15. Aferrado al humo

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Polnareff suspiró, exhalando con calma el humo de su cigarrillo acumulado en su boca, apenas deshaciendo parte de esa cansada sonrisa que le dedicaba a una chica que se había acercado para pedirle indicaciones de un local cercano. La indiferencia emanaba de sus ojos apagados y fríos, casi carentes de toda energía, anhelo y fuerza para seguir viviendo y existiendo más allá de esta absurda misión en la que estaba.

Decir que estaba agotado no parecía estar ni remotamente cerca de poder definir y explicar a profundidad lo cansado que se había estado sintiendo durante estos últimos tiempos, y tampoco de cómo cada día que pasaba se encontraba con algún motivo más para tener que sentirse miserable en su día a día.

Extrañaba a Avdol cada vez más y no tenía fuerzas para negarlo, en realidad, se sentía capaz de decir en voz alta cuánto lo necesitaba, que lo quería desesperadamente en sus brazos, en su pecho, en sus labios y en otros lados más que solo él tenía permiso de tocar.

Tenerlo ahí, cara a cara, llenando cada rincón de su inútil y desgastado cuerpo, de su alma atormentada, la misma que no paraba de rogar por tener un momento de paz, una que solo hallaba en él, en sus besos, en su silencio, en su gentil sonrisa y en su mirada inquisidora que se veía con el derecho de adivinar todo de él, incluso las mentiras que decía para protegerlo.

Haberse ido había sido, sin duda, una de sus peores ideas de los últimos años pues no solo le significó sacrificar el poco avance que tuvo sobre su frágil salud mental, sino que además debía lidiar con sus pensamientos intrusivos y sus ideaciones suicidas por su cuenta estando en un momento tan crucial como este.

Esto parecía querer acabar con él desde dentro cada día que pasaba...

Tenía miedo, mucho, estaba aterrado y si se detenía a ser sincero podía decir con seguridad que lo más temía en ese instante era que un día se encontraría consigo mismo mucho más cansado de lo habitual de su propia existencia y decidiera usar a Silver Chariot u algún otro medio para suicidarse de una vez. Y de este modo poder descansar para siempre de todo el dolor que DIO había causado en su vida.

Apagó su cigarro con su zapato, caminando en dirección a la playa, donde su contacto lo había citado para hablar sobre el misterioso capo que estaba en boca de todos los delincuentes de la zona, pues se había hecho con el poder de las rutas comerciales de droga con una rapidez increíble durante el año pasado.

Llevaba aproximadamente seis meses siguiéndole la pista sin mucho éxito, intentando por todos los medios dar con un nombre, un lugar, alguna clave o una mísera descripción suya o de su equipo por lo menos. Algo que lo llevara un paso más cerca de entender cuál era la relación entre la flecha reportada como vista en las afueras de Nápoles y el repentino fortalecimiento de nuevas mafias en la zona.

Lo peor, además de sus constantes cambios de ánimo, los cuales tendían hacia la tristeza más que nada; había sido descubrir la rapidez con la que su cabeza adquirió un valor considerablemente alto entre los matones y sicarios del sur de Italia. En Nápoles más que nada, donde solía ser más cuidadoso durante sus incursiones.

Con tal de protegerse, tuvo que aprender cosas nuevas, como usar una computadora a su edad, navegar por internet sin dejar huella que lo pusiera en riesgo e invertir en esa nueva conexión inalámbrica que le ofrecía cobertura sin tener que estar cerca de un teléfono para poder trabajar e investigar.

Aunque si era verdaderamente sincero, todo eso que hacía no era solamente para esconderse de las mafias, sino que también tomaba esas precauciones tan minuciosas para evitar que Avdol diera con su paradero por este medio además del tradicional.

Estaba más que al tanto de lo contradictorio que era hacer eso, si lo pensaba con detenimiento, no encontraba sentido a extrañar y desear tanto algo de contacto y amor de parte del egipcio antes de verse forzado a pasar otro día persiguiendo otra de las secuelas y desastres que DIO dejó en el mundo antes de morir y tener que esconderse del moreno.

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