Capítulo 5: Su invitación

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Honey parece estar molesta, aunque de hecho esta vez aquello no me causa ningún nerviosismo

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Honey parece estar molesta, aunque de hecho esta vez aquello no me causa ningún nerviosismo. Siempre se le nota así de tensa, y considero que justo ahora tiene muchas más razones para encontrarse de tal manera; incluso yo estoy empezando a desesperarme por la larga fila que hay fuera del Coliseo Romano. Solamente espero que valga la pena soportar esto, por cuanto tiempo sea que dure.

Suspira. Yo la imito de forma involuntaria; supongo que nuestro nivel de cansancio es bastante similar, aunque al menos yo estoy haciendo ese difícil esfuerzo que es sonreír.
Me estoy cansando de ello. Suspiro otra vez y saco el teléfono; gruño al notar que apenas puedo ver la pantalla y que no tengo idea de qué estoy tipeando en mi archivo. Seguro que, en cuanto pueda verlo bien, voy a echarme a llorar porque no entenderé ni una sola palabra de las que he escrito.

La pelirroja se pasa la mano por el cabello, se limpia el sudor con la manga del suéter —¿por qué usa uno cuando estamos a mitad del verano?— y se inclina hacia mí con una velocidad moderada, pero que de una forma u otra da la impresión de ser algo lenta. Su expresión tiene algo que me parece distinto de lo usual, aunque no puedo distinguir exactamente qué es, y tampoco hago mucho esfuerzo para descifrarlo.

—Es muy bueno —murmura, en sus finos y hermosos labios surgiendo una pequeña curvatura que los míos imitan casi en el instante, con una cierta pizca de obligación a hacerlo; esa que les trajeron los latidos de mi corazón.

—¿Qué cosa? —pregunto, esperando que suene como algo genuino en vez de como una interrogación hecha de pura vergüenza.

—Ya sabes, lo que escribes —Su voz suena calmada, suave, y tiene ese hermoso sabor a miel de abeja. Extraño ese regusto; hace mucho que la única miel que consumo es la de maple.

No tengo idea de qué pronunciar, y no sé si esa imposibilidad de separar mis labios para decir algo es culpa de ese nerviosismo que me invade, el regusto a miel pegándome las muelas como hacían las paletas que comía de pequeña, o simplemente de mi poca capacidad de reacción a los halagos.

—Gracias —pronuncio de una forma tan firme y seria que incluso parece falsa. Ella no dice nada más.

—¿Te gustaría salir a comer o algo después de esto? —cuestiona de la nada; o al menos a partir de lo que yo consideré la nada—. Una amiga que ya ha estado por aquí antes me recomendó un lugar anoche. Dice que es más un bar que un restaurante, pero que el ambiente es bastante bueno.

—Supongo… que está bien —murmuro, nerviosa. Me siento estúpida, como ya me es costumbre.

Desearía poder hablar normal cerca de ella.

El silencio se apodera de nosotras por un momento mientras seguimos caminando, con algo de alivio, puesto que la fila avanzó con cierta rapidez. Eso sí, al tratar de contar la cantidad de personas que hay delante de nosotras, descubro que de todas formas termino por perder la cuenta después de un rato. Siguen siendo muchas; demasiadas. Seguro tardaremos otros treinta minutos. O lo que sea que llevemos en esta fila; tampoco tengo mucha noción del tiempo que hemos estado casi detenidas entre esta multitud.

HoneyWhere stories live. Discover now