16 Memento Mori (Recuerda morir)

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A pesar de sus súplicas Avdol nunca volvió a aparecerse en su vida...

Las quemaduras de sus manos sanaron poco a poco con el pasar de los días, dejando apenas una pequeña marca que, de tanto en tanto, tiraba dolorosamente sus dedos índice y medio, limitando los movimientos de su mano derecha. Recordándole lo estúpido que había sido en ese momento al negarse a dejar ir esa carta.

Como si hacer eso fuera a traerle de vuelta al amor de su vida.

Para ese entonces había perdido por completo la noción del tiempo. Forzándose a redondear su estadía en Italia entre nueve meses y un año desde que dejó Francia por la misión. Octubre comenzaría pronto, y tomando en cuenta todo el tiempo que había invertido metiéndose en más de un problema por culpa de la mafia y sin un informante como ayuda extra para mantener su pellejo intacto, podía decir que había recuperado su nivel de pelea de antaño y que todas esas peleas que tenía le sirvieron de entrenamiento. Aunque no sabía que era peor para él en ese momento: ser víctima de ataques y balaceras diarias o todos esos usuarios de stand enemigos que se paseaban por las cercanías de su guarida todo el día. Estaba agotado, física y mentalmente.

Cada vez dormía menos producto del estrés constante que significaba tener que vigilar su espalda día y noche bajo el miedo constante de terminar asesinado en una de las tantas peleas. Parea empeorar las cosas, su casa en las afueras de la ciudad le resultaba cada vez menos el escondite seguro que alguna vez planteó y debía cambiarse una vez más cuanto antes.

Ya no quería seguir atrayendo a sus enemigos a ese viñedo, no tanto por él, sino por toda la gente que vivía en los alrededores y que no merecía soportar el temer por sus vidas por culpa de un estúpido que no sabe controlar sus investigaciones. Además, la gran mayoría era campesina, obrera y uno que otra persona mayor retirada al campo en busca de tranquilidad.

Suspiró, conteniendo un bostezo.

Con el pasar del tiempo sus emociones mutaron de forma caótica, haciendo que su miedo se convirtiera en ira, su dolor en melancolía, su amor en desesperanza, y de pronto, todo eso pareció apagarse sin remedio alguno, haciendo que Polnareff se conformara con sentir algo vagamente reconocible y así asegurarse que seguía con vida de algún modo.

Estaba en una situación complicada. Con todo lo que sabía de Passione, de la flecha y de los stands que estaban surgiendo tan rápido en Italia le era imposible para él dar con un modo de contactarse con sus colegas de la Fundación Speedwagon sin tener que dar una señal de vida tanto a las autoridades italianas como a la mafia. Mucho menos podía contactar a Jotaro sin que él y su familia corriera peligro, a decir verdad, tenía mucho más que perder y no quería ser cómplice si sus seres queridos eran asesinados.

A pesar de todo el riesgo en su contra, no podía negar bajo ninguna circunstancia que se estaba acercando a Diavolo mucho más ahora que cuando le pagaba a alguien para que hiciera el trabajo sucio por él. Esto lo hacia sospechar que su informante en lugar de ayudarlo lo estaba saboteando cada esfuerzo suyo por llegar con la verdad de su investigación.

Por supuesto que esto le molestaba demasiado, pues no solo le supuso a Polnareff una pérdida de seis meses de trabajo, sino que, en términos monetarios, había malgastado aproximadamente un millón de francos, dinero que pudo invertir un piso decente en el centro de París por alrededor de un año y mantenerse con lo mínimo por un tiempo más.

Por otro lado, ya no estaba en la edad de andar despilfarrando de esa forma sin llegar a sentirse culpable. Quizás el Polnareff de hace diez años, ese veinteañero iluso, alegre y despreocupado por el futuro, el mismo que se daba el lujo de ser un rompecorazones y tener escapadas románticas en medio del caos y volver a su misión como si nada al día siguiente; quizás él no tendría problemas con gastar tanto en algo que al final fue inútil.

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