Capítulo 9: Su curiosidad

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Estoy sentada en el asiento del copiloto, y de vez en cuando mi mirada se desvía para ver a la conductora, de la cual sus ojos adquieren un brillo especial —¿un brillo oscuro?— cada vez que los baña el sol

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Estoy sentada en el asiento del copiloto, y de vez en cuando mi mirada se desvía para ver a la conductora, de la cual sus ojos adquieren un brillo especial —¿un brillo oscuro?— cada vez que los baña el sol. Tiene una mirada tan preciosa como el resto de su ser; con un sabor casi tan agradable como el que tiene su voz justo ahora, al hablarme un poco sobre su familia y sobre sus amigos de la universidad.

Lo digo mucho, pero no me importa hacerlo de nuevo: Amo mucho el sabor a miel; y lo amo más cuando lo siento inundarme la boca gracias a ella.

Aunque justo ahora el sabor del azúcar se siente algo distante; necesitaría tener sus labios un poco más cerca para sentirlo de la manera en que yo lo deseo.

Definamos «más cerca» como que los necesito presionados sobre los míos.

El sabor actual y la imaginación de tener más de ello es lo que hace que me empiece a relamer los labios, a pesar de que no me gustaría delatar tanto todo lo que está ocurriendo en mi cabeza justo ahora.
Pero ya que mi sonrojo es algo bastante difícil de ocultar, no me voy a molestar en realizar dicha acción con cualquier otra cosa que indique lo que quiero.

Honey sigue hablando de forma animada; a ratos, el tono de su voz cambia y vuelve a aparecer en la punta de mi lengua el sabor a paletas de cereza. Otro sabor más que necesito sentir al máximo. De vez en cuando, aunque en lapsos bastante más breves, aparecen otros sabores como helado de vainilla o esos caramelos de fruta que saben más a azúcar que a fruta.

Como siempre, aparecen solamente esos sabores que hace mucho no disfruto; que incluso extraño.

Me vuelvo a relamer los labios y esos sabores se juntan con el no tan agradable gusto del labial púrpura que siempre uso. Aunque no se terminan de arruinar, porque no hay forma de arruinarlos.

El diálogo de la piloto se detiene y ésta se acomoda mejor los cabellos rojizos, que hace unos minutos empezaron a caerle sobre la cara, y hace unos segundos que no puede retirar de ésta con simplemente soplarlos. Luego su mirada se desvía de la carretera por solamente unos segundos, como si se le hubiera olvidado de repente que ella era quien estaba manejando. Su vista vuelve hacia enfrente, hacia el camino, aunque esboza una sonrisa que se ve incluso traviesa, como si hubiera notado algo que le agradó, y que puede usar para ponerme nerviosa en esa forma que a ambas nos gusta.

—¿En qué piensas? —Me pregunto cómo logra regular su voz para que no salga con esa risilla que se nota sus labios quieren liberar. Cómo logra hacer que su pregunta parezca tan genuina.

—Uh… —Trato de pronunciar algo, aunque lo único que ocurre es que enrojezco todavía más. Y me vuelvo a relamer los labios ante un nuevo escenario ficticio que ocurre en mi cabeza, y que necesito ver como algo real lo antes posible.

En ese escenario, me hace muchísimas más preguntas que sigo respondiendo con tartamudeos nerviosos, hasta que detiene la furgoneta y acerca su cara lentamente a la mía, para besarme de forma suave y luego volver ese contacto más intenso, acercando nuestros cuerpos hasta que nos deshacemos de toda la tensión que hemos acumulado en los últimos minutos.

—Dime, ¿por qué estás tan rojita? —Ahora conozco su voz en un tono que nunca antes la había oído usar: Me está coqueteando. Y eso deja en la punta de mi lengua un sabor a… picante. Que me gusta y me espanta a la vez; tal como la idea de que probablemente ambas queremos lo mismo en este preciso momento. Empiezo a respirar pesado. Bastante pesado.

Me quedo callada un rato, en el cual Honey enrojece e imita mi patética acción de relamerse los labios cada pocos segundos, su labial negro empezando a desvanecerse conforme sus ojos del mismo color adquieren más brillo del que me resulta normal; y es un brillo especial que me pone nerviosa.

A veces odio su curiosidad; y a veces odio no saciarla, como ahora. Porque si sigue sin ocurrir lo que imagino, no se me va a quitar de la cabeza por más que lo intente.

Necesito responder a sus preguntas…

—Quiero… que me des un beso —respondo a sus cuestionamientos de forma tímida, bajando la mirada y sintiendo el calor acumularse en mis mejillas.

El vehículo va perdiendo velocidad, y ya que no hay nadie más en la carretera, a Honey no le resulta ninguna molestia la idea de detenerse por completo en medio de ésta, luego procediendo a desabrochar su cinturón y ponerse de rodillas sobre el asiento, así su rostro acercándose más al mío, teniendo mucha más libertad para hacerlo. Después de un contacto breve, decido imitar sus acciones y adquirir también mayor libertad para moverme; para acercarme a ella, tomarla de la cintura y pegarla por completo a mi cuerpo mientras nuestros labios siguen unidos, solamente separándose cada pocos segundos para que podamos tomar aire y continuar con la sesión de besos.

En mi cuerpo se acumula cierta fuerza que utilizo para que nos alejemos de donde estamos y vayamos lentamente acercándonos hacia el vidrio de la ventana del conductor. Seguimos besándonos hasta que doy un último empujón y se escucha un impacto.

—Diablos —Se queja Honey, pasándose la mano por la cabeza en un intento de remediar su dolor.

—¡Lo siento! —Me disculpo de forma desesperada, reteniendo las ganas de llorar y regresando a mi asiento de forma rápida.

—No hay problema, Bee… —murmura mientras vuelve a incorporarse en el asiento y enciende la furgoneta de nuevo, todavía acariciando su propia cabeza al arrancar.

Nos quedamos en silencio por unos cuantos minutos, los cuales se sienten incómodos, probablemente ambas arrepintiéndonos de no continuar. Para mí un arrepentimiento extra por haber causado dolor a esa hermosa mujer que sabe miel.

El sol comienza a bajar y el brillo en los ojos de la chica se va desvaneciendo, añadiendo un poco más de tristeza a la situación. Hasta que decide romper con el silencio al pronunciar las palabras más lindas del mundo:

—Me gusta besarte.

—A mí también me gusta besarte —correspondo.

Retengo las inmensas ganas que tengo de decirle que es porque sabe a miel.

Retengo las inmensas ganas que tengo de decirle que es porque sabe a miel

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