Capítulo 17 (2° Parte)

188 26 58
                                    



Como suele suceder en este tipo de reuniones, las conversaciones iban variando constantemente y lo mismo hablaban del tiempo que de jardinería o de alguna noticia de interés general.

—¿Se han enterado de las últimas noticias sobre lord Aberdeen? Según tengo entendido está gravemente enfermo y no creen que llegue a ver el próximo año —comentó lord Milford.

—¡Oh! Que noticia tan triste ¿De verdad cree usted que está tan grave? —dijo lady Dudley apretándole la mano herida a lord Milford, haciendo que este diera un respingo acompañado de una mueca de dolor.

Tanto Trevor como su madre, estaban interesados en saber algo más sobre la herida de lord Milford, algo que naturalmente no podían preguntar directamente pues no sería de buen gusto, así que ambos estaban atentos por si se presentaba la oportunidad de sacar el tema disimuladamente, y por suerte lady Dudley vio una oportunidad que no dudó en aprovechar.

—¡Oh, cielos! Cuanto lo siento, lord Milford, no me había dado cuenta de que tiene usted la mano herida. Le pido mil disculpas por mi torpeza, ¿le he hecho mucho daño? ¿Es muy grave su herida? —preguntó fingiendo arrepentimiento y preocupación.

—No se preocupe, lady Dudley es simplemente un rasguño sin importancia. De verdad no tiene usted por qué preocuparse.

—¿Un rasguño sin importancia? ¿Cómo puedes decir que es un rasguño cuando casi te arranca el trozo ese salvaje? Eso pasa por relajar las leyes y tener tanto miramiento con los pobres. Así nos agradecen que nos preocupemos por ellos —dijo lady Milford ofendida.

— Mildred, querida, no creo que haya que exagerar ni que al resto de invitados les interese mi pequeño altercado —le dijo lord Milford a su esposa mirándola fijamente, mientras pensaba que aquella mujer era una estúpida sin dos dedos de frente.

Aunque todos los invitados se dieron cuenta de que el marqués le acababa de dar un toque de atención a su esposa, para que mantuviera la boca cerrada, ella continuó con su explicación haciendo caso omiso a la velada advertencia de su esposo.

—¿Exagerar? Veremos si los demás también opinan que exagero o están de acuerdo conmigo en que hay que acabar con esa lacra.

—Mildred…

—Aunque mi esposo se empeñe en quitarle importancia, hace un par de noches sufrió un intento de robo y una agresión. Esa noche estuvo un rato en el club y al salir decidió volver a casa andando aprovechando que aún era temprano y había bastantes viandantes, pues hacia una noche muy agradable. Mientras paseaba tranquilamente un pequeño ratero que iba a toda prisa, fingió que se tropezaba con él accidentalmente e intentó robarle el reloj. Cuando mi esposo notó que iban a robarle, no dudó en agarrar por el brazo al ladrón para evitar el robo y entregarlo a las autoridades. ¿Y qué creen que hizo ese salvaje al verse atrapado? Como si fuera un perro rabioso, le mordió la mano con tal agresividad que a punto estuvo de arrancarle el trozo. Imagínense, no solo la gravedad de la herida, sino las enfermedades que podría haberle pegado ese miserable.

Poco imaginaba lady Milford que, para los Dudley, sus palabras eran una prueba, prácticamente irrefutable, de que su esposo era el indeseable que casi acaba con la vida de Comadreja, ya que, ¿cuántas posibilidades había de que todo fuera una simple coincidencia?

Hay que decir que los comentarios de lady Milford no solamente impactaron a los Dudley, pues aunque todos sabían que los robos eran algo habitual en muchas zonas de Londres, una cosa era que te robaran el bolso o el reloj y otra muy distinta era ser agredido por intentar impedirlo. Aunque eso no fue lo único que impactó a los invitados, pues aunque todos estaban de acuerdo en que se debía mejorar la seguridad de las calles, la mayoría no estaba de acuerdo con la dureza de las palabras ni con el desprecio que había hablado lady Milford, aunque únicamente uno de ellos mostró claramente su opinión.

—Bueno, ciertamente es un suceso muy desagradable y estoy de acuerdo en que hay que mejorar la seguridad de las calles, pero pedir endurecer las leyes… ¿Acaso quiere que vuelvan a ahorcar a los niños que roban un poco de pan? ¿Le parece un castigo leve mandarlos a Australia? ¿Qué le parece si los matamos a latigazos en la plaza? Dígame lady Milford ¿Qué haría usted si llevara días sin tener nada que echarse a la boca? ¿Sabe cuantos niños huérfanos o abandonados viven solos en las calles o caen en manos de desalmados que los obligan a robar (en el mejor de los casos) a cambio de un miserable techo y un trozo de pan duro? Endurecer las leyes no soluciona nada y es algo que ya hemos visto. Lo que no podemos hacer es dejar a miles de huérfanos a su suerte sin nada que echarse a la boca y malviviendo en las calles. Hay que tomar medidas, ocuparnos de ellos y darles una oportunidad de ser personas decentes, si es que tienen la suerte de llegar a la edad adulta.

—Disculpe a mi esposa lord Stanford, le aseguro que ella no quería decir eso. Ya sabe como son las damas, tienden a dramatizar por cualquier cosa y mi pequeño altercado la alteró mucho. Créame si le digo que mi esposa está muy implicada en donaciones y actos benéficos en favor de los necesitados ¿No es cierto, querida?

—Por supuesto, querido. Sin ir más lejos, la semana pasada di un gran donativo para el orfanato del señor Stewart. Siento que mis palabras se hayan malinterpretado lord Stanford, pero pensar en lo que podría haber sucedido... —se excusó lady Milford, aunque más por la reprimenda que sabía que recibiría de su esposo que por estar arrepentida de sus palabras.

La breve conversación entre lady Milford y Stanford hizo que se tensara el ambiente, así que lady Dudley decidió poner fin al tema.

—Bueno, ya que está todo aclarado, ¿qué tal si pasamos a la sala de música?, ¿lady Emily, nos deleitará usted con una pieza al piano? —propuso lady Dudley para aligerar la tensión.

—¡Oh! Por supuesto, lady Dudley, será todo un placer —contestó Emily encantada de poder lucirse.

—Entonces podemos ir pasando las damas, mientras dejamos a los caballeros un rato por si quieren disfrutar de una copa y un puro.

Dicho esto, todos se levantaron y las damas pasaron a la sala de música, dejando un rato a solas a los caballeros.

Tal como había sugerido lady Dudley, tras entrar en la estancia, lady Emily se sentó al piano y empezó a tocar unas bonitas piezas, para disfrute de las damas.

Los caballeros no tardaron en reunirse con las damas, momento que lady Emily aprovechó para lucirse tocando y cantando a la vez, con lo que captó la atención de Trevor, el cual la miraba y escuchaba atentamente, pues había que reconocer que, aparte de tocar muy bien, tenía una voz preciosa.

Una vez terminó, todos aplaudieron y alabaron a lady Emily, incluso Phoebe la felicitó, pues aunque no le caía nada bien, tenía que reconocer que le había gustado mucho, tanto las piezas que había elegido (aunque fueran sencillas) como la dulce voz con la que cantó.

—Tiene usted una voz preciosa, querida, ¿sería tan amable de deleitarnos con otra pieza?

—Gracias lady Dudley, es usted muy amable y por supuesto será un placer tocar otra pieza.

Tras un par de piezas, Emily decidió que ya se había lucido bastante y que era hora de que otro ocupara su lugar al piano.

—Son ustedes muy amables con sus halagos, pero no quiero acaparar el piano —dijo Emily después de que la felicitaran por su última canción—. Dejemos que toque alguna pieza la señorita Thompson —añadió al recordar que Phoebe había insinuado que no tocaba muy bien─. Antes dijo que le gustaba mucho tocar el piano y que había tomado clases. Ahora le toca a ella disfrutar y enseñarnos sus talentos.

—Gracias lady Emily, pero hace mucho tiempo que no practico y no quisiera estropear la velada con mi torpeza —contestó Phoebe viendo las malas intenciones de Emily.

—Tonterías señorita Thompson, seguro que lo hace usted muy bien, además está usted entre amigos. No se preocupe si no se sabe ninguna partitura de memoria, en el piano hay unas cuantas y yo puedo pasarle las páginas si es necesario —añadió con malicia Emily, pues había visto que aquellas partituras eran extremadamente difíciles.

—Bueno, si insiste tocaré una pieza, pero espero me perdonen si no lo hago del todo bien.

Trevor estaba seguro de que lady Emily había visto las partituras y sabía de su dificultad. Él las había escogido y dejado allí para tocarlas luego para los invitados. Si la señorita Thompson no era una pianista experimentada, sería un desastre y sospechaba que esa era la intención de lady Emily.

—Quizás esas partituras no sean del agrado de la señorita Thompson. Si aguardan un momento iré a buscar otras para que la señorita Thompson tenga más opciones donde elegir. Solo será un momento —dijo Trevor con la intención de traer partituras más sencillas para que Phoebe escogiera según su nivel y se sintiera más cómoda.

—Oh, se lo agradezco, lord Dudley, pero no será necesario que se moleste. No necesito partituras, ya tocaré alguna que me sepa de memoria.

—¿Está segura, señorita Thompson? Le aseguro que no es ninguna molestia, las tengo en el despacho y no tardo nada en traer unas cuantas para que elija.

—No se preocupe, lord Dudley, tocaré de memoria.

—No es necesario que toques si no te apetece, querida —le comentó por lo bajo lady Carrington, la cual se había enterado esa misma noche que Phoebe sabía tocar el piano.

—No se preocupe madrina, será un placer tocar una pieza.

A Phoebe no le gustaba alardear de sus cualidades al piano, pero si aquella engreída pensaba que la iba a dejar en evidencia estaba muy equivocada, así que decidió tocar la rapsodia húngara número dos de Liszt, una pieza que había practicado tantas veces que se la sabía de memoria.

En cuanto Trevor vio sentarse al piano y prepararse haciendo estiramientos de dedos a Phoebe, estuvo seguro de que no era una novata que aporrearía el piano, pero aun así se sorprendió en cuanto escuchó las primeras notas y reconoció la melodía que se disponía a tocar Phoebe, pues era una pieza de extremada dificultad incluso teniendo la partitura.

En cuanto Phoebe empezó a tocar, todos los invitados se quedaron maravillados, pues todos esperaban escuchar algo sencillo para principiantes. A lady Carrington incluso se le saltó alguna lágrima de orgullo cuando Phoebe llegó a la parte rápida, mientras que Trevor la miraba embobado (no solo por su maestría, sino por la pasión con la que tocaba), mientras pensaba quien demonios la habría enseñado a tocar así y que otra sorpresa tendría escondida aquella joven.

Los invitados se quedaron tan maravillados que cuando Phoebe terminó todos siguieron mirándola callados hasta que Trevor empezó a aplaudir y los demás reaccionaron.

—¡Bravo, señorita Thompson! Ha estado usted sublime —felicitó Trevor, haciendo que Phoebe se pusiera como la grana.

Los demás invitados también fueron felicitando a Phoebe mientras aplaudían. Todos menos lady Milford y su hija, las cuales aplaudieron por compromiso, muertas de rabia, en especial Emily, la cual se arrepentía de haber insistido en que tocara, pues no solo no había conseguido que hiciera el ridículo, sino que encima había demostrado que lo hacía mucho mejor que ella.

—Ha sido bellísimo, querida. Por favor toque otra pieza —pidió lady Dudley.

Phoebe aceptó la petición y tocó otra pieza antes de cederle el turno a Trevor.

Cuando Trevor se sentó al piano empezó a buscar entre sus partituras nervioso, decidiendo cuál tocaría en primer lugar, algo que jamás le había ocurrido antes, pues estaba acostumbrado a tocar en público y era un pianista magnífico, pero esta vez era distinto porque, sin saber por qué, deseaba elegir una pieza con la que deslumbrar a Phoebe tanto como ella lo había deslumbrado a él. Al final se decidió por tocar La campanella de Liszt, una pieza muy difícil y rápida que estaba seguro de que sería del agrado de Phoebe.

Trevor no se equivocó con su elección, ya que Phoebe reconoció la pieza nada más empezó y tal como él esperaba, la señorita Thompson se quedó embelesada mirándolo sonriente.

—Ha sido excelente, lord Dudley —dijo Phoebe con una gran sonrisa y siendo la primera en aplaudir.

—Es usted muy amable, señorita Thompson. Quizás un día de estos podríamos probar una pieza a cuatro manos —contestó devolviéndole la sonrisa.

—Por supuesto, lord Dudley. Le aseguro que cuando quiera estaré encantada de tocar con usted ─contestó Phoebe emocionada con la idea de tocar con él.

—Estupendo, entonces le tomo la palabra y buscaré una partitura para cuatro manos para tenerla preparada para la próxima ocasión.

Tras esta breve conversación, Trevor tocó varias piezas más hasta que a altas horas de la noche la velada se dio por terminada y los invitados comenzaron a despedirse.

ARRIESGARSE A AMAR  ( Borrador Sin Corregir)Where stories live. Discover now