Capítulo 2: Sus reglas

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Sus labios se tensan, y los míos imitan esa acción de forma casi simultánea

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Sus labios se tensan, y los míos imitan esa acción de forma casi simultánea. La chica se ve más molesta conforme pasan los segundos, y eso me deja estresada. Respiro profundo, esperando a que ella me dé alguna información, aunque sigue pegada al teléfono, enredando el cable en uno de sus dedos como si eso pudiera evitarle más estrés.

En algún momento sus labios se separan, pero sus dientes siguen unidos. Su mandíbula está apretada. Gruñe a la vez que cuelga el teléfono de forma rápida. Le empieza a temblar un ojo a la vez que sus manos se vuelven puños. Termina golpeando la mesita de noche y yo empiezo a temer por mi vida.

Ojalá no deba quedarme en este cuarto con ella por mucho tiempo.

—¡No pueden hacer nada, dicen que ya no tienen más cuartos libres! —exclama, y luego libera un chillido, tirándose en la cama y gruñendo contra la almohada.

Luego se levanta de allí y, con un poco más de calma en la voz, pronuncia su conclusión; la conclusión más obvia del mundo—: Tendremos que compartir el cuarto.

Yo respiro hondo y asiento con la cabeza; me mantengo en silencio por alguna razón que desconozco y que, la verdad, me da miedo, porque usualmente no sé cómo quedarme en silencio.

—De acuerdo, estas son las reglas —continúa la joven, y la interrumpo casi de inmediato.

—¿Va a haber reglas? —cuestiono, arqueando una ceja y poniendo mis manos en mis caderas.

—Casi no es nada, solamente unas cuantas cosas. También puedes añadir reglas tú, claro, la cosa es que estemos de acuerdo con todo lo que se concluya.

Asiento con la cabeza y le hablo de nuevo.

—Adelante, ¿qué propones?

Ella alza un dedo, supongo que para enumerar todas sus propuestas.

—Primero que nada, vamos a dejarnos en paz la una a la otra, ¿bien? Estaremos cada una en un lado del cuarto, en nuestra propia cama, vamos a molestar a la otra lo menos posible y vamos a ir y venir de aquí de forma individual, como si estuviéramos solas, ¿de acuerdo?

—Está bien, pero… —Arrastro la voz por razones que ni siquiera yo termino de entender—. Solamente hay una cama —Termino de hablar.

La pelirroja abre un poco más sus ojos negros, con ellos examinando toda la habitación como si no creyera que estoy diciendo la verdad, o como si no quisiera que esa fuera la verdad. En algún momento su mirada se clava en un punto específico y esboza una sonrisa pequeña con sus labios pálidos y delgados.

Qué bonitos labios tiene.

—Pero hay un sillón; tú dormirás allí —pronuncia con cierto entusiasmo, colocando una mano en sus caderas mientras la otra apunta al mueble blanco tan cercano a la esquina de la habitación.

—¡¿Yo por qué?! —reclamo casi de inmediato, como en un acto reflejo.

En realidad no tengo ningún problema con dormir en el sofá; podría incluso dormir en el piso. Pero lo que no puedo hacer es dejar que una desconocida me dé órdenes. No le dí ese permiso ni siquiera a mi mamá.

Sí, soy rebelde, ¿y qué?

—De acuerdo, podemos tomar turnos. Pero yo quiero la cama para hoy, estoy cansada.

Asiento con la cabeza y me quedo en silencio. Otra maldita vez.

Esta no soy yo.

—¿Qué más propones?

—Creo que todo lo que pueda decir ya lo englobé en la única regla —murmuró, encogiéndose de hombros.

—De acuerdo, me agrada. Todo bien. ¿Puedo proponer algo yo? —Sonrío.

—Ya te había dicho que sí. Te escucho —dice, con la voz suave.

—Ambas deberíamos tener la cama —pronuncio, reteniendo la risa. Ella se ve confundida.

A los pocos segundos parece captar que le estoy coqueteando y enrojece.

—¡No! —exclama de forma incluso divertida, a la vez que me lanza una almohada.

—No me dolió —La reto, y me lanza otra. El impacto se siente más fuerte, pero de todas formas vuelvo a pronunciar—: No me dolió.

Chilla de nuevo y me lanza las últimas dos almohadas. Tomo una de esas y le doy un golpe con ella, en la cara. Parte de su maquillaje se queda pegado en la funda blanca.

Ella se acerca a tomar otra y me golpea de regreso. Me empiezo a reír a la vez que me acerco a ella, con la almohada frente a mí para usarla como un escudo. Ella empieza a retroceder y termina por caer de espaldas hacia la cama, sacudiendo los pies como si desesperadamente quisiera encontrar el piso con éstos. O bueno, con la punta del tacón de sus botas.

Ambas seguimos riendo, aunque me es inevitable pensar que quien más se está divirtiendo soy yo, que sigo avanzando y me tiro en la cama también. La almohada se escapa de entre mis manos y no sé exactamente dónde quedó; estoy bastante más concentrada en la forma en la que los ojos de esta chica se cierran cuando ríe a carcajadas, y cómo sus mejillas siguen con un tono rojizo y hermoso que poco a poco se empieza a esfumar, volviendo a dejar ese tono pálido, casi blanco.

Qué linda se ve.

Luego me doy cuenta de que nuestros rostros están muy cerca, de que ella está debajo de mí en la cama y que yo sigo resbalándome como si mis brazos no tuvieran fuerza para alejarme un poco de ella.

Seguramente, si hubiera testigos, ellos dirían que esto se ve raro. Y homosexual.

Porque es raro y homosexual, probablemente.

La chica abre los ojos, los cuales tienen un brillo que tiembla en el momento en el que ella también se da cuenta de lo raro de esta posición. Ambas carraspeamos y volvemos a estar de pie sobre el suelo.

Estoy nerviosa.

Me volteo de nuevo hacia ella para intentar hablarle de nuevo:

—¿Te gustaría ir a algún lado? Digo, solamente si quieres —pronuncio con la voz algo débil, como si no estuviera segura de lo que digo.

—Eso sería romper mis propias reglas —Nota, cruzándose de brazos.

—A mí me gusta romper las reglas —pronuncio de forma juguetona, encogiéndome de hombros y esbozando una sonrisa.

Ella me mira de nuevo, imitando mi gesto.

—Está bien, ¿qué propones?

—Está bien, ¿qué propones?

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HoneyWhere stories live. Discover now