Capítulo 15.

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MAIA CARRIZALES.

—¡Ah, no, no, no, no, no, señorita! —me regaña Mauricio cuando ve la ropa que voy a meter a la maleta— ¡No puedes usar esa ropa tantas veces, para algo fuimos de compras el otro día!

Lo veo desconcertada.

—Mi ropa no está tan usada y si así fuera, sería mi problema porque yo soy la que se la va a poner, no tú —le digo metiendo la ropa a la maleta—. Ahora deja de ser chismoso y sal de mi habitación.

Mauricio suspira y se sienta en mi cama.

—Bien, ya no voy a criticar tu forma de vestir, pero al menos lleva ropa nueva —me dice—. Vamos a viajar para divertirnos, no para encerrarnos en una habitación de hotel para ver películas en pijama.

Ok, eso me hace sentir mal, porque yo voy a Italia a encerrarme en un hotel para esconderme, pero Mauricio no lo sabe y cree que vamos a divertirnos y relajarnos un poco. Además de eso, no me siento cómoda con la ropa que compramos.

No me malinterpreten, me encanta la ropa que compramos, no hubo ni una sola cosa que no me haya gustado y todo lo que compramos es muy de mi estilo, pero después de lo que sucedió hace un año, empece a sentirme mal con mi forma de vestir.

La ropa que normalmente usaba empezó a incomodarme bastante, de hecho, todo esto empezó antes de escapar.

Cuando Nicolás empezó a abusar de mí constantemente, creí que se me vestía con ropas holgadas, descombinadas y que me cubrieran todo el cuerpo, él me seguiría teniendo secuestrada, pero al menos ya no me violaría.

Obviamente, me equivoqué rotundamente porque él siguió abusando de mí no importara como me viera, oliera o peleara para que no lo hiciera.

Cuando Cameron y Sarah me salvaron, me pidieron que me cambiara de ropa (que ellos me dieron) y eso me dio miedo, ya que a pesar de estar lejos de él y estar al lado de la persona que más confiaba en el mundo, no pude ser capaz de ponerme un simple vestido porque sentía que en cualquier momento cualquier persona (incluyendo a Cameron) podría hacerme daño.

Con el tiempo y con ayuda de la psicóloga, empece a ser capaz de poder ponerme un pantalón ajustado, blusas de manga corta, entre más cosas, pero aún sigo teniendo un problema con eso.

—Tienes razón —le digo.

—¿Entonces por qué sigues empacando esa ropa? —me inquiere emocionado.

—Me refería a que tienes razón a que vamos a divertirnos, no a la ropa —le miento.

Mauricio abre la boca sorprendido, pero luego la cierra.

🌗🌗🌗🌗🌗

—¡Vamos, Mauricio! —le digo— ¡Se nos va a hacer tarde!

—¡Adelántate! —me dice desde su habitación— ¡Yo te alcanzo luego!

Veo mis maletas.

—¡Bien! —me paro del sofá— ¡Pero no tardes!

—¡No prometo nada!

Ruedo los ojos, agarro mis maletas y salgo del departamento de mi amigo para esperarlo afuera del edificio.

MAURICIO CASTRO.

—Ella ya está abajo —le digo—. Lo más seguro es que ya este afuera del edificio.

—Ya esta afuera del edificio, la estamos viendo —me dice por el otro lado de la línea telefónica— ¿Recuerda lo que tienes hacer?

Suspiro con pesadez.

—Sí, lo recuerdo —le digo—. Está mal lo que estamos haciendo.

—¿Eso acaso importa? —me inquiere—. Además, ¿de qué te quejas? Vas a tener mucho dinero, bueno, al menos que ya no quieras que te lo demos.

Abro los ojos por eso.

—¿Qué? ¡No, no, no, no, no! —le digo rápidamente— ¡En serio necesito el dinero, además, fue parte del trato!

Lo escucho reírse de mí desde el otro lado de la línea.

—Era broma —me dice riendo—. Dios, fue bastante gracioso.

Ruedo los ojos por lo último.

—Sí, que gracioso —le digo irónico y después suspiro—. Pero sigo pensando que lo que vamos a hacer esta mal.

—A lo mejor esta "mal", pero es por una buena causa —me dice.

—¿Crees que ella se entere de esto?

—Eh... ¡sí! —me responde obvio—. Pero ya no te preocupes por eso y enfócate en tu objetivo principal, que es que Maia se relaje, se divierta y si es posible, que ya no tenga miedo por su forma de vestir.

—Por lo último no hay problema, cambie toda la ropa que está en su maleta sin que se diera cuenta —le informo— ¿Pero, Elías, cómo le voy a hacer para que se divierta? Tú la conoces y sabes que es demasiado difícil de convencer.

—Si... —lo escucho hablar—. Ese no es mi problema; te mando el dinero después, ¡suerte y bye!

Cuelga la llamada dejándome sin habla.

Guardo mi celular y suspiro.

Todo sea por Maia.

ENTRE MIS GARRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora