12. Fragmentos de fragilidad

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Mohammed Avdol abrió los ojos de repente, buscando dar con aquello que lo acechaba con tanta persistencia esa noche. Su aliento entrecortado y los latidos que golpeaban con violencia cada rincón de su pecho le advertían de algo que, por más empeño que pusiera, no lograba entender ni en lo más mínimo.

Sus ojos no tardaron con encontrarse con la decepcionantemente oscura madrugada entrando a un frío ritmo desde la ventana mal cerrada, meciendo las cortinas, el atrapasueños que colgaba del techo y helando cada centímetro de la habitación. Suspiró, sentándose en la cama, palpando el lado derecho de la cama, enfrentándose al suave gruñido de Iggy que dormitaba casi pegado a su cuerpo.

No tenía explicación alguna para esa sensación de peligro. Ni siquiera recordaba haber tenido una pesadilla como para usarla como justificación y si vagaba por sus recuerdos, la última pelea vivida había acontecido hace ya doce horas y quizá mucho más tiempo antes, y a decir verdad, aquella experiencia no era ni remotamente similar a la del presente.

Recogió una camisa del piso, apenas atento al murmullo que envolvía el ambiente, vistiéndose para calmar un poco el frío que calaba su espalda sudada. Incluso cuando el otoño apenas comenzaba, la temperatura bajaba muy repentinamente durante las noches. Miró el baño, esperando divisar la frágil hilera de luz que se escapaba por el marco de la puerta, no obstante no halló nada más que la misma oscuridad que lo hacía tropezarse con los zapatos repartidos por el piso.

—¿Jean...?

Se interrumpió a sí mismo con el hilo de pensamientos que a duras penas dejaban concentrarse en algo ajeno a su necesidad de defenderse de algo hasta el momento más que invisible para sus ojos. Avanzó hacia la sala, notando como el perro tampoco parecía estar al tanto de lo sucedido, por lo que se forzó a pensar que eran imaginaciones suyas.

Quizás recién ahora su cabeza comenzaba a procesar todo lo experimentado durante la pelea. A penas recordaba lo sucedido en el vagón además de la poderosa impresión que le dejó aquel duplicado de un Polnareff de hace ya una década. Había estado aturdido en mucho sentidos en el enfrentamiento, en especial por el Deja Vu que no tardó en devolverlo a sus treinta años y a algo que nunca esperó.

Por primera vez desde que despertó en Francia que era consciente del cambio...

Sus ojos dieron con el francés una vez logró salir del pasillo e hizo ingreso a la pequeña sala, contemplando como la débil luz del extractor de la cocina a duras penas iluminaba su figura un tanto más delgada que la primera vez que se encontraron. Apenas vestido con una camisa celeste hacía bailar un vaso repleto del vino que compró justo después de su discusión, con la esperanza de sorprenderlo con una cariñosa cena que nunca logró concretarse.

Si bien no lo entendía del todo, esa necesidad de comer algo elegante junto a él lo atormentó desde ese día de julio cuando lo encontró a la orilla del río, desde que abrió sus ojos y dijo sus primeras palabras en ese francés que de una forma u otra decía algo más que una amenaza nacida a raíz de la sorpresa.

Quizás, recién ahora era capaz de entender esa esquiva relación que tuvieron durante catorce los primeros días, por qué se había negado a dejarlo ir a pesar de lo arriesgado que significaba mantener a un herido alejado de un hospital y por qué lo buscaba a pesar de verlo tan asustado por su presencia.

Hasta ese momento, Avdol nunca tomó en serio el peso de toda esa fragilidad que escondía su compañero, ni pensó qué cosas estaban ocultas bajo esa imagen despreocupada, tranquila e incluso torpe para su edad, ni era consciente de cuánto había madurado, cuánto había sufrido durante esos años solo, tampoco cuánto había cambiado su cuerpo hasta ahora. Cuánto envejeció, cuánto perdió o cuánto ganó en esa década peleando solo contra sí mismo y contra el mundo.

Here, looking at you -AvPol-Where stories live. Discover now