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WHITE

—Beth no está bien. Creo que nos ha pillado.

Me giré hacia mi novia, tumbada sobre la cama donde, en un pasado no muy lejano, hice de todo con la que dice ser su amiga. Bethany es una chica complicada, con carácter fuerte y bastante mandona. No me extraña que Ángela se colase en mi corazón así, porque es como ella. Las dos son como ella. Como Perséfone. Lo que diferencia a Ángela de mi exmujer es una simple pero a la vez grandiosa cosa: el amor que siento por ella.

—Hablaré con ella, si quieres. —la dije para intentar tranquilizarla.

—No. Yo lo haré.

A la mañana siguiente me encontraba solo en mi habitación pensando cómo poder acercarme al terremoto en el que se ha convertido Bethany. Cada vez que la encuentro abajo hablando con las demás bailarinas y me ve, la sonrisa que tiene en la cara se esfuma y no vuelve hasta que yo no me he largado. Conozco a Beth desde hace tiempo, incluso la vi crecer, joder. Es una de las hijas perdidas de Poseidón que tuvo con una humana antes de volverse completamente gay. Aunque él mismo lo niegue.

Beth es como una hija para mí. Sí, me la he follado varias veces. Pero no quiere decir que me preocupe su estado de ánimo. No me juzguéis, Zeus y Hera son hermanos de sangre, y han tenido hijos como si no hubiera un mañana. Cuando el horario de universidad de Ángela estaba a punto de llegar a su fin, decidí coger mi Ferrari negro e ir a recogerla. Tengo milenios de vida, estoy chapado a la antigua.

Al llegar, el rugido de mi coche hizo que media facultad se girase observar lo que ocurría a su alrededor. Las chicas que pululaban por los jardines del campus me miraban boquiabiertas y un destello de lujuria recorría sus rostros y ojos. Las mujeres me saludaban, me trataban como un rey.

En cambio, me limité a sacar un cigarrillo y a encenderlo apoyado en la puerta del conductor de mi coche. Mujeres y mujeres pasaban a mi alrededor, cada vez con más frecuencia. Con más ímpetu, incluso con menos ropa. Sí, se quitaban las chaquetas y los abrigos para poder lucirse ante mis ojos. Pero mi mirada solo se dirigía hacia una sola persona. La mujer que bajaba las escaleras de la facultad, caminando hacia mí con una chica y un chico a sus dos lados. Noté como unas uñas afiladas se envolvían alrededor de mi bíceps, haciendo que girase mi cabeza hacia ellas y mirase a la causante de tal molestia. Una Barbie sacada de una fábrica en mal estado aleteaba sus pestañas postizas para, al parecer, seducirme.

Miré de nuevo hacia mi novia, la cual, molesta, se dio la vuelta y se quedó parada hablando con sus amigos, los cuales también me miraban boquiabiertos. Tengo la sensación de que lo les había contado que tenía novio.

—¿Eres el dueño del Infernus, verdad?

Volví a mirar a la Barbie de mi derecha. Lo único que hice fue agarrar su muñeca y hacer que me soltara el puto brazo para que pudiese ir a saludar a mi novia. Tiré y apagué mi cigarro en el suelo, escupiendo el humo en la cara de la chica. Pensé que la iba a molestar, pero se limitó a gemir de una manera bastante asquerosa y antinatural para mi gusto.

—Qué pena que tengas que fingir siempre los orgasmos así, como ahora. —dije, dejándola automáticamente por los suelos.

Me separé de ella y fui a buscar a Ángela, la cual se había quedado estupefacta en el mismo sitio de antes. Sus amigos tenían la misma expresión en el rostro. Cuando llegué frente a ella, la agarré por la cintura. Con mi otra mano, sujeté su mejilla para inclinarme y besarla delante de todo el mundo. Los gritos de sorpresa, los aplausos y los llantos de rabia y envidia no tardaron en llegar. Ángela me respondió el beso al instante y no pude ponerme más contento por ello. Cuando nos separamos, pegué mi frente con la suya.

INFERNUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora