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WHITE

Era completamente imposible que las cosas se torcieran ahora mismo. Estaba en casa de mi novia, acababa de hacer el amor con ella, habíamos tenido una conexión alucinante que ni con la mismísima Perséfone había tenido.

La miré mientras acariciaba su brazo. Estaba dormida sobre mi pecho, agotada. Y era normal. Mi querido amor había tenido una sesión de sexo apasionado de la que todavía se tenía que recuperar. Se movió y se dio la vuelta, para seguir durmiendo. Aproveché para salir de la cama e irme a la mía. Después de ducharme volvería.

Dejé una nota a Ángela por si se despertaba, para que no pensase que la había abandonado. No me iría, nunca la dejaría. Ya no. En cuanto noté una brisa en mi habitación sin haber nadie y con las ventanas cerradas supe que algo no andaba bien. Los pelos cortos que se agolpaban en mi frente se movían ligeramente. Me giré lentamente mientras hacía rodar mis ojos, sabiendo perfectamente qué ocurría.

—Per.

—Hades.

Me miraba fijamente a los ojos con furia y rencor. No entendía a las mujeres, y mucho menos a mi exmujer. Recorrió mi rostro con la mirada, pero después la fue bajando hasta quedarse mirando a un punto fijo, sin provocar ningún efecto en mi ser. No estaba incómoda, al contrario, estaba de lo más relajada, hasta el punto de soltar una sonrisa socarrona en su rostro. Nos habíamos visto muchas veces desnudos, y era normal, había sido mi mujer.

—¿Qué hacías, querido? —Dijo dando un paso hacia mí.

—Iba a ducharme. —Dio otro paso más.

—¿Te ayudo? —Ya se encontraba frente a mí.

Negué con la cabeza y, sin decir nada más, desaparecí haciéndome humo, apareciendo en la ducha. Escuché la risa de Perséfone fuera. Empezaba a pensar que se estaba volviendo loca. Abrí el grifo y, en cuanto el agua tocó mi cuerpo, unas manos de mujer me rodearon el cuerpo. Me di la vuelta, cansado de la situación. Me encontré con algo inesperado.

—¿Puedo unirme?

—¿Ángela? Estabas dormida. Deberías descan... —Me cortó la frase poniendo su dedo en mi labio.

—Cállate. Quiero hacerlo otra vez. —La miré extrañado. Sus ojos eran distintos. Ese verde tenía un reflejo extraño, no eran los mismos. Un destello naranja la delató.

—Lárgate de mi ducha, Per.

—No seas aguafiestas —dijo aún convertida en mi novia. —Diviértete un poco.

—Que te largues.

Esta vez me miró con el rostro de Ángela irritado. En cierto modo era gracioso el hecho de que mi exmujer estuviera "transformada" en Ángela. No me malinterpretéis, pero esto era de lo más surrealista. La mano de Perséfone fue bajando hacia mis abdominales, bajando luego a mi pelvis y terminando en la parte más superior de mi pierna, introduciéndose peligrosamente hacia la cara interna de mi muslo. Agarré su mano con tanta rapidez que no se dio ni cuenta y la puse de espaldas, aprisionándola contra la pared. Su cuerpo se estremeció y mi cuerpo reaccionó instintivamente, pero al recordar con quien trataba realmente, me relajé al instante.

Un golpe en la puerta hizo que los dos nos tensáramos. Miré a la doble de mi novia con una sonrisa de oreja a oreja, aún con la mejilla pegada a la pared de pizarra, mientras me daba la vuelta para ver quien había provocado tal estruendo. Lamenté desde el primer momento haber dejado que Perséfone siguiese conmigo en la ducha. Ángela se encontraba en la puerta, con una furia indescriptible en la mirada, pero, a pesar del golpe que ha pegado en la puerta, parecía de lo más tranquila. Me separé de Perséfone y me metí bajo el agua de nuevo. En cambio, mi exmujer se dio la vuelta y se apoyó en la pared de la ducha donde antes se encontraba aprisionada, mirando a Ángela con descaro.

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