Capítulo 10.

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MAIA CARRIZALES.

Voy abriendo los ojos un poco confundida mientras me siento muy liviana, como si estuviera flotando en una nube muy cómoda.

Veo a alguien ponerse adelante mío, pero estoy tan mareada que no logro identificar de quien se trata.

El aturdimiento empieza a desaparecer y por fin logro ver con claridad a quién tengo adelante mío.

—¿Estás bien? —me pregunta Mauricio— ¿Recuerdas qué paso?

Veo a mi alrededor.

—¿En dónde estoy? —mi voz sale muy baja y ronca— ¿Qué paso?

—Estas en mi departamento —me contesta—. Perdón si no te lleve a tu departamento, pero te desmayaste y no pensé en levantar tus llaves.

Me intento levantar de donde estoy acostada, pero no puedo.

—No te muevas, sigues débil.

Me ayuda a acostarme nuevamente en la cama.

—Me siento mal —le digo—. Me duele el pecho.

Mauricio pone una mano en mi pecho.

Siento un calor muy pequeño en el pecho y el dolor desaparece.

—¿Mejor?

—Gracias.

Él aleja la mano y yo intento levantarme de nuevo, pero otra vez no puedo.

—Te dije no te muevas, sigues débil

No le hago caso y lo intento de nuevo.

—Tengo que irme —le digo mientras me ayuda a acostarme de nuevo—. Necesito...

—¿Las pastillas especiales? —me pregunta—. No te preocupes por eso, él o ella no te va a encontrar.

Lo veo sorprendida.

—¿Cómo sabes eso?

—Ah, bueno —él se muerde los labios—. Cuando caíste acostada en la calle, no sabía que te pasaba, así que use mi magia para saber que te sucedía y así supe que te pasaba y sobre esas pastillas.

Le voy a decir algo, pero siento un dolor insoportable en mi estómago y en mis costillas.

—Tranquila —me dice poniendo una mano en mi frente—. Vas a estar bien.

—Me duele.

Siento un dolor insoportable en todo el cuerpo.

—Lo sé —me dice—. Cierra los ojos.

Le hago caso y cierro los ojos, pero aun así veo una gran luz blanca.

—Ábrelos.

Los abro un poco aturdida.

—¿Qué hiciste? —le inquiero— ¿Por qué me siento mejor?

—Dormí a tu loba de nuevo —me dice—. Lamento si no puedo ayudarte más, pero mi magia no es tan poderosa y no puedo hacer mucho más que dormir a tu loba cuando intenta despertar.

—Está bien —le digo—. Gracias.

—No hay de qué.

Nos quedamos en silencio.

—¿Cuándo me podré ir?

—Si todo va bien, en cinco horas —me dice—. Tu cuerpo se necesita recuperar de todo el dolor que pasaste.

Nos volvemos a quedar en silencio.

—¿Por qué me ayudaste?

—Porque necesitabas ayuda.

ENTRE MIS GARRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora