Capítulo 8

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Camila se dio una larga ducha. Al mirarse en el espejo le sorprendió lo distinta que parecía. Tenía las pupilas dilatadas, como si hubiera despertado de un sueño profundo y sus labios estaban levemente hinchados, apretó las piernas y aun pudo sentir a Lauren en su interior. Podía olerla en su piel, como si hubiera dejado en ella una marca indeleble. Estaba segura de que ninguna otra persona podría hacerle sentir de aquella manera. El problema era que ella no era más que una de tantas para Lauren.

Desde el primer instante algo le había advertido que debía protegerse de ella. Que era la personificación del peligro. Pero nada había podido evitar lo inevitable.

Cuando volvió al salón, Lauren estaba desnuda delante del fuego. Se volvió y le sonrió.

—¿Te alegras de verme?—Bromeó coqueteando por primera vez con Lauren.

Sus ojos verdes se clavaron en los ojos marrones de ella.

—¿Tú qué crees?

Camila deslizó la mirada por su cuerpo y se ruborizó al ver la prueba física de su implícita afirmación.

—Yo diría que sí—Se atrevió a decir, devolviéndole la sonrisa.

Lauren se acercó a ella y enredó el dedo en un mechón de su cabello. Camila se acercó a ella como atraída por un imán.

—Yo diría que no cabe la menor duda—Susurró pegando sus labios a los de la morena.

En cuanto le mordisqueó el labio inferior, Camila perdió la noción del tiempo y del espacio. La lengua de Lauren exploró las profundidades de su boca y la dejó sin respiración.

Llevada por un impulso irresistible, se frotó contra la mujer alta, y su cuerpo buscó la dureza de su erección y la protuberancia de sus senos. Lauren la arrastró al suelo con ella y entró en Camila como una espada en su funda. Camila dejó escapar el aire de golpe, sorprendida y halagada ante aquella prueba de su palpitante necesidad por ella. Y de pronto tuvo la certeza de que la amaba y no comprendió cómo no se había dado cuenta hasta aquel instante. La había conquistado a base de ternura. Una a una había derribado sus defensas y destruido la fortaleza que hasta entonces le había servido de escondite.

Prefirió no recordar que el suyo no era más que un matrimonio de conveniencia. Y por primera vez en su vida decidió que quería vivir el momento, soñar aun sabiendo que al despertar estaría sumida en una espantosa pesadilla.

Lauren percibió la urgencia de su deseo. Camila recorrió su espalda con sus menudos dedos, los hundió en su cabello y clavó las uñas en su piel, haciéndole enloquecer. Lauren supo que no podría contenerse, pero no le importó porque estaba segura de que la morena la seguiría con cada empuje, con cada impulso, arqueándose para que sus cuerpos permanecieran en contacto.

Dejó de pensar para sólo sentir. Percibió el momento en el que Camila alcanzó el clímax porque su interior se contrajo y apretó su sexo, arrastrándolo de una sola oleada a un lugar en el que sus dos alientos fueron uno. La violencia de su explosión lo tomó por sorpresa, su cabeza estalló y su mente se llenó con los colores de un calidoscopio. La respiración entrecortada de Camila era lo único que escuchaba, sólo importaban sus senos subiendo y bajando contra sus propios pechos. Sus labios no querían despegarse de los ojos marrones.

—Tienes unos pechos maravillosos—Alagó la ojiverde.

Camila no supo qué decir,

—¿Por qué has mentido?—Interrogó.

—¿Mentir? —Camila la miró desconcertada. Lauren le acarició la mejilla.

—Me refiero a tu papel de chica mala y experimentada—Explicó con una sonrisa.

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