Prólogo

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1830

Residencia de Cambridge
Londres

Hay pocas cosas que marcan tanto la vida de un hombre como la muerte de sus padres, aunque él siempre se consideró huérfano.

Benedicth Blackstone, marqués de Ralston, miraba con horror como su madre y su amante se sonreían cómplices en una esquina del salón mientras su padre conversaba con algunos socios a tan solo unos metros de ellos. Y es que la duquesa adoraba llamar la atención, aún de mala manera.

—La cena va a comenzar. Pueden pasar al comedor.—anunció el duque con su porte solemne de siempre y sus diez invitados, incluído Benedicth tomaron asiento en sus respectivos lugares. Lord Cambridge ocupaba la cabecera de la mesa, seguido de su esposa y su primogénito, osea él. Luego venía su abuela Lady Mery y el resto de invitados.

Para su mala suerte su hermano menor Darren no pudo asistir, así que Ralston tuvo que soportar él solo todos los comentarios impertinentes de su madre y el aparente nulo tacto de su padre durante la comida.

—Querido.—escuchó que la duquesa cacareaba acercándose a su esposo con una copa de vino en las manos.

—¿Qué ocurre amor mío?—la sonrisa del duque le resultó más falsa que el collar de rubíes que su madre llevaba en el cuello. Un “modesto” obsequio de su amante, para variar.

—Debes estar sediento, bebe un poco.—le extendió la copa.

Al verlos actuar de manera tan hipócrita Benedicth soltó un profundo suspiro y se dispuso a regresar a sus aposentos cuando oyó el tajante rechazo de su padre. Era la primera vez que al duque de Cambridge no le temblaba la voz al imponer su voluntad.

—Pero querido...—su madre esbozó una sonrisa y acarició su mano en busca de aceptación. La duquesa era una especialista en proyectar la imagen de una esposa abnegada.

Si supieran...

—No.—zanjó el duque en el preciso instante en que un caballero tomó la palabra poniéndose de pie.

Era joven, quizás tendrían la misma edad, pero sus actitudes distaban mucho de parecerse. En primer lugar él jamás irrumpiría en una velada de manera abrupta y menos se tomaría la molestia de dirigirle la palabra a sus padres.

—Su Excelencia lamento informarle que usted está siendo víctima de un intento de envenenamiento.—alzó la voz lo suficiente para que el resto de nobles escuchará.

El desconcierto fue generalizado.

—¿Qué? ¿Cómo es eso posible?—replicó su padre, aunque no parecía en absoluto sorprendido.

—La evidencia está frente a sus ojos, su excelencia.—el caballero señaló la copa que su madre sostenía en su mano sin ningún titubeo. Benedicth no entendía lo que estaba pasando.

—¿De qué estás hablando jovencito?—gruñó la duquesa y trató de regar el contenido de la copa. Su esposo la detuvo en seco atrapando su mano.—Cariño ese hombre está mintiendo, no vas a creerle ¿o sí?

—Por supuesto que no, amor mío.—prosiguió el duque y Benedicth sintió que el aire regresaba a sus pulmones.
Ralston miró mal al intruso y trató de ordenar a sus sirvientes que lo atraparán, pero una mano femenina sobre su hombro lo detuvo. Era una doncella a la que nunca antes había visto.

—Espere.—pidió la mujer de larga cabellera negra y brillantes ojos del mismo color.

—Esperar ¿qué?—preguntó confundido, pero no se movió. Algo le decía que no era prudente hacerlo.

Un Amor AmargoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora