4

44 6 2
                                    

BLACK

Dicen que cuando mueres ves una especie de luz al final del túnel y que incluso puede que un ángel te rodee con sus alas para llevarte con él al cielo. No sé cómo la gente viva puede contar esas cosas, pero así es. Por suerte yo no vi ni noté ninguna de las dos cosas. Pero lo que sí que noté fue que me rodeaban unos grandes brazos para levantarme antes de caer al suelo.

No sé quién ni cuando lo hizo, pero me salvó de ser atropellada por un deportivo de color rojo. Lo último que vi fue ese coche empotrado contra una farola antes de que alguien me arrastrara a la acera y así ponerme a salvo.

Desperté sobre unos cojines mullidos. El cuello me dolía un poco, al igual que la cabeza. Me intenté incorporar poco a poco, mis músculos se agarrotaron hasta tal punto de que me doliesen más que nunca. Cuando mis ojos se acostumbraron a la poca luz que había en ese lugar observé la figura de una persona apoyada en una barra de lo que parecía un bar con un vaso en sus manos.

Se dio cuenta de que lo miraba y vino hacia mí. No conseguí verlo con claridad, así que froté mis ojos y fue entonces cuando lo vi. El hombre que me observó ayer desde su balcón, el hombre de ojos oscuros y espalda ancha. En ese momento llevaba puesta una sudadera de color gris que se pegaba a su cuerpo como si fuese una segunda piel.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó poniéndose de cuclillas frente a mí, mientras yo me sentaba en mi lugar.

—Bien... supongo.

—Será mejor que descanses un poco más.

—Debo irme, pero muchas gracias por todo.

—No puedes caminar sola por ahí cuando acabas de despertar de un desmayo.

Escuché el zumbido de mi móvil. Jhon me estaba llamando.

—Hola Jhon. —dije aun con la mirada sobre el hombre que se encontraba frente a mí.

—¿Dónde estás?

—He tenido un pequeño percance con una anciana y la he ayudado a llegar a su casa. Ahora mismo voy.

—No te retrases, la abuela está histérica.

—¿Qué la pasa ahora? —digo frunciendo mi ceño y llevándome la mano a la frente con frustración. Vi que el chico me miraba raro, como si intentara descifrarme.

—Dice que no sabe quién soy y que quiere ver q su nieta Ángela. Ven ahora mismo o me tirará un jarrón a la cabeza.

—Está bien, ya voy. Procura que no te tire nada. —colgué. —Se acuerda de mi nombre para lo que quiere... —dije más para mí que para otra persona.

—¿Todo bien? —preguntó.

Levanté mi cabeza para verle, y efectivamente seguía en la misma postura, observando cada movimiento.

—Debo irme. Mi abuela se ha vuelto loca.

—¿Qué la pasa?

—Alzheimer.

Asiente con comprensión.

—¿Podrías decirme dónde estoy? Tengo que llegar a mi casa lo antes posible. —le pregunté. Fue a hablar, pero lo corté. —Ah, por cierto, muchas gracias por salvarme la vida. De verdad.

—No hay de qué.

—¿Podría saber tu nombre? —Se quedó perplejo con mi pregunta. Yo pensé que no tenía nada de malo preguntar el nombre a alguien que salvaba tu vida de una muerte segura. —Bueno, no pasa nada. No te preocupes, además tengo que irme ya. Soy Ángela. Ya te invitaré a tomar algo, para devolverte el favor.

INFERNUS ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon