-Akane-

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—Akane—


4.

Ranma consiguió abandonar el comedor sin que nadie se diese cuenta.

Atravesó la casa siguiendo el mismo recorrido por el que habían entrado pero en sentido inverso y cuando salió de nuevo al patio no pudo evitar detenerse un instante para observar de nuevo el dojo. Le picaba la curiosidad de verlo por dentro y es que ese lugar ejercía sobre él una curiosa atracción que Ranma no comprendía, pero fue lo bastante listo como para no arriesgarse y siguió hacia el portón antes de que notaran su ausencia. Por suerte las grandes puertas de madera seguían abiertas para él.

Nada más atravesarlas una furiosa corriente de aire le dio de lleno en el rostro y le hizo detenerse. Su coleta golpeó en su espalda y tuvo que cerrar los ojos para protegerlos de la arenilla que levantó el viento. Seguidamente oyó un potente rugido, cuando volvió a mirar alcanzó a ver un coche que se alejaba calle abajo.

El pequeño se recompuso y colocando sus manos en la cintura miró, ceñudo, a un lado y a otro. Ambos le parecieron iguales.

¿Por dónde... será?

Ranma pretendía huir de aquel dojo; de sus padres, del tal tío Soun y sobretodo de Kasumi, su supuesta futura prometida. Quería regresar a su casa, pues allí era donde debía estar y aunque sabía que sus padres se enfadarían y se preocuparían, seguramente olvidarían todo cuando le encontraran sano y salvo en su hogar.

¡Se emocionarían tanto de que estuviera bien que el asunto del compromiso dejaría de tener importancia para ellos!

Sí, por eso tenía que volver a casa.

Pero... ¿cómo?

Tengo que coger otro tren pensó Ranma. ¡Por supuesto! No podía ir andando hasta su casa, estaba demasiado lejos. Pero, ¿por dónde quedaba la estación? Se preguntó, entonces. Durante el trayecto en coche no se había fijado en nada del exterior por culpa de los nervios.

¡Si no puedo llegar a la estación de trenes, ¿qué haré?! Ranma dio unos pocos pasos en una de las dos direcciones con la esperanza de que algo le resultara conocido, pero fue inútil. Repitió la operación en la dirección contraria y pasó igual. ¡Todo era extraño para él!

Además, aunque llegue a la estación, ¿cómo sabré qué tren me llevará hasta casa? ¡Puedo preguntar a alguien! Aunque... si alguien me ve solo tal vez quieran avisar a mis padres... ¡Y ni siquiera tengo dinero para comprar un billete! Aunque podría colarme en el tren y esconderme hasta llegar a casa, ¡Claro, eso haré! ¡No! Espera, sigo sin saber qué tren es...

En algún momento de estas cavilaciones el niño se sentó hecho un ovillo junto al portón del dojo y sus ojos cayeron, frustrados, hasta el suelo. No se atrevió a moverse de allí aunque los coches pasaban cerca de él y los transeúntes se le quedaban mirando con curiosidad.

A Ranma no le importó. Estaba muy enfadado.

—No deberías sentarte ahí, un coche te atropellará.

El niño levantó la vista y sacudió la cabeza con rapidez buscando a la dueña de esa vocecilla. No había nadie en la calle frente a él, así que miró a su espalda y entonces la vio.

Solo era una niña. No tendría más años que él y asomaba medio cuerpo por el portón del dojo al tiempo que le lanzaba una mirada de curiosidad. Ranma se puso en pie, asustado, porque alguien le hubiese descubierto en plena huida.

Vivir Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora