8. Víctimas del amor

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—¿Qué...? —titubeó Polnareff— ¿P-pasó algo?

Jotaro solo se limitó a suspirar con pesadez, sentándose en completo silencio. Se ajustó la gorra ligeramente, de modo que el lúgubre color verdoso de sus ojos se clavaran con fuerza en los del francés que estaba frente a él, haciéndolo temblar. Algo en su expresión parecía haber cambiado desde la última vez que ambos se vieron, dando la impresión de ser mucho más serio y lejano que antes.

Aunque si lo pensaba con detenimiento, era algo perfectamente normal. Después de todo, habían pasado varios años desde aquel entonces y él ya no era un adolescente como antes. Si bien, su ropa era un poco diferente, su estilo era casi el mismo que usó durante el viaje. Su piel se había aclarado un poco, quizás porque ya no pasaba tanto tiempo bajo el sol, y como siempre, su cabello parecía fundirse entre los jirones de la parte posterior de su gorra.

—Vengo a oír tu respuesta.

—¿Qué?

Se echó hacia adelante, haciendo un claro gesto de confusión. Se preguntaba a qué se estaba refiriendo Jotaro en ese instante, pues no recordaba haber sido solicitado sobre ningún trabajo para él, además de los servicios que de vez en cuando le prestaba a la fundación como informante de los posibles secuaces de DIO que continuaban recorriendo el mundo en busca de venganza.

—Te envié una carta —dijo—. ¿La leíste siquiera?

Tragó inconscientemente, atragantándose con su propia saliva. Tosió descontroladamente, desviando la mirada hacia el pasillo, buscando la repisa donde solía amontonar la correspondencia que le iba llegando para leerla una vez que tuviera ánimos para hacer algo. El miedo lo invadió al encontrarla completamente vacía, recordando que había ocultado todo en su habitación hace un par de semanas para que Avdol no se enterara de sus deudas.

—¿Y bien?

Agachó la cabeza, suspirando amargamente. Sin tener idea de cómo mentirle o excusarse de ello. No había tenido tiempo para leerla, o más bien, pospuso cada oportunidad que tuvo para así no involucrar a Avdol una vez más en el cruel juego que Dio los forzó a participar hace casi diez años. Además, tenía miedo de tener que enfrentarse a algo a lo que no pudiera hacerle frente a pesar de sus habilidades como espadachín.

—Por tu silencio asumiré que no —se respondió a sí mismo—. Estoy un poco decepcionado.

Se encogió de hombros, preparándose para recibir un castigo severo de parte de su amigo. A lo mejor, tendría una forma de salvarse si es que se apresuraba a pedirle unos cuantos minutos para leer la carta y ponerse al tanto del asunto. Le dio una mirada de reojo a Jotaro para tantear el terreno antes de abrir la boca, encontrándose con la desaprobación de sus ojos calándole hasta lo más profundo de sus huesos.

—Lo siento.

El japonés miró la sala de estar sin decir nada. Llevaba una de sus manos a uno de los bolsillos de su chaqueta revolviendo en este como si intentara sacar algo sin mucho éxito. A su vez, lucía completamente alejado de la realidad, coincidiendo con el hecho de que sus ojos se habían quedado fijos en la fotografía del grupo que reposaba junto al teléfono, cuya contestadora brillaba intermitentemente indicando que habían mensajes de voz sin leer.

Polnareff pudo vez un deje de tristeza en él, como si estuviera recordando algo bastante inoportuno y doloroso para un momento tan serio como ese. De pronto, la visera de la gorra ocultó su rostro, aun así, podía ver como su labio inferior temblaba con cierta discreción, frunciéndose de forma sutil pero extraña.

—El viejo me contó que le habías hecho una pregunta extraña.

Tragó saliva, preparándose para hablarle de Avdol y de lo que sucedía con él.

Here, looking at you -AvPol-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora