Capítulo 1: Su voz

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El avión aterriza, se escuchan aplausos y yo termino amargada porque me despertaron, y porque apenas despertar no termino de entender nada de lo que ocurre a mi alrededor

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El avión aterriza, se escuchan aplausos y yo termino amargada porque me despertaron, y porque apenas despertar no termino de entender nada de lo que ocurre a mi alrededor.

Libero un gruñido ligero y luego me levanto del asiento, haciendo mucha más fuerza de la debida en los reposabrazos. Al menos no les hago ningún daño.

Me paso la manga de la blusa por la boca al pensar que seguramente estuve babeando al dormir. Descubro que tengo encima la mirada de la chica magnética, y siento que estoy a nada de enrojecer por la vergüenza. Puedo sentir el calor acumulándose en mis mejillas, debajo de mi piel, esperando a mostrarse en ésta.

Pero primero muerta a que eso pase.

La joven desvía su vista hacia su cabello anaranjado, como si no hubiera nada mejor que ver. Confirmo que de hecho no hay nada mejor que ver cuando miro a mi alrededor y lo único que hay son personas bajando sus maletas. Me doy cuenta de que me estoy quedando atrás, y solamente me queda cruzando de brazos al descubrir que no puedo salir al pasillo porque hay mucha gente.

Qué estrés, no me esperaba que llegar a Roma se sintiera así.

… ¡Claro, estoy en Roma! Es hora de sonreír, mis sueños se cumplieron.

Esto está pasando de verdad.

Me fuerzo a sonreír hasta que el pasillo se descongestiona, y en las filas solamente quedamos la pelirroja y yo. Le hago una seña para que pase, aunque ella se rehúsa a moverse. Niega con la cabeza y yo no sé cómo negarme a aquello, solamente sé que lo quiero hacer. Y a la vez no lo quiero en lo absoluto.

—No, pasa tú —pronuncio con cierto temor. En esos ojos negros y casi infinitos se forma una ligera chispa. De nuevo me regala una leve sonrisa con esos labios rojizos que pierden pigmento apenas se curvan.

Siento sabor a azúcar y prefiero pensar que es más cuestión del escenario que de la persona.

Ella baja su maleta, convenientemente colocada al lado de la mía; luego imito sus acciones y bajo del avión por fin. No sé exactamente qué es distinto en el aire, pero aquí se siente bastante más respirable, e incluso tiene un aroma un poco más agradable. Quizá es olor a sueños, o quizá estoy loca.

Apuesto todo mi dinero a que es la segunda opción.

Sonrío al recordar que por primera vez la apuesta es mayor a veinte dólares, qué gran milagro. Amo mi vida. Amo todo.

Y por primera vez lo digo completamente libre de sarcasmo; o sea… ¡Estoy en Roma! No hay razones para no amar la vida cuando estoy en el lugar en el que quiero estar desde que tengo memoria.

Aunque ahora que lo pienso, casi no tengo memoria de nada. Apenas y sé qué pasó ayer.

¿Desde hace cuánto tengo memoria y por qué lo único que hago con ella es perderla?

Concéntrate, Bee.

¿Pero en qué me concentro?

Debería concentrarme en conseguir un taxi.

Vuelvo a ver a la joven de los ojos negros en la calle, extendiendo la mano hacia el cielo y hacia la calle al mismo tiempo. Un taxi se detiene y ella hace amagos de subir a éste, aunque algo la detiene a los pocos segundos de que baja la mano. Quizá notó mi presencia.

No, debería volver a considerar la opción de que estoy loca, sobre todo porque esa es la más lógica.

—Puedes subir tú también, si quieres —Me dirige la palabra. Creo.

Ahora quien guarda silencio soy yo.

Simplemente me dirijo hacia ella y hacia el vehículo, y subo a éste. Ella toma asiento justo después de que yo lo hago, y luego saca su celular. En el mejor de los casos, solamente está revisando alguna dirección, o avisando que llegó con bien. En un mal caso, me está evitando.

Espero que no sea el mal caso, porque por alguna razón eso me causaría mucho más dolor del que debería.

Ella muestra la pantalla al conductor y él asiente; supongo entonces que era una de las opciones buenas, que simplemente estaba revisando dónde se iba a hospedar.

Miro de reojo a su pantalla y termino dándome cuenta de que el Universo está conspirando, y no tengo idea de si es en favor o en contra mío.

Y es que ella se está hospedando en el mismo hotel que yo.

—¿Usted a dónde va, signorina?

—Exactamente al mismo lugar… —susurro en el momento, arrastrando la voz. La pelirroja tensa los labios como si algo le molestara.

Maldita sea, creo que le caigo mal.

El viaje transcurre en un silencio total que incluso me asusta. Lo detesto. Necesito hablar… pero no puedo hacerlo, como si estuviera completamente bloqueada.

Creo que nunca me fue tan difícil hablarle a alguien, y me doy asco porque esto me esté pasando justo ahora.

Lo bueno es que seguramente después de esto no volveré a verla, y seguramente ella no recordará que estuve actuando de forma increíblemente vergonzosa.

Llegamos al hotel una al lado de la otra, y también una al lado de la otra hicimos el debido check-in, terminando por irnos al mismo tiempo para, una al lado de la otra, subir al mismo ascensor e ir al mismo piso.

Esto se pone más raro cada vez, y no sé qué tanto me agrada o desagrada.

Entonces, caminamos por exactamente el mismo pasillo y nos detenemos juntas justo en frente del mismo cuarto. Respiro profundo, confundida.

—Sigue caminando —pronuncia ella. Su voz ahora suena más grave, y está hablando más lento, como rogando a que yo la entienda.

—¿Por qué? —cuestiono, poniéndome firme también aunque sus ojos de oscuridad traten de hacer temblar mi garganta—. ¿Por qué debería?

—El cuarto es mío —dice, encogiéndose de hombros, simplemente esperando a que me vaya y ya.

Pero a mí me dieron esta habitación.

—No, el cuarto es mío —digo, mostrándole la llave.

Ella suspira de forma pesada, con cierto hartazgo, como si estuviera molesta ya desde antes.

¿Cómo puede estarlo, si apenas llegó? No hay nada aquí que pueda enfadarla; quizá solamente yo.

Como si yo tuviera alguna importancia.

—De acuerdo, pasa. Voy a llamar a la recepción por mientras, a ver si se puede hacer algo.

Asiento de forma lenta y cruzo la puerta, sin hacer ninguna pregunta. No quiero enfadarla más.

 No quiero enfadarla más

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