Epílogo

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Regresar a casa no se siente tan deprimente como pensé

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Regresar a casa no se siente tan deprimente como pensé. No suspiro de pensar cuando mi madre viene a recogerme al aeropuerto, ni me paso todo el tiempo con los ojos cerrados imaginando cómo serían las cosas si todavía estuviera en Italia.

Quizá porque lo que más disfruté del viaje es algo que todavía puedo tener estando en esta ciudad.

Quizá porque ya no tengo la sensación de estar atascada aquí con una vida que no me gusta; de hecho me gusta cómo sopla la brisa cuando vuelvo, aunque se sienta extremadamente diferente a como se sentía en Roma. Me gusta la forma en la que brilla el sol. Me gusta que justo ahora no me siento atrapada ni me lamento de nada.
Sonrío al dejar la maleta en la cajuela y recordar lo que hay dentro; luego por fin me dan ganas de subir al asiento del copiloto. Mi madre toma el volante justo después de darme un abrazo más, el más apretado de todos. Le sonrío.

—¿Qué tal te fue? —pregunta, bajando un poco el volumen de la radio. Y si bien me cuesta demasiado tragarme las palabras, no le reclamo por no dejarme escuchar aquella canción que tan bien se escuchaba.

Me encojo de hombros y respondo la pregunta con el tono entusiasta que me trae el recuerdo de un beso con sabor a miel:

—¡Bastante bien! Roma es un lugar increíble; me gustaría que hubieras estado allí, la verdad. Igual creo que te gustarán las fotos que tomé —De una forma u otra, me sorprende hablar tanto.

Ella sonríe en respuesta y asiente con la cabeza. No entiendo muy bien su gesto.

—¿Y con quién venías? —cuestiona; asumo que se refiere a la pelirroja. No había nadie más cerca de mí cuando ella llegó.

—Se llama Honey, la conocí en el viaje —Trato de dar una respuesta corta y medianamente falta de emoción; no tengo muchas ganas de comentar el romance con alguien que todavía podría considerarse una desconocida para mí; sobre todo porque estoy hablando con mi madre, que con toda seguridad me dará un sermón de lo peligrosa que podría ser mi decisión.

Pero la boca me sabe a miel de repente, y sabe tan intenso, y es tan difícil no describir lo bello de ese gusto y todo lo que significa para mí…

Termino por hablar:

—Es… mi novia, o algo así. No hemos definido bien qué somos, pero la quiero. Y parece que ella me quiere de vuelta.

Mi mamá simplemente sonríe con cierta ternura; parece sentirse genuinamente feliz por mí.

Quizá me equivoqué con su reacción.

Y claro, es que llevo tanto tiempo sin novia que mi mamá termina estando más alegre que yo cuando por fin consigo a alguien con quien podría compartir el resto de mi vida.

—¿Se volverán a ver? —pregunta, con la voz suave, bajando un poco su tono como si aquel cuestionamiento fuera algo prohibido por alguna razón.

—Está en los planes —comento.

Ella me mira de reojo y no desvía la vista hasta haber terminado de dirigirme la palabra:

—Estoy feliz por tí.

El silencio que sigue es tan cómodo que me gustaría vivir enredada en aquello por siempre.

Un mes entero pasa y noto que el término de mi descanso y la vuelta a la normalidad que antes me agobiaba no me han causado ningún tipo de pesar

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Un mes entero pasa y noto que el término de mi descanso y la vuelta a la normalidad que antes me agobiaba no me han causado ningún tipo de pesar. No necesito tomarme un tiempo para procesar nada, solamente unos segundos cada cuanto para responder a algún mensaje de Honey.

Los caramelos de miel empiezan a terminarse y algunas paletas de cereza ya también han salido de su bolsa. Y es que tengo la mala costumbre de comer mientras hago cualquier cosa; en especial escribir.

Logré terminar el manuscrito después de muchas charlas que me resultaron inspiradoras, con frases bonitas que ella me dejó robar para ponerlas entre las páginas de esa historia tan parecida a la nuestra. Ahora estoy solamente esperando la respuesta de la editorial, aunque algo en el fondo del corazón me diga que no debería; que me van a rechazar.

Pero no me importa mucho, porque sé que habrá alguien para sostenerme, y que ese alguien siempre estará a un mensaje de distancia.

Aunque también puede estar a una distancia un poco más corta, y es lo que me demuestran los golpes en la puerta que se han convertido en un ruido muy suave al entrar a mi habitación; y que me demuestra también el sonido de los zapatos de mamá cuando se acerca a mi cuarto y toca la puerta, la cual abro.

—Tienes una visita —Me dice antes de guiñarme un ojo, lo cual me parece casi hilarante.

La sangre se me sube a las mejillas y me surgen ciertas ganas de llorar.

—¡Ya voy! —pronuncio de forma muy firme para luego echarme a correr escaleras abajo, esperando que la visita de la que me habla mi progenitora sea la persona en la que justo ahora estoy pensando.

Entonces llego a la puerta y en la lengua siento el empalagoso sabor de la miel.

Sonrío con los labios cerrados y, entre lágrimas, abrazo a Honey, que parece estar también conmovida.

—¿Te gustaría salir? —pregunta, y yo no sé a dónde quiere ir, pero sí sé que podría seguirla hacia cualquier rincón del mundo. Hasta ese punto la quiero.

—Claro que sí.

Mi madre no pone peros, por lo cual nos alejamos de mi hogar, decididas a seguir construyendo nuestro tan anhelado final feliz.

Mi madre no pone peros, por lo cual nos alejamos de mi hogar, decididas a seguir construyendo nuestro tan anhelado final feliz

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HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora