Capitulo 17 ( 1° Parte)

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En cuanto Trevor vio el gesto de Higgins, miró disimuladamente al marqués, el cual por suerte, estaba hablando con lady Portmand en ese momento y no se percató de la mirada de Trevor, pues este tardó unos segundos en disimular su sorpresa y actuar como si no ocurriera nada. Luego miró a Higgins y comprobó que este tenía la cara impasible, típica de los mejores mayordomos. Cara que Higgins había conseguido con gran esfuerzo y gracias a todos sus años de preparación y el gran dominio que tenía de sus emociones, pues todo su cuerpo le pedía gritos lanzarse sobre el marqués y matarlo a golpes, aun sin saber si era realmente culpable, algo que naturalmente no podía hacer por muchas ganas que tuviera de vengar al pequeño. Este era un tema sumamente serio y tenían que ser muy cuidadosos y asegurarse bien antes de actuar. Esta vez no se trataba de un don nadie por el que nadie preguntaría, esta vez se trataba de un marqués y cualquier pequeño error podría traerles graves consecuencias. Eso sin contar la repercusión que tendría una acusación de ese calibre a la persona equivocada. Lo que harían sería actuar con calma, en cuanto pudiera le comunicaría a Tom las sospechas para que los hombres de Tyler averiguaran todo lo posible sobre lord Milford y le pusieran vigilancia continua, en busca de cualquier otro indicio que indicara que se trataba de un indeseable, aunque le pediría a Tom que de momento no le notificaran nada a Tyler hasta ver si averiguaban algo más, pues Tyler era un hombre muy visceral al que le daría absolutamente igual que el sospechoso fuera un marqués, es más, ese detalle podría ser un detonante para que se precipitara sin importarle las consecuencias. Así que con su cara impasible y sus nervios de acero, Higgins ordenó que empezaran a servir la cena.

Mientras los invitados disfrutaban de los deliciosos platos, iban saliendo conversaciones de lo más variadas y casi todos estaban encantados de la elección de mesa de lady Dudley y de poder conversar con todos los asistentes. Y digo casi todos porque, como suele suceder, nunca se pueden hacer las cosas al gusto de todos, ni tener a todo el mundo contento, y en este caso había dos invitados bastante descontentos con el sitio que les había tocado.

Una de las personas que estaba descontenta era lady Emily. Lo primero que le molestaba era que entre ella y lord Dudley hubiera dos invitados, pues al ser la mesa redonda quedaba en un ángulo de visión en el que, si bien podía hablar con él, no podía lucir su escote ni lanzarle miraditas. Otra de las cosas que le molestaba eran los caballeros que le habían tocado a derecha e izquierda, pues según ella, eran dos viejos aburridos. Para colmo tenía enfrente a Phoebe, la cual al tener cuatro invitados entre ella y el barón, no solo estaba en un ángulo mucho mejor para mirar o ser mirada por lord Dudley, sino que encima estaba sentada entre los dos caballeros más atractivos y jóvenes de la reunión.

La otra persona que estaba descontenta era lord Stanford, y es que si bien el conde estaba encantado de estar sentado entre dos bellas y agradables damas como eran lady Dudley y la señorita Allen, el hecho de estar enfrente de lady Carrington le disgustaba enormemente. No es que ese detalle le obligara a hablar con ella, es que el simple hecho de tenerla en su campo de visión le desagradaba. Apenas habían servido el segundo plato y lord Stanford ya estaba harto de verla sonreír y bromear con Trevor y con lord Warrington sin parar de tocarles el brazo a la mínima ocasión, eso sin contar con lo que le irritaba no poder evitar que constantemente se le fueran los ojos a esa maldita flor que se había puesto en el escote, así que decidió sacar conversación con Phoebe para mirar para otro lado y dejar de ver a lady Carrington.

─Dígame, señorita Thompson, ¿de dónde es usted?

─Soy del condado de Wiltshire, lord Stanford. Más exactamente de Smalltown, un pequeño pueblo a unas dos horas de Salisbury.

─Así que se ha criado usted de la campiña. ¿Y qué le parece la ciudad, acostumbrada a vivir en el campo?

─Creo que es muy bonita y entretenida lord Stanford, pero sinceramente, a veces echo de menos la tranquilidad del campo. Yo nunca había salido de Smalltown y en ocasiones me siento abrumada.

─Pues yo me moriría de aburrimiento si tuviera que pasar toda mi vida en el campo, y más si es en un pueblecito donde solo hay campesinos, agricultores y ganaderos ─dijo lady Emily sonriendo─ ¿Qué se puede hacer en un sitio así aparte de cultivar? Porque supongo señorita Thompson, que usted y su padre no se dedicarían también a cultivar o a criar vacas, ¿o si?

─Bueno… La verdad es que nunca hemos criado vacas, lady Emily, pero sí que se podría decir que mi padre se ha dedicado toda su vida a cultivar y en cierto sentido yo también.

─¿En serio? ─preguntó lady Emily y se puso a reír─. No me diga que cultivaban patatas y cebollas.

A los demás invitados no les estaba gustando nada  los malintencionados comentarios de lady Emily (bueno, a su madre si) y lady Carrington y lady Dudley estuvieron a punto de intervenir, pero Phoebe se adelantó y tras soltar una risa contestó.

─No, lady Emily, mi padre no cultivaba patatas. Aparte de la tierra se pueden cultivar muchas cosas. Mi padre era profesor y disfrutaba cultivando su mente y la de los demás, también disfrutaba cultivando su alma, cultivando amor y amistad allá donde iba. Mi padre, lady Emily, no solo cultivaba mentes, también nos inculcaba que todos, independientemente del nivel económico o social, debíamos cultivar nuestros conocimientos y educación en todos los sentidos. Yo heredé de mi padre el amor por los libros e intento cultivar mí mente como él me inculcó y disfruto dedicándole a la lectura gran parte de mi tiempo libre, aunque reconozco que también disfruto mucho cultivando la tierra y en Smalltown tengo un pequeño huerto en la parte trasera de mi casa y un lindo jardincillo en la parte delantera, que me encanta cuidar. Eso sin contar paseos, reuniones dominicales o meriendas vecinales junto al río, si el tiempo lo permitía. Ah, casi me olvido de mencionar mis visitas a casa de la señora Pleyel, la cual me enseñó a amar la música y me dio clases de piano, aunque reconozco que nunca logró que llegara a tocar tan bien como ella.
>Como ve lady Emily, nunca he tenido tiempo de aburrirme en el campo y le aseguro que los habitantes de Smalltwon son gente maravillosa, aunque no sean ricos ni nobles. Es más, yo me moriria de aburrimiento si tuviera que pasarme la vida sin otra cosa que hacer que elegir sombreros, vestidos, a que fiesta acudir o que bordar. En fin, lady Emily, supongo que todo es cuestión de gustos y siempre habrá damas que disfruten leyendo a un clásico y damas que preferirán disfrutar de un té y un chisme.

─Espero que no este usted insinuando que mi hija es una chismosa superficial que solo se interesa por bailes y vestidos, señorita Thompson. Le informo que lady Emily ha recibido una educación exquisita en todos los ámbitos. Sus intereses y cualidades son muy amplios y por supuesto no están incluidos los chismes ─dijo lady Milford totalmente ofendida al ver que su hija había quedado en evidencia.

─¡Oh! Por supuesto que no insinuaba algo así marquesa. Siento muchísimo que mis palabras hayan sido malinterpretadas. Le aseguro que fueron palabras dichas por decir y nada más lejos de mi intención que ofender a lady Emily o a ninguna otra dama. Le pido mil disculpas tanto a usted marquesa, como a lady Emily, si mis palabras han podido molestarlas de algún modo. Yo jamás criticaría o hablaría mal de una persona a la que no conozco, es más, siempre he considerado que las personas que critican o hablan mal de gente a las que no conocen (o acaban de ser presentadas) son personas vulgares, sin la más mínima educación, envidiosas, con mucha malicia y sobre todo cobardes si lo hacen a las espaldas de la víctima de sus calumnias. Sinceramente, me parecería muy penoso tener que denigrar a una persona para que la gente se fijara en mis virtudes.

Lord Stanford estuvo a punto de escupir el vino que acababa de meterse en la boca mientras escuchaba entretenido a las damas.

─¡Por todos los santos, señorita Thompson¡¿Es usted consciente de que acaba de insultar a prácticamente la totalidad de la alta sociedad? ─dijo lord Stanford, tras soltar una estruendosa carcajada─. Y lo mejor de todo es que lo ha hecho de una forma magistral, pues nadie podrá acusarla de dicho insulto sin reconocer públicamente que se los merece. Bravo señorita Thompson, ha demostrado que está usted preparada para la alta sociedad ─añadió mientras sonreía y alzaba su copa en señal de brindis.

─¡Oh, lord Stanford! ¿No estará usted insinuando que las habladurías malintencionadas son una práctica habitual entre la nobleza? ─ preguntó Phoebe con los ojos muy abiertos y tapándose la boca con la mano, fingiéndose asombrada.

─No querida, no lo insinúo, lo afirmo. Pero no se preocupe señorita Thompson, las personas inteligentes no se dejan influenciar por habladurías malintencionadas, ni dan por cierto todos los rumores. Si quiere un consejo, guíese siempre por su corazón y sus ojos y nunca por sus oídos. Salvo que lleguen a sus oídos algún rumor sobre mí, porque en ese caso suelen ser ciertos en su gran mayoría.

Lord Stanford nunca pensó que sacar una inocente conversación, preguntándole a la señorita Thompson sobre su procedencia, derivaría en lanzamiento de cuchillos, pero lo cierto es que le pareció algo de lo más divertido. La verdad es que a todos les había sorprendido el cariz que había tomado la conversación, aunque no a todos les pareció tan divertido como a lord Stanford.

Por un lado, estaba lady Carrington, la cual estuvo a punto de levantarse para aplaudir a Phoebe y se sentía muy orgullosa, por otro estaba Trevor que se había quedado agradablemente sorprendido por como había manejado Phoebe la situación y la miraba con una ceja levantada y los ojos sonrientes, sumido en sus pensamientos. Lady Dudley cada vez estaba más convencida de que aquella joven era la adecuada para su hijo. Higgins tuvo que girarse para que no vieran su sonrisa, mientras pensaba en el buen ojo que había tenido la baronesa con aquella joven, y esperaba que Trevor se diera cuenta de que tenía que descartar por completo a lady Emily por muy bella y adecuada que pareciera ser como futura baronesa.

Lady Emily estaba tan rabiosa como avergonzada y no tardó en empezar a maquinar su venganza para dejar en evidencia a la señorita Thompson. Lady Mildford estaba que echaba humo por las orejas, y el marqués no sabía con quien estaba más enfadado, si con las estúpidas de su mujer y su hija o con aquella mocosa que las había dejado en evidencia.

Luego estaban los Allen y los Portland, los cuales estaban muy incómodos con esa conversación tan tirante. Y luego estaba lord Warrington que no entendía a que venía esa conversación y Jessel al cual no le gustaban mucho los aristócratas y estaba encantado de que aquella joven hubiera puesto en su sitio a aquellas pretenciosas. Y por último estaba lord Pembroke, el cual estaba enamorado de Emily, aunque tenía claro que ella rechazaba sus avances por ser un segundo hijo sin opción a título y carente de fortuna.

Pembroke sabía perfectamente que lady Emily se había propuesto conquistar al barón, y no le pasó desapercibido la animadversión que ella y su madre le tenían a la señorita Thompson. También conocía muy bien a su amigo Trevor y había notado las disimuladas miradas que este le lanzaba a la señorita Thompson y su interés en ella. Lord Pembroke vio en todas estas circunstancias, sumadas a la casualidad de que la casa familiar (la cual pertenecía a su hermano el conde) también estuviera cerca de Salisbury, y el hecho de que todos estuvieran cenando juntos, una oportunidad única para invitarlos a pasar un fin de semana en el campo y aprovechar para estar cerca de lady Emily. Quizás si lord Dudley no le hacía caso ella buscaría consuelo en sus brazos o quizás si él mostraba interés en a señorita Thompson despertaría los celos de Emily, o quizás no pasara ni sirviera de nada, el caso es que no iba a perder la oportunidad de intentarlo, así que sin dudarlo se dispuso a invitar a todos los asistentes a Wilton House.

─Que pequeño es el mundo señorita Thompson, Wilton House es nuestra casa familiar desde hace generaciones, así  que se podría decir que hemos sido vecinos toda la vida, ya que Wilton también está muy cerca de Salisbury. Mi hermano el conde y su esposa están allí, pues fueron padres hace apenas un mes y por eso no han venido a Londres para la temporada. Estoy seguro de que les encantará recibir una visita, ¿qué me dicen? Si aceptan están todos invitados a pasar un fin de semana en Wilton House. Solo tengo que mandar un aviso al conde, anunciándole que lo visitaremos y podríamos ir este mismo fin de semana. Estoy seguro de que el conde y la condesa estarán encantados y dada la cercanía incluso podríamos hacer una excursión a Smaltown para que la señorita Thompson nos enseñara el adorable pueblo donde se crio.

Los asistentes se quedaron asombrados ante la propuesta de lord Pembroke, pues no era nada correcto hacer una invitación de ese tipo públicamente, ya que esto prácticamente obligaba a los demás a aceptar. Pembroke sabía perfectamente que lo correcto (salvo que se tratara de amigos íntimos) era mandar invitaciones formales por escrito, dando así la oportunidad de que el interesado pudiera rechazar de manera discreta la invitación, porque rechazarla públicamente, sin un motivo de peso, podía considerarse un desprecio, pero lo había hecho así precisamente para coaccionarlos a que aceptaran.

─¿Qué me dice lady Carrington, aceptan usted y la señorita Thompson la invitación?

─Oh, por supuesto, que aceptamos. Le aseguro que será un placer ir a visitar a los condes y conocer a su retoño ─contestó lady Carrington pues le pareció una idea estupenda y estaba encantada de ir a Wilton House. A ella le encantaban ese tipo de reuniones y no había sido invitada a ninguna desde que enviudó, eso sin contar con que consideraba que sería una oportunidad magnífica para que Phoebe conociera un poco más a los jóvenes solteros, aunque era una lástima que los Milford también estuvieran invitados. Phoebe, sin embargo, tenía sentimientos encontrados, pues por un lado, tenía muchas ganas de pasar un par de días en su adorada campiña, pero por el otro no sabía si se sentiría a gusto con tanta gente a la que acababa de conocer.

─Estupendo lady Carrington, ahora veamos quien más se apunta ¿Dudley, contamos contigo y con la baronesa? ─pregunto esta vez Pembroke a su amigo, teniendo muy claro en que orden preguntar a los invitados, ya que sospechaba que si la señorita Thompson aceptaba Trevor también lo haría, al igual que harían los Milford si sabían que los Dudley asistirían.

─Por supuesto que estaremos encantados de aceptar tu invitación. Siempre claro está que no tengamos ningún compromiso anterior que desconozca ─contestó Trevor pasándole la decisión a su madre, pues sabía que esta no aceptaba invitaciones que implicaran dormir fuera de casa, salvo que fuera una invitación ineludible─. ¿Madre?

─Pues lo cierto es que no estoy segura. Justamente hoy decidí mandarle una invitación a la duquesa de York invitándola a tomar té el domingo, si ya ha sido entregada tendré que esperar a su respuesta. Naturalmente, si la duquesa no pudiera aceptar mi invitación, estaríamos encantados de visitar a los condes ─mintió lady Dudley para tener tiempo de decidir si aceptaba o no.

─Bueno, entonces puede que tengamos suerte y la invitación aún no haya sido entregada. Hoy tenía que entregar varios mensajes urgentes y he tenido al lacayo ocupado gran parte del día ─mintió a su vez Trevor, al ver que su madre dudaba y no había rechazado la invitación directamente, pues estaba muy interesado en acudir a Wilton House─ Así que salgamos de dudas, dime Higgins, ¿ya ha sido entregada la invitación a la duquesa?

─Siento decir que no ha sido posible, milord. Como bien ha dicho usted, el lacayo estuvo muy ocupado siguiendo sus órdenes y cuando regresó consideré que dada la hora ya no era apropiado presentarse en casa de la duquesa y que era preferible entregarla mañana a primera hora ─contestó Higgins uniéndose a la mentira y dejando a la baronesa sin excusas para declinar la invitación.

─Siendo así estaremos encantados de asistir, lord Pembronke ─contestó lady Dudley después de echarles una miradita a Higgins y Trevor.

─Yo no soy de acudir a este tipo de reuniones, pero sabiendo que usted asistirá yo también acepto la invitación. Jamás me perdería la oportunidad de pasar un fin de semana con una dama tan encantadora como usted, lady Dudley─ dijo de repente lord Stanford.

─¿Está usted coqueteando conmigo, lord Stanford?

─Por supuesto que si, lady Dudley. Aunque si lo ha dudado usted, tendré que ser más evidente la próxima vez ─contestó lord Stanford y le guiñó un ojo mientras le sonreía pícaramente, algo que les pareció divertido a todos. Bueno, la verdad es que no a todos, pues Higgins no pudo evitar mirar al conde, bastante serio y con una ceja levantada.

Los invitados fueron aceptando la invitación unos tras otros, bien porque estaban realmente interesados o bien por compromiso, y al final los únicos que rechazaron la invitación fueron los Portland, alegando que les era imposible aceptar, ya que en un par de días esperaban la llegada de visitas que se quedarían con ellos durante una temporada.

Una vez acabaron de comer todos los platos de la cena, lady Dudley informó que los postres se servirían en la sala contigua, la cual ya habían acondicionado y refrescado dejando los ventanales y las puertas del jardín abiertas un rato antes, algo que los invitados agradecieron. La estancia era la misma en la que habían estado antes de entrar al salón a cenar, aunque mientras ellos cenaban el servicio la había cambiado por completo.

Phoebe se quedó maravillada al ver los cambios que habían hecho, si no fuera por los cuadros y paredes pensaría que se trataba de otra sala. La primera vez que habían entrado en ella, el centro estaba totalmente despejado de cualquier tipo de mueble y tan solo había los que estaban junto a las paredes con figuras y varios adornos, y por supuesto un par de jarrones con flores. Sin embargo, ahora en la zona central habían puesto varios sofás estilo Chesterfield y sillones Bergère, ambos tapizados en blanco y con detalles dorados. Tanto los sofás como los sillones estaban colocados formando una especie de rectángulo y con mesas bajas delante. En cada mesa había una gran bandeja llena de pastelillos variados y otra llena de brochetas de refrescante y jugosas frutas variadas y por supuesto platitos con su correspondiente servilleta y copas para el champán que sería servido con el postre.

Los invitados entraron, se fueron sentando, y aunque esta vez no se había dispuesto ningún orden, todos optaron por sentarse tal como estaban sentados en el salón. Una vez estuvieron todos sentados, entraron los camareros y empezaron a servir un helado para cada invitado y una copa de champán, mientras estos disfrutaban de los postres y de amenas conversaciones.

ARRIESGARSE A AMAR  ( Borrador Sin Corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora