Creo que voy a llamar a mi madre para irme a pasar el día a su casa, porque esto yo no sé cómo va a acabar. Además, con la policía por aquí dando vueltas que si para acá que si para allá. Quita, quita. Yo me voy...

Nora asentía con la cabeza mientras Andrea iba hablando y poniéndose más nerviosa con lo que contaba. Se notaba que de verdad estaba afectada y que tenía miedo. No era para menos. Pero la verdad, es que Nora no intervino para nada en la conversación, aquello parecía un monólogo. Y efectivamente lo era.

—Yo, la verdad, que, si te soy sincera, creo que han podido ser los del 4ºB. El Juan y la María. No veas las peleas que tenían siempre. Cuando no era una cosa era la otra. Porque no se si sabes lo de los olores. Vamos que no sé cómo no te has enterado.

Nora hizo un gesto indicándole que algo sabía del tema.

—No me suelo enterar mucho de las cosas de la comunidad, como siempre estoy trabajando —le contestó.

Who did it? #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora