-Abandono-

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4.

—Abandono—

Esta vez el viaje en tren hasta Nerima se hizo muy corto para Ranma.

De vuelta en la estación que ya en su niñez pisó una vez, el chico empezó a experimentar una desagradable mezcla de añoranza y ansiedad por todo lo que veía a su alrededor. Esta vez nadie iría a recogerles, así que los Saotome tomaron un autobús que les acercara al dojo de sus amigos. Ese trayecto también se le hizo extrañamente breve. Se dice que el tiempo se alarga cuando esperas algo, pero para él fue totalmente lo contrario. La velocidad a la que los minutos eran devorados en el reloj casi logró hacerle sentir mareado.

Durante todo el tiempo que duró el viaje Ranma apenas pronunció palabra. El corazón le iba tan rápido que podría habérsele salido por la boca si se le hubiese ocurrido abrirla. Los ojos le brillaban, parpadeaba sin parar y respiraba muy rápido. No fue consciente si quiera de que la atmosfera entre sus padres no podía ser más hostil; quizás debiera haberle preocupado que su actitud distante pudiera comprometerle frente a los Tendo que, a buen seguro, seguirían siendo la familia unida y armoniosa que él recordaba.

Algo como eso no podía importarle menos en ese momento.

En su mente solo había un único pensamiento. Al igual que solo había una cosa que llevaba consigo en ese viaje; el medallón para Akane. Esa mañana, antes de salir, había cogido la cajita con el regalo y la guardó en su bolsillo derecho. Curiosamente, antes de pisar la calle, Ranma metió la mano y agarró la caja entre sus dedos. En todo el viaje no fue capaz de soltarlo, temía llegar a perderlo si lo hacía.

¡Tenía tantas ganas de dárselo! Y ver su cara cuando lo abriera...

Cada vez que lo imaginaba sentía un hondo cosquilleo inundar sus manos y apretaba la caja con más fuerza.

Más tarde, tuvieron que caminar unas cuantas calles desde donde les dejó el autobús. Genma parecía muy despreocupado, echando rápidas miradas a su alrededor como si nada le importara demasiado pero se viera obligado a hacerlo. Puede que le molestara mirar a su esposa, que caminaba con su katana en las manos (ya nunca se separaba de ella) y una expresión nerviosa en su rostro; ella sí seguía preocupada por la impresión que causarían al presentarse así sin avisar en el dojo.

Ranma avanzaba tras ellos con una ligereza tal como si flotara, tenía que contenerse para no ponerse a silbar. Observaba aquellas calles, las casas que las adornaban y sonrió al caminar junto a una alta cerca que bordeaba un canal sin saber por qué. Inconscientemente se iba haciendo una idea de la forma y distribución de aquel barrio, pues pronto sería el suyo.

Esa idea le hacía feliz.

Por fin, enfilaron una amplia calle que subía y que le resultó más familiar. Alzó la cabeza y al final del todo vio el borde del tejadillo de pizarra que recordaba, cubría el portón del dojo. Sintió un escalofrío de emoción y salió trotando hacia él. Cuando superó a su madre, esta dio un respingo y le riñó:

—¡Ranma!

Pero él no se detuvo hasta estar frente a las puertas de madera. Sintió un aleteo nervioso que hizo vibrar su corazón al reconocer la estructura. ¡No podía creerse que después de tanto tiempo, por fin, estuviera allí de nuevo! Aunque siempre supo que algún día volvería, más de una vez había tenido que resignarse a la idea de que aún tardaría muchos años en hacerlo.

¡Pero ahora estaba allí! ¡Por fin!

Recorrió con sus ojos la enorme puerta, las marcas en la madera y...

Vivir Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora