Capítulo 10: Sus halagos

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La noche es ya muy oscura cuando la carretera termina y sabemos que estamos por entrar a Venecia

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La noche es ya muy oscura cuando la carretera termina y sabemos que estamos por entrar a Venecia. Al menos las estrellas están para darnos cierta orientación; y también para eso están las luces de nuestros teléfonos, iluminando el suelo que pisan nuestros pies, y de vez en cuando también lo que está enfrente de nosotras, que de vez en cuando tratamos de adivinar qué tan lejos se encuentra nuestro destino.

Esbozo una sonrisa de triunfo al por fin pisar las aceras de las calles de Venecia. Guardamos los celulares al haber ya iluminación de farolas y tratamos de no emocionarnos demasiado para no aumentar la velocidad o dar brincos, puesto que el suelo bajo nuestros pies se siente… bastante húmedo.

Es difícil no resbalarse; de vez en cuando siento que estoy a punto de caerme, y detesto la sensación, porque con ello viene un gusto apresurado a hacer el ridículo. Un gusto similar al del tiempo perdido, pero un poco más salado que ácido. No soy capaz de encontrar un punto de comparación, solamente puedo decir que es desagradable, y que lo odio.

Pero al menos existe un sabor bueno; existe también ese precioso sabor dulce en las carcajadas de Honey; y es que ella parece tener una visión bastante diferente de lo que es hacer el ridículo. Quizá porque ella solamente tiene el momento en la cabeza y no un sabor que se le quedará pegado en la lengua por horas y, tras irse, volverá cada pocos meses.

Ella no cae, aunque de vez en cuando la siento aferrarse demasiado a mi mano y escucho cómo las suelas de sus zapatos se resbalan, el sonido alargándose por poco menos de un segundo, aunque su cuerpo apenas y lo haga. El sonido sabe a limón; el problema es que el sabor es demasiado fuerte, como el volumen de ese chirrido. Es imposible no poner mala cara, la cual espero que no se note; siempre es incómodo explicar a la gente que le encuentro sabor a los sonidos, sobre todo cuando no me creen.

Llevo un rato queriendo aprender a disimular cuando algo me sabe mal.
Trago saliva, aunque en este momento su gusto sea desagradable, y me apresuro a dejar salir una pregunta que hace rato me da vueltas dentro de la cabeza:

—¿Dónde vamos a quedarnos?

Ella se detiene al parecer darse cuenta de algo. De repente me dan ciertas ganas de reír; su expresión es hilarante y sabe a chocolate.

—La verdad… no tengo idea —Termina por admitir, poniendo una mano en algo a la vez que la otra se cuela con premura hacia el interior de su bolso. Veo su muñeca moverse en la búsqueda de algo; asumiré que la del aparato. Yo imito dichas acciones, aunque mirando al interior del bolso para acelerar un poco la llegada del fin de la búsqueda.

De una u otra forma, ella encuentra su teléfono antes de que yo pueda hacer lo mismo con el mío. De todas formas lo sigo buscando solamente para asegurarme de que sigue allí. Los sabores ácidos desaparecen de mi boca casi cuando libero un suspiro de alivio. Todavía tengo mi teléfono.

Honey mira a la pantalla con bastante atención; los resultados de su búsqueda en Google se reflejan en sus ojos oscuros, que en este momento parecen ser casi un espejo. Aprieta los labios mientras desliza, como si la decisión fuera difícil.

HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora