Capítulo 20

264 25 26
                                    


Apenas despuntaba el alba cuando la doncella entro en la alcoba de Phoebe para despertarla, pues el día anterior, cuando el cochero de los Dudley pasó a recoger el equipaje, que llevarían a Wilton House, les entregó una nota en la cual las avisaban de que pasarían a recogerlas a las siete de la mañana, para así coger el primer tren que iba a Salisbury. Por suerte los Dudley habían tenido la idea de que su cochero saliera el día anterior y se encargara de llevar el equipaje en el carruaje, así que lo único que tenían que hacer era desayunar, arreglarse y ya estarían listas, algo que Phoebe agradecía enormemente, pues aunque solo iban a pasar un par de días en casa de los condes, el equipaje era considerable.

Phoebe nunca pensó que prepararse para el viaje la tendría tan ocupada, aunque fue algo que agradeció, pues estaba impaciente y nerviosa a la vez, y sin darse cuenta ya había llegado la hora de que los Dudley pasaran a recogerlas. Nada más volver de casa de los Dudley, Clarisse decidió que lo mejor era que ambas se retiraran a sus habitaciones y empezaran a elegir todo lo que se llevarían a Wilton, para que la doncella pudiera hacer el equipaje y así tenerlo todo preparado para que cuando pasara el cochero de los Dudley a recogerlo no tuviera que esperar, pues aunque solo iban a pasar un par de días, lady Carrington había dicho que como mínimo tenían que llevar siete vestidos (y sus correspondientes complementos) cada una. A Phoebe le parecía una exageración tener que llevar tanto equipaje para un par de días (pues iba a necesitar un baúl más grande que el que usó cuando se trasladó con su madrina a Londres), pero Clarisse había insistido en que era sumamente importante no repetir vestido en una ocasión como esta, así que necesitaba obligatoriamente dos vestidos de mañana, dos de tarde, dos de noche y uno de gala (de los vestidos para cabalgar se libró porque no sabía montar a caballo y no tenía ninguno). Esos eran los obligatorios, porque Clarisse le había dicho que aparte de esos no estaría de más llevar un vestido extra de cada (incluido uno de viaje) por si acaso había algún contratiempo.

Tras elegir todo lo que se llevaría y una vez la doncella terminó de guardarlo todo cuidadosamente en el baúl, Phoebe le pidió a esta que la ayudara a desvestirse y por fin se quedó sola en su habitación. En cuanto la doncella salió por la puerta, Phoebe se tiró sobre la cama con una gran sonrisa en su cara y empezó a rememorar todo lo sucedido ese día, mientras se acariciaba el dorso de la mano que Trevor le había besado al despedirse. Lo cierto es que Phoebe había estado nerviosa y ansiosa por asistir a casa de los Dudley y tocar el piano con Trevor, pero nunca imaginó disfrutar tanto y mucho menos sentirse tan cómoda, ni ver esa versión tan campechana y atenta del barón. Eso sin contar con lo que le hacía sentir, lo corta que se le había hecho la velada y las ganas que tenía de que llegara el sábado para verlo de nuevo.

Aunque el jueves por la noche ya habían escogido y preparado el equipaje, el viernes también fue un día bastante entretenido, ya que tras el desayuno su madrina le había recomendado que repasara si se le había olvidado meter algo en el equipaje, que eligiera qué se pondría para el viaje y si quería llevar algo en su retículo para que la doncella lo tuviera todo listo con tiempo. Después, una vez el cochero de los Dudley había pasado a recoger el equipaje y tras recibir la nota avisándolas de la hora a la que pasarían a recogerlas, su madrina la había sorprendido diciendo que ambas irían a las cocinas a preparar los deliciosos bollitos Bread para el viaje, bollitos que debían su nombre a la bisabuela de lady Carrington y cuya receta secreta llevaba generaciones pasando de madres a hijas, por lo que solo los podían preparar personalmente las herederas de dicha receta. Para Phoebe ese momento fue muy divertido y especial, en primer lugar porque nunca se imaginó ver a su madrina en la cocina con un delantal y las manos en la masa, y en segundo lugar porque esta le había dicho que, al no tener hijas, ella sería la siguiente heredera de la famosa receta familiar y le había estado enseñando a hacerlos. Pero Phoebe no solo estuvo entretenida en eso, pues por consejo de Clarisse se había pasado gran parte de la tarde lavando y acondicionando su cabello con un mejunje que le puso la doncella, y dándose un agradable baño perfumado, tras lo que tomó una ligera cena y se acostó temprano para estar lo más fresca posible al día siguiente. Y el día siguiente ya había llegado y Phoebe ya estaba en la salita con su madrina esperando a que los Dudley pasaran a recogerlas.

Ni que decir tiene que los Dudley también habían estado atareados el día anterior preparándolo todo, pues aparte del equipaje, Trevor se encargó de todo lo referente al viaje como mirar los horarios del ferrocarril y decidir cuál sería mejor y encargarse de los billetes, el tema de los carruajes que llevarían el equipaje y demás. Esa mañana Trevor se levantó de muy buen humor, pero algo más cansado de lo habitual, pues se había pasado gran parte de la noche pensando en la señorita Thompson y esas nuevas sensaciones que le hacía sentir. Trevor estaba acostumbrado a relacionarse con mujeres, a coquetear, a sentir lujuria y a intimar con ellas si se daba el caso, pero con Phoebe se había sentido nervioso y cómodo a la vez. Nervioso como si fuera un adolescente inexperto, deseoso de agradar y deslumbrar a una jovencita, y a la vez tan cómodo como si la conociera de toda la vida. Lo cierto es que no sabía muy bien si era por haber compartido con ella una de sus pasiones, por compartir el secreto de su escarceo con lady Spencer, por su naturalidad o simplemente porque no se comportaba como la típica joven a la caza de marido, pero sentía que con ella se podía mostrar desinhibidamente tal como era realmente, algo que solo sentía cuando estaba a solas con su madre, con Higgins o con los niños de Paradisse.

Una vez todo listo y llegada la hora de salir, Trevor ordenó a su ayuda de cámara y a la doncella de su madre (los cuales les acompañarían) que cogieran un coche de alquiler y se dirigieran a casa de lady Carrington, tras lo que él y su madre se montaron en su carruaje y tomaron el mismo camino.
─Buenos días, milord, milady ─saludó George al abrir la puerta.

─Buenos días ─contestaron Trevor y su madre a la par.

─Si son tan amables de seguirme, lady Carrington y la señorita Thompson les están esperando.

Dicho esto, George cerro la puerta y se dirigió hacia la sala (donde los esperaban impacientes Phoebe y su madrina), a su acostumbrada velocidad y seguido de los Dudley.

─Espero que la sala esté cerca, porque como hayan escogido la más lejana a la puerta perdemos el tren ─comentó Trevor bajito y sonriente.

─Calla que te va a oír, y no seas tan malo con el pobre hombre. Ya veremos la velocidad que llevas tú cuando llegues a su edad ─contestó Grace dándole un codazo a su hijo mientras se aguantaba la risa.

─No se preocupe que no creo que el hombre tenga el oído muy fino ─siguió guasón─. De todas formas solo estoy bromeando, la verdad es que admiro que a su edad siga trabajando.

Tras llegar a la sala y ser anunciados por George, Clarisse y Phoebe se levantaron para saludar a los Dudley.

─¿Preparadas para partir hacia la campiña, señoras? ─preguntó Trevor sonriente, tras los saludos.

─Preparadas e impacientes, milord ─contestó Clarisse.

Dicho esto, Clarisse y Phoebe se pusieron sus sombreritos, cogieron sus bolsos y la cesta de los bollitos y salieron hacia la estación a la cual no tardaron en llegar, pues estaba a tan solo cuatro millas.

Tras ayudar a las damas a bajar del carruaje, Trevor se ofreció caballerosamente a llevar la cesta de los bollitos que llevaba Phoebe y entraron en la estación de London Bridge, seguidos por su madre y Clarisse (las cuales iban cogidas del brazo parloteando amigablemente), y por el personal de servicio que les acompañaba. Para Phoebe este sería su primer viaje en tren, nunca había estado en una estación y no paraba de mirarlo todo con gran curiosidad.

─¿Su primer viaje en ferrocarril, señorita Thompson? ─preguntó Trevor al notar su curiosidad.

─Si ¿Tan evidente es que soy una aldeana que nunca ha salido de su pueblo? ─contestó Phoebe sonriente y un poco ruborizada─. Este será mi segundo viaje, el primero fue para venir a Londres y lo hicimos en carruaje.

─Lo único evidente es su curiosidad. Todos tenemos nuestra primera vez, yo aun recuerdo la mía, aunque fuera hace años, y créame si le digo que estaba igual de curioso y expectante por vivir la experiencia, incluso reconozco que algo nervioso ─comentó sonriente mientras pensaba que aunque fuera una tontería le gustaba saber que está sería la primera vez que Phoebe viajaba en ferrocarril y que lo haría con él, pues por mucho tiempo que pasara cada vez que recordara su primera vez se acordaría de él.

—Le agradezco sus palabras, pero si he de serle sincera me cuesta creer que un hombre como usted estuviera nervioso y expectante, aunque fuera su primera vez.

—Así que un hombre como yo, ¿eh? La verdad es que no estoy muy seguro de si debo sentirme halagado u ofendido ante tal afirmación —comentó mirándola con una ceja levantada y los ojos risueños.

—Bu... Bueno, me refería a que es usted un hombre de mundo... Y… —contestó Phoebe sonrojándose sin saber qué decir.

—Me halaga usted, pero le aseguro que no nací con veintiocho años en un tren y siendo un hombre de mundo como usted dice, así que créame si le digo que es cierto que estaba nervioso y expectante en esa y en otras ocasiones —dijo Trevor tras reír.

—¿Está usted seguro de que no fue así como nació o se está intentando aprovechar de la ingenuidad de una joven aldeana? —preguntó risueña.

—¿Usted que cree ingenua aldeana? —pregunto Trevor haciendo que Phoebe soltara una carcajada.

—Yo creo que prefiero no contestar —contestó, mirándolo con los ojos entrecerrados y provocando que esta vez fuera Trevor el que soltara una carcajada.

Las carcajadas provocaron más de una mirada y cotilleo de los demás viajeros que caminaban por él andén , pues reír de una manera tan desinhibida en público se consideraba algo totalmente vulgar, pero Trevor y Phoebe estaban tan entretenidos con su conversación que ni se dieron cuenta y siguieron con su distendida charla ajenos a todo lo demás, mientras eran seguidos por Grace y Clarisse las cuales estaban encantadas de ver lo bien que habían congeniado.

—Bueno señoras, ya hemos llegado, este es nuestro compartimento ─comentó Trevor tras pararse y verificar el número—. Con su permiso subiré yo primero, para dejar la cesta en el portaequipajes que hay sobre el asiento.

Tras dejar la cesta en su lugar, Trevor bajó del tren para ayudar a las damas a subir ofreciéndoles cortésmente la mano, luego dio unas indicaciones a su ayuda de cámara antes de que este y las doncellas se dirigieran a su vagón y por fin subió al tren para acomodarse en el asiento frente a Phoebe.

Una vez todos acomodados empezaron a hablar sobre la duración del viaje, cuanto tardarían en salir, a qué hora estaba previsto que llegaran a Wilton House y demás cosas por el estilo. Mientas los demás hablaban, Phoebe los escuchaba a medias, y digo a medias porque ella estaba pensando en la nueva experiencia que estaba a punto de añadir a la lista de todas las cosas que había hecho por primera vez desde que llegó a Londres.

Phoebe empezó a hacer una lista mental de todo lo que había experimentado por primera vez desde que salió de Smalltown. Mientras hacía la lista iba rememorando todos esos momentos en orden, y fue entonces cuando sorprendida se dio cuenta de que en todos esos recuerdos estaba Trevor. El día de su debut en sociedad fue cuando fueron presentados, aunque la presentación tuvo lugar unas horas después de que ella lo encontrara en una situación comprometida, encuentro que fue el motivo por el cual él le pidió un baile para poder hablar a solas, así que Trevor fue con el que Phoebe bailó un vals por primera vez. Luego llegó cuando fue por primera vez a un gran teatro y descubrió la ópera en su compañía, lo que provocó que esa noche descubriera algo más que el placer de disfrutar de la ópera. Y eso no era todo, pues su primer dueto al piano también fue con él y ahora también compartiría con el su primer viaje en ferrocarril, su primer fin de semana entero como invitada a una reunión campestre en casa de un conde, y qué sabía que más, quizás algún día también acabara añadiendo a la lista que fue con él con quien experimentó por primera vez un beso apasionado.

El silbato del tren, anunciando su salida, sacó a Phoebe de su ensoñación, haciendo que diera un bote en el asiento y se sonrojara con sus propios pensamientos.

—¿Nerviosa, Phoebe? —preguntó Trevor.

—Oh, no. Simplemente, estaba distraída y me pilló por sorpresa el silbido.

—Bien, porque le aseguro que pese a su velocidad, el ferrocarril es uno de los transportes más seguros del momento —comentó Trevor mientras mentalmente se preguntaba en qué había estado pensando Phoebe para sonrojarse de aquella manera sin motivo.

—Trevor tiene razón querida, el ferrocarril ha mejorado muchísimo. Tendrías que haber visto como eran antes. Recuerdo mi primer viaje y lo incómodo que fue. Los asientos eran de madera, no había compartimentos, ni clases. Por suerte fue un viaje corto. Recuerdo que desde aquel día me negué a volver a viajar en ferrocarril hasta que los asientos no estuvieran debidamente tapizados y fueran mullidos —comentó Clarisse risueña mientras el tren empezaba a moverse.

Las conversaciones se fueron sucediendo y variando durante todo el viaje. Hablaron de viajes, de lo mucho que había cambiado el ferrocarril desde sus inicios treinta años antes, de la vida en la campiña y de todo lo que se les iba pasando por la cabeza. También había momentos en los que las conversaciones se dividían y se quedaban Clarisse y Grace hablando de sus cosas, mientras Trevor y Phoebe hablaban de los paisajes que iban pasando, las estaciones en las que harían paradas y demás, haciendo que sin darse cuenta ya estuvieran apenas a una hora de llegar a su destino. Y es que el viaje estaba siendo tan ameno que Trevor pensó que si lo llega a saber hubiera propuesto hacer los cuatro el viaje en carruaje.

—Bueno, señoras, les informo que esta es la última parada que haremos antes de llegar a Salisbury, en más o menos una hora estaremos allí —informó Trevor.

—¿Solo una hora? Nunca pensé que se me pasarían estas horas tan rápido.

—Es cierto, Clarisse, a mí también se me han pasado las horas volando. Tendremos que viajar siempre juntas para que no se nos hagan tediosos los viajes— bromeó Grace.

—Por supuesto estoy totalmente de acuerdo, querida.

—Si desean un refrigerio o cualquier tentempié díganmelo, la estación está llena de vendedores ambulantes con todo lo que puedan desear —comentó Trevor.

—¡Oh querido! No es necesario. En la cesta traemos limonada y bollitos Bread. Estaba tan entretenida que me había olvidado completamente.

—¿Bollitos Bread? Nunca los he probado ni oído hablar de ellos —dijo Grace.

—Lo sé, querida. Muy poca gente los ha probado. Son una receta secreta de mi bisabuela y solo los hago para amigos y ocasiones importantes como esta.

—¿Quiere decir que los ha hecho usted misma para nosotros?

—Por supuesto que si Trevor, es una receta secreta que solo conocemos las herederas, aunque esta vez los he hecho con la ayuda de Phoebe, ya que ella será la próxima que herede la receta.

—Está visto que usted y Phoebe son una caja de sorpresas que nunca dejan de sorprenderme —comentó Trevor sonriente mirando a ambas—. Ahora sí que estoy deseando probar esos bollitos, ¿usted no, madre?

—Por supuesto que lo estoy deseando, y más sabiendo que lo han hecho ellas especialmente para la ocasión.

—Pues no se hable más. Phoebe, querida, ¿puedes bajar la cesta?

—Enseguida, madrina —contestó Phoebe levantándose para coger la cesta que estaba en el portaequipajes que había sobre su asiento.

—Permítame que la ayude.

Trevor se levantó rápidamente y pegándose a la espalda de Phoebe alzó la mano para alcanzar la cesta, justo en el mismo instante en el que el tren arrancó, dando una fuerte e inesperada sacudida, haciendo que la pobre Phoebe, que estaba de puntillas, perdiera el equilibrio cayéndose para atrás a la vez que soltaba un gritito. Trevor, que no esperaba que Phoebe se lanzara contra él, reaccionó cogiéndola firmemente de la cintura, pero el impulso del tren, sumado al de Phoebe, hizo que él también se tambalease hacia atrás hasta quedar sentado en el asiento con Phoebe sentada encima.

—¿Está usted bien, Phoebe? —preguntó Trevor sin soltar su cintura.

—Si, sí, estoy bien —contestó con la respiración algo acelerada, aunque más por la cercanía y por sentir las manos de Trevor en su cintura que por el tropiezo— ¿Y usted está bien? Siento mucho lo ocurrido, la sacudida me pilló por sorpresa y perdí el equilibrio.

—No se preocupe, no tiene usted porque disculparse, es algo que puede ocurrirle a cualquiera y le aseguro que yo estoy perfectamente —dijo alargando el momento más de lo necesario, mientras seguía cogiéndola de la cintura, haciendo una ligera caricia con los pulgares y aspirando profundamente su aroma antes de que se levantara de su regazo.

Sin excusas para alargar más el placentero momento, Phoebe se levantó del regazo de Trevor, aunque con la excusa de ayudarla, este siguió sin soltarla hasta que estuvo completamente erguida. Por supuesto, tanto Grace, como Clarisse, seguían atentas toda la escena, en silencio, pero echándose traviesas miraditas entre ellas y tapándose la boca mientras soltaban pequeñas risitas que no podían evitar.

Trevor se levantó tras Phoebe, y esta vez sin contratiempos, alcanzó la cesta y se la entregó antes de que esta se sentara totalmente ruborizada. Tras sentarse abrió la cesta, la cual disponía de dos compartimentos. En uno había cuatro copas y un par de botellas de limonada y en el otro los famosos bollitos cuidadosamente envueltos individualmente en unas delicadas servilletas.

—Oh Clarisse, Phoebe, estos bollitos están realmente deliciosos.

—Gracias Grace, me alegro mucho de que te gusten. ¿Y a usted le gustan, Trevor?

—¿Qué si me gustan? Acabo de descubrir los que serán mis bollitos preferidos de ahora en adelante Clarisse, los comería todos los días en el desayuno o con el té de media tarde. Tiene que darnos usted la receta.

—Me alegro mucho de que le gusten tanto, pero sintiéndolo mucho, no voy a compartir la receta con usted.

—No puede hacerme usted esto. Hasta hoy yo era feliz con mis habituales bollos y pastelitos, pero después de probar algo tan delicioso, todo lo demás me parece insulso, empalagoso o totalmente insípido. Clarisse, necesito esos bollitos en mi vida y pagaré lo que sea por esa receta.

—Lo siento querido, pero esta receta no está en venta, así que siento comunicarle que la única forma de que estos bollitos estén en su vida de forma asidua es casándose conmigo, o en su defecto, con la señorita Thompson—contestó Clarisse haciendo un coqueto y exagerado pestañeo.

—Un pequeño precio si con ello consigo tan delicioso premio. Así que lady Carrington, señorita Thompson, prepárense porque pienso desplegar todos mis encantos y estratagemas con ambas hasta conquistar el corazón de una de las dos.

Y así, entre risas y bromas, los cuatro siguieron con su ameno viaje.

ARRIESGARSE A AMAR  ( Borrador Sin Corregir)Where stories live. Discover now