7 - ¿Cosquilleos por Matias? -

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En la tarde-noche llamaron a la puerta y tía Molly fue a abrir.
Se trataba del señor Julian, el panadero. Resultó que unos días atrás, tía Molly había ido a pedirle un favor.

—Buenas tardes Molly —saludó educadamente.

—Julian. Pasa por favor.

Entreabrí la puerta de mi cuarto para escuchar la conversación pero a los pocos segundos recibí un mensaje de Anna.

—Gracias, Molly —se sentó.

El señor Julian era bastante caballeroso, se consideraba un galán clásico de esos que ya no quedaban y precisamente por eso era que le caía bien a todas las señoras. Un buen hombre.

—¿Te ofrezco algo de beber? Agua, zumo, ¿café?

—No, mujer. No se preocupe, estoy bien —sobre la mesa dispuso su sombrero—. No me quedaré mucho tiempo.

—Bueno. Supongo que si vino a estas horas es porque trae algo, ¿cierto?

—En efecto —Julian se llevó la mano al bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre—. Aquí tienes —mi tía lo tomó—. Nombre y dirección. Está todo arreglado, no se preocupe por nada.

—Muchísimas gracias Julian, no sabes cuánto te lo agradezco —Julian se puso de pie para dirigirse a la salida.

—No es nada, mujer. Para eso están los amigos. Bueno, me despido —tomó la salida.

***

A la mañana siguiente me desperté sin ganas de nada, ni quería salir de mi cuarto. Me quedé encerrada, revisando algunas  fotografías que había tomado la última vez.

—Hija, ¿va todo bien? —demandó mi tía al otro lado de la puerta—. Llevas toda la mañana encerrada, ¿estás bien?

—Sí, tía. Estoy bien —dije a viva voz—. No te preocupes —Agarré una sudadera magenta y salí del cuarto. Encontré a mi tía en el salón, mirando un programa de cotilleo—. Tía, voy a dar una vuelta por ahí. No tardaré.

—Espera cariño —me detuve, tomó una manzana—. Por lo menos llévate esto —me la entregó—. No te me vayas a desplomar en plena calle.

—Gracias tía, te quiero —salí.

Afuera hacía buen día. Todo parecía más alegre, divertido y muy colorido. Iba tomándole fotos a todo aquello que atrajera mi atención, como de costumbre. No iba a ningún lugar en particular, sólo trataba de despejarme para no tener que pensar en Alisha y Miguel. Y funcionaba.
Tras una larga caminata me detuve; arrugando las cejas, miré a mi alrededor y caí en que estaba ya bastante lejos de casa.

<<Creo que esta es la primera vez que llego a este lugar>>.

A unos metro más adelante había un señor con un carrito de helados. Me acerqué a él.

—Buenas tardes señor. ¿Cuánto cuestan los helados?

—A 250 francos la unidad, señorita.

Metí la mano en mi riñonera y saqué unas monedas. Alcanzaba para uno.

—¿Cuántos quiere? —preguntó amable.

—Déme uno, por favor —extendí la mano con el dinero—. Que sea de coco y vainilla, si puede ser.

—Parece que hoy es tu día de suerte, niña. Sólo queda uno. Te lo regalo.

STRANGE FEELINGS [En curso y en corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora