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El chico del elevador es tan confuso


Los días pasaban como si nada, y cada vez que me cruzaba con el chico del elevador ocurrían tres cosas diferentes:

1: Me evitaba por completo. Se sentía como si intentara fingir que yo era una especie de fantasma invisible o algo por el estilo.

2: Si me hablaba, lo hacía de manera súper cortante, hasta se podría decir que era grosero.

3: Su sonrisa ya no existía. Era como si el Seung de hace tan solo unas semanas se esfumara por completo.

Y hoy, que es un hermoso día de lluvia, iré a su departamento a afrontarlo... acompañada de una tarta de manzana. No lo hice antes porque no quería parecer una metiche y tal vez el problema no era conmigo. Pero luego de ver la diferencia de como trataba a los demás y como me trataba a mí, oh... definitivamente pude notar que el problema era yo.

Cierro la puerta de mi departamento con llave y camino hasta las escaleras. Se preguntarán por qué no voy por el elevador, bueno... se acaba de cortar la luz hace, aproximadamente, quince minutos. Y tal vez esa sea otra razón para ir a ver a Seung, tengo miedito de estar sola. Mientras con una mano sostengo la linterna y con la otra la tarta de manzana, subo hasta el siguiente piso sintiendo mis piernas temblar. No sé si por el frío o por el miedo, pero de que mis piernitas están temblando, pues lo están haciendo

Al llegar y revisar que todo esté despejado en el pasillo, corro hasta la puerta del departamento de Seung. Toco repetidamente para que me abra, pero nunca lo hace. ¿Estará en casa? Vuelvo a tocar... una... dos... tres veces. No, definitivamente él no se encuentra en su departam...

—¿Qué haces aquí? —susurra alguien en mi oído, haciéndome soltar un grito que podría oírse hasta Sudamérica—. Aish, Liane, mis oídos.

Me doy la vuelta con el corazón en la boca, y alumbro con la linterna el rostro del chico del elevador. Suelto un suspiro de alivio y bajo la linterna que alumbraba su cara.

—Me pegaste el susto de mi vida —confieso, llevando la mano con el celular a mi pecho.

Y por más extraño que parezca, creo haber visto una pequeñita sonrisa ladina asomarse en sus labios, solo que la borró muy, muy rápido. Me lo quedo mirando en el oscuro pasillo. Su cabello parece aún más negro y su piel mucho más pálida que de costumbre. En su rostro, hay una expresión que todavía no he llegado a ver nunca en él; su ceño fruncido y su mandíbula apretada delatan su enojo.

Abro la boca para decir algo, pero él se me adelanta al preguntarme de manera seca:

—Volveré a repetirlo, Liane, ¿qué haces aquí?

—Y-yo vine a traerte esto —extiendo con cautela la tarta de manzana.

Seung mira la tarta al tiempo en que cruza los brazos sobre su pecho, levanta la mirada hasta encontrarse con mis ojos, y niega con la cabeza, un gesto que me hace confundir muchísimo «¿eso quiere decir que no la aceptará o qué?».

—¿Qué haces realmente aquí, Liane?

Lo miro con sorpresa. Enarca una ceja y levanta un poco el mentón en la espera de mi respuesta «uy, se ve intimidarte, da miedito». Exhalo derrotada y lo apunto con la linterna en la cara para decir:

—Pues, Seung, te he notado raro estos días y venía a saber qué es lo que te ocurre —mi voz se oye calmada, aunque su extraño y repentino cambio de actitud siga desconcertándome.

—Primero, baja eso —dice, tapándose con la mano un poco los ojos. Ups. Me apresuro a bajar el celular, y Seung prosigue—: Segundo, ¿a qué te refieres con raro? Estoy perfectamente bien.

Me enamoré de un ¿medio coreano?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora